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Columnistas

El Solo discriminado

No es cierto aquello de que “el buey solo bien se lame”. No le queda otra. Los restaurantes, los paquetes turísticos y hasta los packs de yogur no son aptos para El Solo que, ayudado por la crisis económica, se atrevió a pasar por encima del sistema de medidas de kilos y docenas.

El mundo está diseñado para los números pares: todo está hecho para dos, para cuatro, para seis.  Quien emprende algo sin otro –El Solo- será discriminado casi en silencio, con un murmullo colectivo de fuerte resonancia individual.

Cualquier movimiento en solitario es parte del lucro cesante. Lo sabe muy bien el gremio gastronómico: “¿Cuántos van a ser?” pregunta el mozo antes de que el solitario se instale en un lugar más grande del que ocupa su cuerpo unitario. Es que El Solo dilapida el 50% del usufructo de una mesa de dos. El 75% de una de cuatro. Y lleva a la quiebra al restaurant si ocupa una mesa de seis. Para comerse un tostado debe estar dispuesto a ingerir cuatro triángulos equiláteros de pan de miga. Dos cuadrados de igual superficie. O indigestarse con un rectángulo mixto. Para el caso es lo mismo: deberá comerse lo que no consume su par ausente.

Así es como cada bar tiene su Guantánamo para deportar al Solo: la barra, la mesa que está al lado de la puerta del baño o cualquier otra ubicación arrinconada contra grandes maceteros o depósitos de mercadería.

Cada bar tiene su Guantánamo para deportar al Solo.

También en el supermercado El Solo muerde su soledad cuando quiere comprar un yogur y descubre que vienen de a dos o de a cuatro, en un troquelado que promete convertirse en una huevera láctea para familias numerosas. Para no hablar de los paquetes turísticos en base doble que son más baratos para dos que para uno.

No es cierto aquello de que “el buey solo bien se lame”. No le queda otra. Lamer y ser lamido es un pasatiempo de a dos, como mínimo.

Quizás El Solo más auténtico no es el que ha adquirido su condición porque alguien se fue, sino porque nadie ha llegado. No está solo. Es solo. De algún modo lo padece. Pero en la intimidad también lo celebra.

Los packs de yogur, no aptos para El Solo.

El Solo que come de la olla para no tener que lavar el plato y hace rebotar la pelota contra la pared del frontón con tal de no tener que lidiar con otro tenista, está leyendo ahora esta columna con un ligero gesto de sorna. Pese a ser discriminado sabe que éste es su tiempo. Un lindo momento para hacerse una selfie.

No es cierto aquello de que “el buey solo bien se lame”. Lamer y ser lamido es un pasatiempo de a dos, como mínimo.

En los últimos años, ayudado por la crisis económica, El Solo se atrevió a pasar por encima del sistema de medidas de kilos y docenas: en la panadería pide una sola medialuna, en la verdulería una sola banana, y en las reuniones de consorcio pide la palabra, siempre.

Pese a la discriminación que padece este caso impar, es sabido que en el mundo hay una epidemia de soledad. ¡Hay una multitud de solos amontonados! El tema es abordado por especialistas, de a uno por vez. Tal es el caso de la Universidad de Chicago que realizó un interesantísimo estudio sobre la soledad. Pero todavía nadie lo ha leído.

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