El 28 de junio de 1969, el barrio neoyorquino “Greenwich Village” se vio sacudido por una serie de revueltas callejeras que devendrían memoria fundacional para el activismo queer estadounidense y global. La situación de homosexuales, lesbianas y trans no era fácil en Estados Unidos. En la posguerra temprana el macartismo los había perseguido y expulsados del sistema de empleo público. Varios estados penalizaban legalmente la sodomía (legislación que se mantendría en algunos casos hasta el 2003) y las redadas a bares del ambiente y las detenciones masivas ocurrían con frecuencia.
El contexto de la conflictividad social de los años 1960, la emergencia de las nuevas contraculturas juveniles, del movimiento contra la guerra de Vietnam y la radicalización del movimiento afroamericano abren la posibilidad de un cambio revulsivo. Las revueltas -impulsadas por una redada policial en el bar Stonewall Inn- desencadenan la reacción del barrio que se organizó construyendo barricadas, y luchando con piedras contra la policía. Esta revuelta callejera inició un proceso de politización que en los años siguientes se encarnaría en la formación de cientos de organizaciones queer para devenir luego hito iniciático en las memorias del movimiento gay global.
El bar era frecuentado por homosexuales afeminados y travestis latinos, negros y de clases populares, pero también por prostitutos, hippies y jóvenes sin recursos.
La memoria es una construcción contemporánea que responde a tensiones políticas y jerarquías presentes. El bar era frecuentado por homosexuales afeminados y travestis, mayoritariamente latinos, negros y de clases populares, pero también por otros marginales: prostitutos, hippies y jóvenes sin recursos, también víctimas preferentes de la violencia policial y la marginación social. El protagonismo que estos grupos tuvieron ha sido frecuentemente olvidado, tal como puede observarse en la película Stonewall (2015), en la cual los personajes principales son gays blancos de clase media. Stonewall también es recordado como el evento que habilitó la visibilidad gay, en contraste con un pasado en el que se imagina a los homosexuales como seres avergonzados y ocultos. En contraposición con estas memorias, estudios como Gay New York, de próxima aparición en español por la editorial Prometeo, muestran la presencia de una cultura marica que ocupaba gozosamente el espacio público hacia principios del siglo veinte, casi un siglo antes de Stonewall.
En Argentina, las primeras organizaciones son anteriores a Stonewall y la efeméride les resultó irrelevante a sus activistas por más de una década.
Generalmente, Stonewall es representado por el sentido común como el momento fundacional del movimiento queer mundial. Estas hipótesis “difusionistas”, según las cuales la concientización política y el progreso cultural se habrían iniciado en el norte global y desde allí fluido hacia el resto del mundo, son hoy muy criticadas tanto por sus implicancias políticas como por su desajuste con la realidad fáctica. En Argentina, las primeras organizaciones son anteriores a Stonewall y la efeméride les resultó irrelevante a sus activistas por más de una década.
Nuestro Mundo, primera organización argentina y latinoamericana fundada en 1967, tenía orígenes ajenos a Stonewall. Estaba compuesta casi exclusivamente por trabajadores sindicalizados del gremio del correo, y muchos de sus fundadores eran tucumanos que habían migrado recientemente a la capital. No es casual que el activismo queer emergiera al calor del sindicalismo, y no de la influencia política de eventos estadounidense: en los sesentas, las tensiones por la prescripción del peronismo convertían a los sindicatos en uno de los principales actores políticos.
En 1971, Nuestro Mundo converge con otras agrupaciones en el Frente de Liberación Homosexual. En el marco de la radicalización política de la época, esta agrupación opta por acercarse a la izquierda peronista, intentando mostrarse ante ellos como un aliado válido en la lucha revolucionaria. En el marco del antiimperialismo del período que se plasmaba en consignas como “ni yanquis ni marxistas”, la celebración de una efeméride norteamericana era difícil. Líneas similares siguieron luego la mayoría de las organizaciones latinoamericanas del período, como la brasileña “Facção Homossexual da Convergência Socialista” ligada al trotskismo morenista o el Frente de Liberación Homosexual mexicano, fundado por Nancy Cárdenas y asociado al Partido Comunista.
Esto no significa que el activismo norteamericano no haya tenido ninguna influencia. En Argentina, por ejemplo, se rescató la línea política más compatible con el contexto local. Contraintuitivamente quizá, tomó la experiencia de las Panteras Negras, una de las organizaciones afroamericanas más radicales de los Estados Unidos. La identificación del activismo queer argentino con las Panteras fue posible por varios motivos. Por un lado, se compartían objetivos y diagnósticos, ya que las panteras proponían armarse para defenderse de la represión policial en el marco de la lucha de clases contra el capitalismo. Por otro lado, se propone la misma política de alianzas: las Panteras habían construido un puente con la izquierda estadounidense, planteando una unidad revolucionaria para derrocar al capital que provocaba admiración en los homosexuales politizados de Argentina. En otras palabras, mientras que Stonewall aparecía como una revuelta callejera inorgánica, las Panteras proporcionaban un programa anti-imperialista que además ofrecía una línea política radical con objetivos que el FLH compartía.
La identificación del activismo queer argentino con las Panteras Negras fue posible por varios motivos.
El activismo argentino recién empezó a pensarse en relación con el mito fundacional stonewalliano hacia la década de 1980 junto al abandono de las alternativas anticapitalistas para enfocarse en la lucha contra el VIH y las demandas tendientes a la ampliación de derechos, para las cuales las organizaciones del norte global eran un interlocutor obligado. A partir de los noventa, la marcha del orgullo comenzó a organizarse el 28 de junio. Simultáneamente, la fundación de Nuestro Mundo se resituó en las memorias en el año 1969, luego de Stonewall, reinscribiendo al movimiento argentino en la épica global, a pesar de que sus activistas incansablemente testimoniaron haber empezado a reunirse antes de 1967.
En síntesis, habría que problematizar el cliché de Stonewall como chispa fundacional global, porque las transformaciones sociales sufren avances y retrocesos, responden a lógicas globales complejas y no se difunden del centro a la periferia: muchas veces, sociedades sometidas a condiciones similares en el marco de la globalización y la uniformización del capitalismo, generan procesos similares de politización y de cambio cultural.
Esto no significa negar la importancia que tuvo Stonewall, sino analizar los usos y la productividad política de los modos en los cuales lo memoriamos. ¿En qué medida entender al norte global como faro civilizatorio nos ayuda a entender los procesos que llevaron el viernes pasado a la ilegalización del aborto en Estados Unidos luego de 50 años, o el ataque armado contra un pub gay en Oslo que el sábado acabó con 2 personas asesinadas y 20 heridas? En contraposición a la épica civilizatoria que plantea la occidentalidad y europeidad como condición para una expansión de los derechos que se representa como unidireccional y evolucionista, debemos detenernos a analizar las lógicas globales que generan avances y retrocesos en diversas partes del globo, así como recuperar las luchas radicales, tan importantes en Estados Unidos como a nivel global, y que hoy han sido olvidadas.
Texto de Santiago Joaquín Insausti, sociólogo. UBA, Universidad Autónoma de Barcelona, Asociación Argentina para la Investigación en Historia de las Mujeres y Estudios de Género.