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Columnistas

Continúa la toma en la televisión

Una de las peores formas de equivocarse es señalar un error allí donde no lo hay. Y pavonearse en el señalamiento de la brutalidad ajena cuando es propia, empeora las cosas.

Algo de eso hizo esta semana el periodista Pablo Rossi, cuando desde los estudios de La Nación+ se burló de los carteles de protesta escritos y colgados por los estudiantes en la puerta del colegio Mariano Acosta en los días de toma. “Basta de persecución política” decía el texto en el que Rossi leyó un error ortográfico inexistente.

La anécdota es una más de la televisión que, cada tanto, muestra a los jóvenes que no la miran. No se trata de una nota aislada. Cuando la tele se acerca a los colegios secundarios, lo hace siempre con desprecio y violencia.

Sin repetir y sin soplar: “¿cómo habrán sido las juventudes de los periodistas que hostigan a estudiantes secundarios desde los estudios de televisión?”  Esa podría haber sido una buena pregunta del viejo programa Feliz Domingo, el ciclo que durante más de treinta años reunió al piberío adolescente de distintos colegios en una contienda por un viaje a Bariloche.

“Basta de persecución política” decía el texto en el que Rossi leyó un error ortográfico inexistente.

Aquel maratónico programa de Canal 9 llegó a durar 12 horas y era conducido por Silvio Soldán que, por entonces, tampoco era joven. Con su inocultable oficio de conductor decía “Un programa hecho con…” y la tribuna con más de 300 adolescentes gritaba “¡Amor!”.  Ver ahora aquella vieja escena en medio de la proliferación de los discursos de odio, que siempre es ajeno, parece un sketch paródico de Capusotto.

En Feliz Domingo, el error tenía espacio porque podía ocupar el centro de la escena. Al fin y al cabo, la competencia siempre es una disputa por equivocarse menos. Y el programa hacía honor a esa idea en cada una de sus prendas y juegos.

Había un jurado de adultos destacados que ejercía la virtud de no tomarse muy en serio. El escribano Prato Murphy y el profesor Candeal fueron algunos de los profesionales que en sus veredictos más polémicos escondían una mueca de risa contenida. Cuando eso ocurría, la reprobación de la tribuna estudiantil escalaba a su máxima expresión con el cántico de “¡Tomatelá! ¡tomatelá!” acompasado por palmas, una por cada sílaba. Todos sabían cómo era el juego y por eso el respeto se ejercía sin necesidad de ser nombrado.

Cuesta imaginar en la actualidad cómo funcionaría una contienda entre varios colegios secundarios metidos en un estudio de televisión con las reglas del mundo adulto.

Sin embargo, para quien se tome el trabajo de hacerlo, debería ver primero cómo funcionan los lazos solidarios y las relaciones más horizontales en algunos rincones de YouTube y en las múltiples variantes del streaming, lugares donde no llega el mal aliento de la televisión.

Al cierre de esta edición, continuaba la toma de los principales canales de noticias, en cuyas instalaciones los ex participantes de Feliz Domingo, ahora devenidos en solemnes conductores y estridentes panelistas, exigen que los jóvenes los miren y los escuchen, aunque sea un ratito, para burlarse de ellos y marcarles erróneamente sus errores. Alguien que les avise.