“La foto no se mueve”, le dijo la nena a su mamá con el celular en la mano. Apenas podía sostenerlo. Lo apoyó sobre una mesa ratona para estar más cómoda y puso uno de sus dedos índices a disposición de la pantalla. Insistió. Tocó varias veces como para darle play, pero la imagen quedó quieta en el rectángulo. “No anda”, dijo. Era una foto.
La escena transcurre en la sala de espera de un consultorio pediátrico en la que varios chicos están interactuando con la pantalla de algún celular cedido por sus tutores adultos. Las imágenes de todos tienen movimiento, son videos. “Quedate quieto” es un mandato repetido que se hace efectivo con la contemplación de un movimiento ajeno. Funciona.
El scroll es infinito y la previsualización de los videos está seteada para los ansiosos. No se trata de una atención hacia ellos, sino de una condición, de un diseño. Las cosas ya están empezadas, sólo transcurren. Tampoco terminan.
Sabíamos que en Instagram los videos desplazarían a las imágenes fijas. Ya ocurrió. Ganó TikTok.
Sabíamos que tarde o temprano esto también ocurriría con Instagram. La red optimista que empezó siendo un álbum de fotos de cosas bellas comenzaría a moverse. Y los videos desplazarían a las imágenes fijas. Listo, ya ocurrió. Ganó TikTok.
Como una masa madre que se infla sola, El Algoritmo –esa deidad pagana en la que no hace falta creer para ser devoto- logra el milagro de imponer sugerencias. Todo parece una elección propia. Los videos tienen prioridad, y las fotos –fijas y quietas como son- quedan en el lugar de la pausa indeseable.
No hay tiempo para detenerse en detalles. La mirada en continuado ya viene diseñada así. No es culpa de nadie. No es causa de nada. No viene de ningún lado. No va a ninguna parte. Pero se mueve, y eso acá es lo único que importa.
Así es como el escenario queda disponible para los vendedores ambulantes que ofrecen sus productos y servicios en el puñado de segundos que Instagram les ha facilitado. No es necesario que los sigas, aparecen solos. Lo curioso es que es un mercado en el que los que venden son muchos más que los que compran. Pero tampoco hay tiempo para detenerse en ese detalle. Circulen, por favor.
Ahora en la sala de espera del pediatra, la nena juega con la cámara del celular en modo selfie. Lo que antes hacía el espejo, ahora lo hace la pantalla. Posa con su mejor perfil, ya sabe hacerlo. Y le pide a la madre que le saque una foto. Seguro saldrá movida.