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Columnistas

El futuro ya no es lo que era

supersónicos

A esta altura del siglo XXI ya tendríamos que tener nuestro robot personal. Lo que empezó como una promesa infantil de los años ‘50 fue tomando cuerpo en las décadas siguientes. La idea de que el futuro tecnológico sería automático y estaría regido por computadoras cada vez más grandes tenía una lógica que permitía alimentar expectativas de ocio. No sucedió.

La tecnología se desarrolló achicándose. Los botones, las palancas y las perillas fueron desplazados por una sola pantalla multipropósito. Y todo el imaginario del siglo XX quedó aplastado debajo de ese rectángulo negro. Perdón, Julio Verne.

“Mientras más grande, más poderoso”, es el razonamiento de un niño que piensa en defensa propia, como cualquiera. Desde la infancia todo lo que se ve es futuro, es más grande y tiene más poder. Y para jugar es importante que el juguete sea lejano: los chicos del siglo XX jugábamos con robots, los del siglo XXI juegan con dinosaurios. En algún momento hubo un cambio de expectativas. El futuro ya no es lo que era.

Hacer menos cosas para tener más tiempo de ocio fue la idea rectora de todo lo que se volvió automático. Y también hacer menos esfuerzos en asuntos que pueden atenderse solos fue un paradigma de aquel movimiento. 

Los chicos del siglo XX jugábamos con robots, los del siglo XXI juegan con dinosaurios.

Así la manivela de la ventanilla del auto fue reemplazada por el levantavidrios eléctrico, el portón del garaje se hizo automático y el lavarropas evolucionó para lavar y centrifugar solito. La acumulación de pavadas automáticas permitía pensar en un futuro más relajado. En las últimas tres décadas del siglo XX todo lo que podía hacerse automático se hizo: fue el boom de los contestadores y de los cajeros automáticos. Y hasta la Corte Suprema encontró su mayoría automática en los ’90.

 Julio Nazareno, el juez de la mayoría automática.

Todo el tiempo y el esfuerzo ahorrado por la automatización del mundo debe estar depositado en alguna parte. Si la promesa era ahorrar tiempo cabe preguntarse en qué ventanilla se cobra el tiempo ahorrado. Cómo es posible que ya transcurrido casi un cuarto del siglo XXI la queja más habitual de los mortales siga siendo que el tiempo no alcanza. Y no sólo eso; que cada vez hay menos tiempo. ¡Devuelvan los ahorros (de tiempo)!

El control remoto fue otra ilusión para una vida que era concebida en torno al televisor. Ahora ambos artefactos se disputan la mirada de los arqueólogos más precoces. Debe ser difícil ser un objeto y perdurar en el tiempo con la misma eficacia con la que fue concebido. En ese cuadro de honor permanecen triunfales el tenedor, el cierre relámpago y el limpiarabrisas (que casi tiene la misma edad que el automóvil).

Cómo es posible que ya transcurrido casi un cuarto del siglo XXI la queja más habitual de los mortales siga siendo que el tiempo no alcanza.

Pero del robot propio ni noticias. Desde el balcón del siglo pasado este siglo se veía con máquinas automáticas, autos voladores y robots personales. Esa era la promesa de todas las series y películas futuristas. Como si se tratara de un chiste de mal gusto, aquella aspiración del robot personal sólo fue atendida por algún que otro privilegiado que ya tiene su aspiradora robotizada. Si se trata de aspiraciones, aspira sola. Nada más, el resto es deuda.

En la Argentina se habla poco del futuro. En el resto del mundo también. Pero en Argentina también se habla poco del resto del mundo. 

Cuando el futuro emerge como tema lo hace en forma de amenaza: con el cambio climático, las pandemias, el dólar futuro y las ficciones distópicas al estilo Black Mirror. Quizás sea por eso que en estas vacaciones de invierno la gran atracción de Tecnópolis haya sido, otra vez, el parque de dinosaurios.

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