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Economía

La muerte no tiene remedio, pero la vida, un montón 

¿Qué dice de un país que una de sus familias más acaudaladas haya consolidado su riqueza a partir de la venta de medicamentos masivos que a su vez son los más caros de cada especialidad?

medicamentos roemmers

La convocatoria para la ceremonia de este viernes pasado por la noche sorprendió a los más de 200 invitados. Habían recibido una invitación póstuma del magnate Alberto Roemmers para concurrir al exclusivo Hotel Alvear a un encuentro que estaba previsto que se hiciera una vez que él muriera, y que tenía por objetivo “celebrar la vida”. El hijo del fundador del imperio farmacéutico que produce cinco de los 10 medicamentos más vendidos de la Argentina falleció el domingo 14 de agosto a los 96 años. Y menos de una semana después, ahí, en el mismísimo salón donde tantas veces se reúnen hombres de negocios y políticos, esta vez estaban los miembros de su familia y los principales dueños de empresas del país mirándose las caras en un encuentro al menos particular. 

Cinco de cada 10 medicamentos que se venden el país llevan el envase amarillo con la R en el cuadradito negro.

No fue un velorio. Nadie lloró. Roemmers había planeado todo en secreto con los dueños del lugar, incluido el menú. Poca mayonesa, que no le gustaba. Había dejado indicado que no tenía que haber oradores y que si alguien le decía a algún miembro de la familia algo así como “lo acompaño en el sentimiento” debían responder en todo caso “el sentimiento es de felicidad”. A la entrada había una gran imagen de él con su esposa de toda la vida, Hebe Coleman. Dejó estipulado también que se sirviera una sola bebida toda la noche: el champán Veuve Clicquot. Veuve en francés significa “viuda”. 

En los días previos, una ceremonia austera en el Cementerio Alemán, una catarata de avisos fúnebres y algunos obituarios formales habían configurado la despedida más tradicional de la mayor fortuna de la industria nacional de los laboratorios: con 2400 millones de dólares de patrimonio siempre fue el único de su rubro que aparecía en el top ten de los rankings que elabora la revista Forbes. No es poco en un universo donde tallan apellidos como Bagó, del laboratorio del mismo nombre, o Sigman, del grupo Insud. 

¿Qué dice de un país que una de sus familias más acaudaladas, protagonista habitual de fiestas, casamientos, galas benéficas, conciertos en el Teatro Colón o competencias náuticas haya consolidado su riqueza a partir de la venta de medicamentos masivos que a su vez son los más caros de cada especialidad?

Familia top. Alberto Roemmers (el segundo desde la izquierda) murió hace una semana. Dejó una fiesta sorpresa póstuma para más de 200 invitados que se hizo el viernes en el Hotel Alvear.

“Fue un hombre muy hábil”, describen quienes lo enfrentaron como un competidor. Su fuerte, dicho por todos, fue aprovechar los vericuetos legales de ayer, hoy y siempre para copiar fármacos del exterior, reproducirlos con muy buena calidad y a escala para venderlos en el mercado local y en la región y -fundamental- desarrollar una estrategia de marketing tan agresiva que logró en muchos casos hacerle creer al público y sobre todo a los médicos, que sus medicamentos eran los originales, y hasta los únicos posibles.

El caso testigo puede ser el del Amoxidal, la copia del Augmentin que había lanzado el laboratorio Glaxo en 1981 y que hoy en la Argentina casi que ha reemplazado al término de la droga en cuestión, la “amoxicilina” que te indica el médico cuando te duele la garganta, por ejemplo. Después de la copia y la producción masiva, todo puesto en la comunicación, la publicidad, el marketing sobre los que prescriben el remedio. “Vos le preguntás a un doctor y puede llegar a estar convencido de que Amoxidal es el original”, reflexionaba ayer mismo un hombre que lleva décadas en la industria. Una empresa omnipresente hasta el último detalle. Digna de un tipo que armó el menú de la cena que quería para el día después que espichara. “En una época, el primer estetoscopio de una generación de médicos fue un regalo de Roemmers”, recuerda otro hombre de la industria. Los cartelitos de los consultorios o la señalética de muchos hospitales públicos y privados hablan: fondo amarillo y cuadradito negro con la R, el logo del laboratorio.

