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Columnistas

Cecilia Payne, la mujer que dedujo la composición de las estrellas en su tesis doctoral

Cecilia Helena Payne nació un 10 de mayo de 1900 en la ciudad de Wendover, Reino Unido. Estudió botánica, química y física en el Newnham College de la universidad de Cambridge, pero no recibió ningún título porque la institución no entregaría licenciaturas a mujeres hasta el año 1948.

Cautivada por el espacio, y consciente de que en Reino Unido no podría pasar de profesora, Cecilia decidió mudarse a EEUU en 1922 para participar en un programa de Harvard a cargo del astrónomo Harlow Shapley, que incentivaba a las mujeres a desempeñarse en estas áreas. A las trabajadoras de este observatorio se las conocía como “las computadoras de Harvard”, porque se ocupaban de examinar y pasar a papel ―con lápiz negro― las fotos en vidrio que los telescopios sacaban del firmamento.

Entre 1885 y 1927, primero a cargo de Edward Pickering y luego de Shapley, estas mujeres registraron la posición y el brillo de una cantidad inconcebible de estrellas, lo que permitió hacer grandes avances en este campo. Crearon un método para medir distancias en el espacio y descubrieron galaxias y nebulosas, a pesar de que eran contratadas porque les pagaban mucho menos que a un hombre.

Luego de un año trabajando en este programa, en 1923, Cecilia consiguió una beca para estudiar astronomía en el Radcliffe College de Harvard, siendo una de las dos únicas mujeres. Aunque no tuvo problemas para convertirse en una de las alumnas más destacadas del curso, no estaríamos repasando su historia si no hubiese escrito una tesis revolucionaria.

Para ese entonces, habíamos resignado hace mucho nuestra posición en el centro del universo e intentábamos acostumbrarnos al hecho de que somos un planeta más que orbita una estrella como tantas otras. Pero no sabíamos bien qué materiales formaban a estas, tan es así que el filósofo Auguste Compton había dicho a mediados del siglo XIX que, “nunca sabremos de qué están hechas las estrellas”.

La comunidad científica creía que tenían una composición similar a la de los planetas, algo bastante vago, si tenemos en cuenta la cantidad de elementos que hay en el nuestro y las diferencias que este presenta con nuestros vecinos del sistema solar. Pero esta explicación se ajustaba a los espectros distintos que obtenían cuando apuntaban sus telescopios a cada una de ellas. A los 25 años, en su tesis doctoral titulada “Atmósferas estelares, una contribución al estudio de observación de las altas temperaturas en las capas inversoras de estrellas”, Cecilia propuso que todas estaban formadas por los mismos materiales, principalmente hidrógeno y un poco de helio. Y no solo las estrellas, lo mismo aplicaba para todas las entidades que flotaban en el espacio.

A los 25 años, en su tesis doctoral titulada “Atmósferas estelares, una contribución al estudio de observación de las altas temperaturas en las capas inversoras de estrellas”, Cecilia propuso que todas estaban formadas por los mismos materiales, principalmente hidrógeno y un poco de helio.

Para llegar a esta conclusión, Cecilia utilizó la ecuación de ionización del astrofísico indio Meghnad Saha para interpretar los espectros y deducir que las variaciones que estos presentan se deben a diferencias de temperatura y no a una composición distinta. Es decir, que todas las estrellas están compuestas por hidrógeno y helio, solo que tienen distintos tamaños y temperaturas.

Cuando su tutor Henry Norris Russell evaluó la tesis, dictaminó que el razonamiento era brillante, aunque sus propuestas entraban en conflicto con lo que la ciencia sostenía en ese momento. En su disertación definitiva, Cecilia dejó su descubrimiento tal cual, pero aclaró que la conclusión era probablemente errónea. Cuatro años más tarde, en 1929, con nuevos experimentos mediante, el propio Russell se ocupó de comunicarle a Cecilia que sus predicciones eran correctas y decidió también publicarle el trabajo. El astrónomo Otto Struve la calificó un tiempo después como “la tesis de astronomía más brillante de la historia”.

Cecilia Payne

Aun así, no le dieron un puesto oficial porque el presidente de Harvard de aquel entonces―Lowell Abbott―, juró que ninguna mujer accedería a una catedra mientras él estuviese vivo. Por esta razón, Cecilia se mantuvo como asistente técnica del Harlow Shapley, puesto que ocupaba desde 1927.

Algunos años más tarde, en una gira por Europa, Cecilia conoció a Sergei Gaposhkin, un astrofísico ruso bastante reconocido en aquella época. Luego de que le consiguiera una visa para vivir en EEUU, se casaron en 1933 y en los años siguientes tuvieron tres hijos.

En 1956, la universidad le otorgó el puesto de profesora asociada y le dio la dirección del Departamento de Astronomía, lo que la convirtió en la primera mujer en acceder a esta posición en Harvard.

Ese fue un buen año para la flamante pareja, y para todos, en realidad, ya que Lowell Abbott dejó de ser el presidente de Harvard. Para su disgusto, su profecía no se cumplió, porque el día que murió, Cecilia ya tenía el puesto oficial de profesora hace varios años, desde 1938. Un poco tarde, pero el resto del reconocimiento llegó. En 1956, la universidad le otorgó el puesto de profesora asociada y le dio la dirección del Departamento de Astronomía, lo que la convirtió en la primera mujer en acceder a esta posición en Harvard.

Cecilia Payne fue una de las astrónomas más destacadas de la historia y trabajó en Harvard hasta 1966, año en que se retiró. Siendo una estudiante, dedujo la composición de las estrellas a través de un razonamiento tan complejo que sus evaluadores no lo pudieron seguir. Esas mismas autoridades creían firmemente que no merecía un título. Casi sesenta años más tarde y pese a tantos ejemplos como este, las mujeres siguen recibiendo una remuneración más baja por el mismo trabajo que un hombre.