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Columnistas

El viejo es el otro

Siempre hay un fetiche de la vejez. Durante años fue Tita Merello, ahora Mirtha Legrand. No hay cancelación para los chistes sobre viejos.

Antes de que a la Reina de Inglaterra le abdicara la vida se desató una catarata de memes para amenizar su agonía. La ligó Mirtha Legrand, como siempre.

Cuando la sangre azul dejó de circular por las venas de Isabel II, el tema ya estaba instalado en las redes como tendencia mundial y los chistes sobre las célebres ancianas buscaron su gracia con suerte dispar. No hay cancelación para los chistes sobre viejos. Hay cancelación para los viejos.

El eufemismo de “adultos mayores” (¿por qué no de “niños demasiado mayores”?) los deja afuera de la conversación. La vejez nunca es un tema. Y lo que siempre se presenta como un fantasma, aparece como chiste.

Ya nadie es viejo. A lo sumo se autopercibe con cosas de viejo, pero no como tal. Y en la era de la autopercepción eso es lo que vale. El viejo es el otro.

No hay cancelación para los chistes sobre viejos.

Sucede en un mundo de adultos que a la mediana edad se apendeja para codiciar la Cajita Feliz de los más chicos y tomar –no sin culpa- un postrecito de vainilla con el sabor más artificial posible. Quizás no lo estén haciendo ahora porque están ocupados recorriendo kioscos para conseguir algún paquete de figuritas del Mundial. Escasean, como todo.

Su contraparte son los niños adultizados que cargan con la solemnidad propia de un chico al que su padre le prohíbe que juegue con sus viejos muñequitos de He Man. Son niños cansados que nacieron con la vida empezada. Están con la agenda cargada de actividades, pero se hacen un tiempito para ocuparse de sus padres. No hay chistes sobre ellos. Al menos podríamos buscar otro eufemismo para nombrarlos (¿qué tal “niños mayores”?) y darles una cobertura preventiva, una especie de PAMI infantil.

Tita Merello.

¿Cómo habrá sido Mirtha de chica? Hay registro de eso. Mirar fotos de Mirtha joven puede ser un ejercicio desolador para los pregoneros de la ancianidad ajena que ni en su sueño más luminoso podrían alcanzar aquel rango de belleza a ninguna edad. También sucede con cualquier foto antigua, incluso las propias. Y las de los muertos: todas interpelan al contemporáneo con una mirada grave que parece decir “acá me ves soplando las velitas de cumpleaños como si nada pasara, como si no hubiera sabido que un día me iba a morir”. No causa gracia, mejor hagamos un chiste.

Ya nadie es viejo. A lo sumo se autopercibe con cosas de viejo.

Siempre hay un fetiche de la vejez. Durante años fue Tita Merello. Las hinchadas de fútbol cantaban a sus rivales: “X va a salir campeón el día que Tita Merello salga en pelotas por televisión”. No había memes en aquel tiempo, pero la vejez del otro ya causaba gracia.

Mirtha tomó la posta como si estuviera viviendo de yapa, con el yogur vencido. Asumió el rol con entereza y gracia, quizás hasta le guste. Pero el chiste cesará el día que la diva ya no almuerce más. Los candidatos a tomar la posta todavía miran para otro lado, aunque hayan sido comensales –y sobrevivientes- en su mesa.

Siempre hay un fetiche de la vejez. Durante años fue Tita Merello.

El catálogo del humor tiene cada vez menos páginas. Cada uno de los ofendidos hizo el ejercicio de tachar lo que no corresponde, y quedó poco (¿para cuándo los cuentos sobre ofendidos?). Pero los chistes de viejos siguen ahí, para hacer reír a los inmortales.