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Columnistas

Entender lo que pasó o saber lo que vendrá

Empachado de datos que no construyen información, el niño toma el atajo del sesgo de confirmación. La más cómoda de las confirmaciones, la de los prejuicios. Grieta, ¿estás ahí?

Como si se tratara de uno de esos juegos infantiles de opciones compulsivas sobre las preferencias, es casi seguro que la mayoría de las personas prefiera saber lo que vendrá a entender lo que pasó. Es un dato, otro más.

Claro que los asuntos se vinculan entre sí, y que todo es relativo, y que depende del contexto; pero así no juegan los chicos. Una cosa o la otra, tenés que elegir. En ambos casos, lo que está en el centro de la escena es la información.

Cada vez hay más datos disponibles y nuevas y variadas formas de procesarlos. Sin embargo, el futuro sigue siendo una conjetura incierta, y el pasado un cúmulo de versiones provisorias sobre las que no hay acuerdo. “Dale, tenés que elegir”, insiste el niño que entendió rápido el juego.

Todo lo que se construye hacia el futuro se hace con los datos del pasado. No hay otra cosa disponible. Y así es como se toman las decisiones. Porque ya vendió tres funciones, Fito Paéz agrega una cuarta. Porque las encuestas le dan muy bien, Javier Milei se lanza a hacer un acto en un estadio del Conurbano para unas 15 mil personas. Puede fallar.

Porque ya vendió tres funciones, Fito Paéz agrega una cuarta. Porque las encuestas le dan muy bien, Javier Milei se lanza a hacer un acto en un estadio del Conurbano para unas 15 mil personas. 

Con los datos no alcanza. Para reducir la incertidumbre y afinar el cálculo de la probabilidad hace falta contar con algo que los ordene. En el libro La señal y el ruido, su autor Nate Silver señala que “a veces la acumulación de información nos lleva a ver patrones allí donde no los hay”. Suelen sumarse más datos (inútiles) a un balde que ya está rebalsado. Con todos esos datos las encuestadoras hacen proyecciones sobre los que nunca rinden cuentas. El pronóstico fallido se autodestruye en pocos segundos. Pero los datos siguen acumulándose uno sobre otro, como van cayendo.

“Así no se puede jugar”, dice el niño que ya se aburrió por tantas dilaciones. Y empachado de datos que no construyen información (ni mucho menos conocimiento) toma el atajo del sesgo de confirmación. Se trata de una forma muy extendida de prestar atención solamente a aquellos datos que confirman lo que ya sabíamos -lo que ya opinábamos- pasando por alto los datos que podrían ponerlo en riesgo. Ni más ni menos que la más cómoda de las confirmaciones, la de los prejuicios. Grieta ¿estás ahí?

El mapa nunca se coteja con el territorio y hay una cantidad creciente de datos para analizar. Pero la cantidad de verdad objetiva se mantiene relativamente estable. En otras palabras, el mundo sigue siendo más o menos el de siempre. Y, sin embargo, abundan los pronósticos y las proyecciones con una sobreabundancia de datos astrológicos con ascendente en el error.

“¿Qué preferís, entender lo que pasó o saber lo que vendrá?”, insiste el niño que, aunque no lo sepa, ya intuye que el profeta es más popular que el historiador.