Su fuerte, dicho por todos, fue aprovechar los vericuetos legales de ayer, hoy y siempre para copiar fármacos del exterior.

De igual manera, también han vendido hasta el hartazgo otra versión de la amoxicilina como Optamox. El enalapril y el losartán, dos drogas para la hipertensión, los popularizaron como Lotrial y Losacor. La combinación de propinox clorhidrato y clonixinato de lisina para los dolores del intestino lleva por nombre para todo el mundo el de Sertal Compuesto.

“Roemmers hizo la diferencia también porque tuvo las plantas más impresionantes de su época y lo hizo años antes que otros”, agrega un investigador de uno de los pocos competidores que están en el olimpo de los gigantes argentinos. Llegó a ser el segundo mayor laboratorio de Sudamérica, sólo superado por EMS, de Brasil, según la firma IQVIA. En las categorías donde se especializa, su producto casi siempre es el más recetado.

“El tipo resumió todo lo bueno y lo malo que se dice de la mayoría de los dueños de los laboratorios que representa CILFA”, la cámara de la industria local. La reflexión es del investigador Martín Langsam, que completa: “Son defensores de la industria nacional, en general poco innovadora y tendiente a la colusión de precios, pero al mismo tiempo se la puede pensar como una suerte de moderador -muy sui generis- de los precios de los medicamentos internacionales”. Justamente desde CILFA, su director ejecutivo, Eduardo Franciosi, lo ensalza como el “continuador del legado de su padre” y como hombre clave en la expansión en Latinoamérica de la empresa, al tiempo que subraya que contribuyó -según su visión- al “acceso de la población a los medicamentos”.

Imperio, pero a qué precio

La compañía fue fundada en 1921 por Alberto Roemmers padre, que fallecería en 1972. Desde entonces, su hijo homónimo tomó la posta hasta que en los últimos años fue delegando el día a día de la gestión en manos de Eduardo Macchiavello, el actual CEO. Sus hijos están en el directorio: Pablo y Alberto Jr., más cerca. Alejandro, también, aunque siempre es más noticia por sus libros, sus fiestas como la multimillonaria que hizo en Marruecos cuando cumplió 60 o porque lo estafan en España con la promesa de producirle una serie. Christian, el cuarto, murió en 1998 en un accidente en parapente. Justamente en una presentación de Alejandro en la Feria del Libro este año había sido la última vez en que toda la familia había estado en público.

El imperio Roemmers incluye cinco plantas en todo el país, con una capacidad de producción de 85 millones de unidades por año. Tiene el control de su propia distribuidora de medicamentos, Rofina, una pieza clave para el sistema de comercialización de fármacos que existe en la Argentina, donde desde la fábrica hasta la farmacia se nubla todo en una catarata de precios con descuento que hace que nadie sepa el margen real de nadie. Roemmers es dueña además junto a Insud de la firma Maprimed, que elabora materias primas, y en la última década potenció su presencia en productos de venta libre. Entró en el laboratorio Gramón y luego compró Elisium. Tal vez eso no diga nada, pero en cambio sí es más claro decir que ahora las presentaciones superpopulares como Melatol, Merthiolate, Mejoral, Oralsone o Coltic aportan para el gigante. En un reordenamiento general, además, ahora maneja a través del holding Siegfried toda su presencia en América latina. 

Roemmers es la muestra más potente de un fenómeno particular de la Argentina: tiene industria farmacéutica, algo que en el resto del mundo no pueden exhibir más de una decena de países. ¿Es motivo de orgullo? ¿Es para celebrar? ¿O es un garrón porque implica que un grupo de tipos consiguen capturar una renta gracias a la protección del Estado en materia de patentes a costa de que la población pague medicamentos más caros que en el resto del mundo? 

