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Columnistas

11 de septiembre: una deuda con el protagonismo de las maestras

Por AAIHMEG

Cada 11 de septiembre las escuelas del sistema de educación obligatorio argentino suspenden sus clases para conmemorar el día de los maestros y de las maestras. Aunque, de cara a nuestro presente, la nomenclatura de la efeméride queda sujeta a la sensibilidad de género de cada establecimiento educativo. Por lo cual, en algunas escuelas se nombra a las maestras, pero, en su mayoría, la “o” sigue gravitando sobre la conmemoración: Día del maestro. Sucede que en el origen del asunto habita la presencia histórica de Sarmiento. La fecha reposa en el aniversario de la muerte del político y educacionista sanjuanino, como homenaje y reconocimiento a su labor en materia educativa. Los relatos sobre Sarmiento se acumulan, cargándolo de un protagonismo heroico como creador y garante del sistema educativo argentino, especialmente de la figura del docente.

Los relatos sobre Sarmiento se acumulan, cargándolo de un protagonismo heroico como creador y garante del sistema educativo argentino, especialmente de la figura del docente.

Sin embargo, cuando revisamos las estadísticas referidas al oficio se advierte una contundente presencia femenina. El mismo Sarmiento se encargó de convocar a las primeras educacionistas con título que trabajaron en nuestro territorio, maestras que Alice Houston Luiggi inmortalizó en su libro Sesenta y cinco valientes. El rótulo colectivo enuncia a una heroína homogénea que desconoce las agencias particulares de cada una de esas mujeres. Así, las batallas personales, solo recuperadas por el trabajo biográfico, fueron fagocitadas por el hacer colectivo relativo a la docencia. Con el agravante siempre presente de que ese colectivo se pensó históricamente con o, maestro. Pero esas mujeres con nombre propio tomaron la decisión de responder a la convocatoria del sanjuanino y migrar desde el norte del continente al sur para hacer docencia. Ese traslado en el espacio significaba un traslado a una región con otros códigos culturales, otro idioma y otra composición socio-política y religiosa. Cada una batalló desde su lugar inscribiéndose en el origen de la formación docente argentina y de las primeras escuelas de gestión estatal. Sus constantes reclamos, además de hablar de requerimientos pedagógicos, dieron cuenta de mujeres que debían tramitar la vida cotidiana en el marco de un país en proyecto. 

Las batallas personales, solo recuperadas por el trabajo biográfico, fueron fagocitadas por el hacer colectivo relativo a la docencia.

Entonces, paulatinamente las tareas docentes fueron feminizadas. Ese proceso de feminización de la docencia no fue sin resistencias expresadas por políticos y pedagogos varones que vaticinaron los males de las mujeres al frente de la educación. Basta recordar La maestra normal escrita por Manuel Gálvez en 1914, para dimensionar los temores masculinos. Sin embargo, tanto la creación del binomio maestra igual a madre como el reparto de roles patriarcales que situó a las mujeres bajo la tutela y el sostén económico de los varones de la familia, operaron como argumentos que cerraron el círculo de la vocación docente femenina. Justamente, esa vocación ordenó las prácticas rumbo al apostolado y a la misión de crianza y socialización. Entonces, además de enseñar la lecto – escritura, nociones básicas de matemáticas y una introducción a las ciencias sociales y naturales, las maestras cuidaron y socializaron a los niños y niñas devenidos en alumnos y alumnas. Esta crianza en clave de la socialización en un primer momento se orientó a la formación de futuros ciudadanos y de las futuras amas de casa y que, con el avanzar del siglo XX, habilitó oportunidades más igualitarias en clave de géneros.

