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Cultura & Espectáculos

Elogio a la inestabilidad

¿Qué hacen ustedes de nuevo por acá? Yo pensé que ya no volverían, que habían entendido. Lo sé, es así: el oficio de vivir y no morir en el intento. Ya lo sé. Todos los días lo mismo: debo perder el equilibrio para recuperar, después, la estabilidad. Pero hoy no. No quiero buscar nuevas respuestas para sus interrogantes, ni dar con las soluciones a problemas que son, también, mis botes. Basta, ya está bien. Pero entro en recuerdos prestados que me grabaron como propios de tanto repetirlos, en veranos de sol radiante que me cocinaron los muslos, en riñoneras en las que llevábamos, también, pequeños retazos de nuestra historia. Los grafitis rojos del cuarto de mi hermano, mi hermano y la distancia. La noche en la que, tirado en el suelo, asumí mis actos. El certamen que gané y que no me hizo feliz; las veces que sonreí después de haber perdido, y las que lloré, después de haber ganado.

Lavand, vení. Haceme la vida más lenta. Y basta de trucos, vení. Escribir, tengo que escribir. Así se deconstruye todo y se comprende. Los segundos se rompen como hojas secas que pisamos instantáneamente. ¿Qué hacen acá, malditos? Siempre me gustaron más las sonrisas que las risas. ¿Por qué? Por la complicidad que se teje en el silencio, porque lo explícito es, también, algo obsceno. Una sonrisa. Esa sonrisa y esa mirada de ojos negros inolvidables, año dos mil once.

Vuelvo todos los días a esos ojos. Les juré amor eterno. Nunca jugamos, pero siempre nos divertimos. Ayer capa, hoy espada. No me hagan la guerra, hoy no, ahora no. ¿Qué hacen acá? No hagan lo que hacen algunos que piensan que por defender lo que es de todos, no podemos disfrutar de lo que es nuestro. Me piden leer a Saccomanno y después no se pueden reponer: Son frágiles. No hay nada más obnubilante que los pensamientos. Quieren poner cuadrados en huecos triangulares y después se acuerdan de aquella tarde en la que supieron que la guerra estaba perdida; y de la noche siguiente, en la que entendieron que sólo está perdido aquello que se deja de buscar. Transpiren, pásenla mal, hijos de puta. Los odio. Vuelvan, salgan de ahí. No, no quiero saber por qué. Hoy no. ¿Por qué me siento viejo? ¿Qué será este dolor que me quita el aire? Lo tengo hace tres o cuatro días, ¿será algo grave? No. Vuelvan. Salgan de ahí. Vamos a las ganas de aprender a cantar y de aprender a boxear. ¿Será acaso una fantasía el escenario y los golpes, el ring y el baile? Escribir. Tengo que escribir. Es tarde. Siempre es tarde. Mi hermano que no está. Mi hermano abrazando a mi hijo. Mi hijo acariciando a mi hermano. El recital en el que entendí que éramos, también, contemporáneos. Y muy distintos y muy iguales e inseparables. Mentira, no somos contemporáneos. Él vive sin estandartes. Escribir de nuevo. Borrar y escribir. La novela que perdí adrede y la nueva, que me encontró sin querer. Escribir como nadie nunca lo hizo antes. No mejor, no peor; escribir como se me cante. Descubrir lo que nadie buscó, escurrir los trapos sucios de mi propio organismo.

Buenos Aires es una ocasión. Ver y entender aquello que me dijeron que era una norma. No hay normas. Los lobos están llamando a mi puerta. Ahí vienen otra vez. Asesino o detective, ésa sí es una norma, una elección. Leamos a Bolaño. Ok. “Un amor desbocado. Un sueño dentro de otro sueño. Y la pesadilla me decía: crecerás. Dejarás atrás las imágenes del dolor y del laberinto y olvidarás. Pero en aquel tiempo crecer hubiera sido un crimen. Estoy aquí, dije, con los perros románticos y aquí me voy a quedar”. Y se quedó. Maldito Bolaño. Me cruza la zurda, me tira a la lona y me hace entender. Me obliga. No, hoy no. No quiero entender. Quiero flotar. Escribir y flotar. Cerremos el libro, me dicen, cobardes. Y yo lo cierro, sumiso. Los libros deberían ser páramos en donde sentirnos a salvo de la falta de estructura hidráulica y la inundación.

Abro otro. “La lección es siempre una sola: lanzarse de cabeza y saber aguantar el castigo. Es mejor sufrir por haberse atrevido a obrar en serio, que no haberse atrevido”. Y ahí está Pavese acertando en el oficio de vivir. Ahí está Pavese diciéndoles que se callen. Que no saben nada. Escribir. Tengo que escribir para así, después sí, poder seguir con ustedes y esta constante, mental, sentimental, divertida y agotadora, inestabilidad.

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