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Cultura & Espectáculos

Permafrost, de Eva Baltasar: una novela contemporánea

Eva Baltasar

Pocas cosas logran penetrar el Permafrost, y Eva Baltasar lo hace evidente; a lo largo de toda la novela el personaje, su alter ego quizás, discurre entre permitir que los sentimientos la atraviesen y evitarlo, en partes iguales.

Habla de sexo, claro; básicamente se detiene en él a lo largo de todo el libro, página a página va desgranando su deseo, sus deseos, cuales son los motores que mueven su libido y de qué forma la traslada a actos, en pasos veloces de tiempos hacia atrás y hacia adelante

Eva es lesbiana, lo advierte desde el inicio e, incluso, explica con detalle de orfebre no solo sus fantasías, sino las sensaciones que recorren sus dedos ante el cuerpo ajeno, la redondez de los pezones jóvenes de alguna persona que la subyuga, trenzamientos de cuerpos en largas sesiones de encuentros amorosos, disquisiciones sobre la sexualidad femenina, masturbaciones lujuriosas y elecciones de vida que ella atribuye a disoluciones familiares, corrimientos afectivos y necesidad de marcar distancia con la figura agobiante y levemente insoportable de su madre, portadora de una amplia gama de soluciones farmacológicas y discursos constantes sobre lo que esta mal y lo que esta bien.

"Su voz me estremecía con violencia y me consumía con la rapidez de un mechón abrasado por un cigarrillo. Todo mi cuerpo se encogía y se enroscaba en un instante, agredido por su acento. Lo revivo ahora al describirlo y millones de células, en mi interior, se pasan cubos de agua encendida para ir a apagar no se qué fuego. Veloces y ciegas."

Impenetrable Eva cuando se trata de profundizar los afectos, distante y áspera; nada afecta a que el sexo se convierta en un acto de permanencia amorosa, de dependencia. Implacable buceadora en los pliegues del deseo y militante de la distancia: "He tenido amantes fabulosas, pero nunca me lo han parecido tanto como el día en que las he dejado"; cultivadora de la construcción de una autopista de transito rápido entre el orgasmo y los deseos suicidas, a los cuales apela indiferentemente una y otra vez como salida necesaria para una angustia que retorna constantemente. Suicidio discursivo, claro, porque no lo lleva al acto en ningún momento.

He tenido amantes fabulosas, pero nunca me lo han parecido tanto como el día en que las he dejado.

Eva Baltasar, Permafrost

Eva es lesbiana, hay cierto solaz en eso, referencias constantes, apelaciones en cada capítulo y reflexiones que transitan del cuerpo a la idea y viceversa. Interesada en la música y amante del arte contemporáneo: transitan por el texto desde Warhol a Mattisse, y de Degas a Pollock, porque hay formas de la pintura que son orgásmicas, que explotan en el cuerpo como en las telas, que revientan como baldes de colores sobre el lienzo dejando formas extrañas que colorean los sentidos, la imaginación y las ideas. Allí se unen la pintura y el deseo, las formas.

Y el sexo, siempre, porque el sexo, dice, la aleja de la muerte.

Se ata y desata de los cuerpos con facilidad, casi con gracia; en una vida que nunca sabremos si es la que quiere, pero de la cual goza, en la que se registra perfectamente, mientras pasan los brazos, los dedos, las piernas, los ojos cerrados y las texturas que abrasan el relato, mientras cierto vacío existencial acompaña al texto como un barco sin rumbo en medio del océano.

Y mientras tanto el sexo.

"Todo en ella proclamaba feminidad: la cabeza rapada y rubia como un coño terso recién rasurado, los ojos de hielo roto, los pechos largos y constantes como lenguas en reposo sobre la gradería de sus costillas, los pezones remangados, las piernas y los pies suavísimos y monocromos como extremidades de un kamasutra clásico. Y la lengua… Su lengua era otra persona, esclava de mi placer, que convivía con ella. Me hablaba, me follaba y seguía hablándome."

Permafrost es un viaje a la cabeza de la protagonista, que es ella misma; una permanente escena de sexo con preguntas. Un tratado sobre el amor moderno donde los hombres están disueltos y desaparecidos y las mujeres se autoabastecen afectivamente; mujeres que no luchan por nada en especial, pero sufren. Mujeres honestas con ellas mismas, consecuentes en sus decisiones, que odian el compromiso, activan su sexualidad a diario, intensas y egocéntricas.

Gozan de la literatura en la campiña verde, y a pesar de ser egocéntricas e intensas, pelean a la muerte sembrando de vida el mundo de lo cotidiano: "No soy una adicta al sexo, aunque pienso en él, pienso en como seria tener sexo con mujeres que me cruzo por la calle y me resultan atractivas, me masturbo casi cada noche. El sexo me aleja de la muerte".

Permafrost es un viaje a la cabeza de la protagonista, que es ella misma; una permanente escena de sexo con preguntas.

Una historia contemporánea, la circulación entre el hedonismo, los placeres carnales y la mismísima fantasía de la desaparición física

Eva Baltasar construye una novela sibarita y egoísta, repleta de imágenes poéticas, con los deseos del personaje, o de ella misma, claro. Permafrost nos habla de la libertad entre el cuerpo, el sexo, el yo; habla de si misma, conjuga su propio verbo, y luego de muchas tribulaciones organiza un mundo que la contiene y la cobija.

Un texto trabajado alrededor de la sed del deseo, mordaz y de un constante humor negro, directo y agudo; una búsqueda con el objetivo de encontrar felicidad en medio de un mundo que solo produce ansiedad y frustración. Una novela contemporánea.

Baltasar, Eva. Permafrost. Random House, Buenos Aires.