Abnegada, respetuosa, con un cariño distante y anclado en la misión educadora, sencilla, austera, humilde, maternal a la vez recta y rigurosa, la maestra en singular pobló las aulas.  Ese estereotipo transmitido desde las políticas educativas ya sea en normativa explícita, en propuestas editoriales o en discursos curriculares y sociales no demoró en entrar en tensión con las prácticas específicas. En el Archivo Intermedio de la Nación hemos dado con los expedientes de maestras que fueron apartadas de sus cargos por diferentes motivos y desde las primeras décadas del siglo XX. Ellas participaron en huelgas, se involucraron en partidos políticos, desacataron a las autoridades educativas, experimentaron prácticas amatorias heterosexuales y/o homosexuales, realizaron prácticas sociales estimadas poco decorosas. Es decir, ellas fueron inquietas constructoras y críticas del estereotipo asignado, siendo así ni santas, ni vocacionales, mujeres trabajadoras que empezaron a tomar conciencia de sus posibilidades de pensar, escribir, amar y ganar dinero.

Tanto la creación del binomio maestra igual a madre como el reparto de roles patriarcales que situó a las mujeres bajo la tutela y el sostén económico de los varones de la familia operaron como argumentos que cerraron el círculo de la vocación docente femenina.

Podemos enunciar una larga lista de acciones magisteriales más allá de hacer y ser en las aulas. En primer lugar, fue uno de los primeros trabajos permitidos a las mujeres para cuyo desempeño debía formarse en instituciones educativas; les brindó tanto una salida al espacio público como el acceso al mundo de la escritura, la lectura, el estudio, la ciencia y la producción de trabajos colectivos. Además de requerir formación, fue un trabajo público regulado por el Estado. La percepción de un salario les posibilitó dimensionar recursos y pelear por sus derechos laborales.

Abnegada, respetuosa, con un cariño distante y anclado en la misión educadora, sencilla, austera, humilde, maternal, a la vez recta y rigurosa, la maestra en singular pobló las aulas.

Las maestras vivieron experiencias de lucha por mejoras laborales que implicaron la sindicalización. La carrera docente supuso una gran movilidad territorial y un consecuente despegue de la tutela familiar. Vivir solas o con otras maestras en hoteles y casas de pensión las obligó a ordenar sus gastos pero también a proyectar una moral pública que muchas veces entró en tensión con la posibilidad de experimentar la vida privada despojada de la domesticidad tradicional. Se erigieron en sujetos poseedores y transmisores de conocimiento en diferentes áreas y su actividad les otorgó una proyección social y una participación activa en el espacio público. Crearon, gestionaron y sostuvieron cooperadoras, bibliotecas, comedores, entre otras iniciativas, para asistir las necesidades de sus alumnos y mantener el sistema educativo.

El magisterio fue una puerta de salida al mundo del estudio y de los trabajos para las mujeres. La publicación de libros didácticos y/o pedagógicos fue una habilitación magisterial junto a la de emisión de discursos en las diferentes celebraciones del calendario escolar en escuelas, plazas, teatros y desfiles donde adquirieron autoridad y visibilidad mediante sus palabras a través de la razón y a la emoción.

Si en el cruce de los siglos XIX y XX el magisterio era la posibilidad de salir al espacio público decente y habilitada para las mujeres, en el cruce de los siglos XX y XIX ya no lo es.

Con el avanzar del siglo XX, esta serie de posibilidades fueron eclipsadas por los logros, más notorios y menos anclados en la femineidad, que las mujeres adquirimos en el reconocimiento de nuestros derechos y en el acceso irrestricto a los estudios superiores y al mundo del trabajo. Es decir, si en el cruce de los siglos XIX y XX el magisterio era la posibilidad de salir al espacio público decente y habilitada para las mujeres, en el cruce de los siglos XX y XIX ya no lo es; siendo, por el contrario, una elección poco frecuente, aunque si es una opción femenina y feminizante para muchas. El magisterio sigue siendo un oficio femenino. Quizás la lectura del presente invite a una revisión interseccional para conocer los cruces de clase, raza y género que distinguen a las mujeres del magisterio hoy. Una opción laboral otrora feminizante y femenina y ahora exclusivamente femenina y urgida de políticas de género que inviten a pensar la configuración social del oficio.

Texto de Paula Caldo, doctora en Historia, investigadora de ISHIR-UNR/CONICET, docente de la UNR y asociada de AAIHMEG; María José Billorou, magíster en Estudios Sociales y culturales, investigadora IESH, docente UNLPam, secretaria AAIHMEG.

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