Copias populares. El modelo Rommers, explicado: reproducción en escala de medicamentos que ya existen y promoción al mango hasta convencer a médicos y pacientes de que son los originales.

Es una discusión eterna. Obviamente que la Cámara Argentina de Especialidades Medicinales (Caeme) o la Cámara Argentino Estadounidense (Amcham) te van a tirar por la cabeza informes que hablan del atraso en investigación de los laboratorios nacionales, y tienen informes sobre que con las versiones locales de drogas que han tenido patente en el exterior no se abaratan los precios. Pero también CILFA te va a devolver otros trabajos mostrando la locura de los costos de la salud en el mundo cuando dejás todo en manos de los gigantes internacionales. La pandemia -si por un segundo no pensamos en los tongos que siempre están- mostró que, con todos los peros, el haber tenido industria local suma posibilidades de respuesta ante una emergencia.

“Las firmas de capital local mantuvieron durante años más del 50% de las ventas, algo poco común en naciones en desarrollo”, apunta Daniel Maceira, profesor y director del MBA Salud de la Universidad de San Andrés. “Ello fue producto de la ausencia de una ley de propiedad intelectual en el sector que facilitó la copia temprana y lanzamiento al mercado de productos durante décadas”, añade y concluye: “Más allá de esta protección implícita, el capital nacional logró ser competitivo en términos de investigación e incluso innovación”.

La pandemia mostró que, con todos los peros, el haber tenido industria local suma posibilidades de respuesta ante una emergencia.

“Somos socios del Estado”, cuenta la leyenda que le dijo una vez Alberto Roemmers a un periodista que se le acercó en un contexto muy particular: había ido al casamiento del ex ministro de Salud del gobierno de Carlos Menem, Julio César Aráoz. La protección regulatoria frente a las patentes y la posibilidad de contar con el OK del ente regulador Anmat como sello para copar con sus productos el continente, han sido claves para el crecimiento de la compañía. Luego, con el trabajo de comunicación y seducción que se vio hasta en la fiesta para la eternidad de este fin de semana, logró instalar sus productos tanto en la cabeza de los médicos como en la demanda de las familias y así poder cobrarlos entre 40 y 100% más caros que la competencia.

Es loco, pero la muerte de Roemmers llegó justo en momentos en que la cámara CILFA, como contamos en este panorama la semana pasada, lanzó un spot publicitario que es casi un homenaje, con el eslógan “la marca es tu derecho”. Además, el deceso del magnate farma casi coincide con el vigésimo aniversario de la ley de genéricos en la Argentina, una norma que se aprobó el 28 de agosto de 2002.

Claves para el crecimiento: la protección regulatoria frente a las patentes y la posibilidad de contar con el OK del ente regulador Anmat como sello para copar con sus productos el continente.

Aquél había sido un intento del Estado por conseguir que se rompa justamente lo que hizo grande al finado Alberto: la lógica por la que los médicos inducen al paciente a comprar la versión más cara de una droga porque es la más conocida, la que hizo más marketing, o la que trabajó más el lobby sobre el universo de clínicas y sanatorios. Desde el Ministerio de Salud reconocen que no consiguen que se cumpla a rajatabla y que intentan corregirlo al menos cuando se trata de medicamentos que financian obras sociales o prepagas. Ahora, si no le ponen el principio activo, no estará segura la cobertura.

El viernes, en una farmacia del Gran Buenos Aires, la amoxicilina de Roemmers (Amoxidal 500 por 14) se vendía a $1019,89. El del laboratorio Lepetit costaba $563,86. El enalapril de Roemmers (Lotrial por 30 comprimidos) costaba $1090,74. La versión de Savant, $696,63.

A celebrar la vida.

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