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Columnistas

Reeditan Watertown, el “disco maldito” de Frank Sinatra

25 años después de haber inventado la figura del ídolo amotinador de hormonas de señoritas adolescentes, Sinatra intentó aggiornarse con una obra conceptual melancólica y grabada de forma distinta a las anteriores. Fue un fracaso, pero hoy se la revaloriza como un triunfo del Sinatra intérprete.

Harry Styles tiene 55 años. Quedaron muy atrás sus días de ídolo juvenil pero -por suerte para él y para sus fans, que también crecieron- supo reconvertirse como artista adulto y mantenerse vigente. En su discografía reciente hay álbumes excepcionales y otros no tan logrados, pero puede decirse que nunca pasó vergüenza (salvo por uno o dos singles que ahora, con la perspectiva del tiempo, se arrepiente de haber grabado una década atrás). El problema es que en los últimos tiempos apareció un grupo que revolucionó la música popular y convirtió todo lo que venía de antes en obsoleto, con lo cual al británico se le alborotó un poco la brújula. Tuvo un par de hits muy grandes últimamente, pero también se lo notó ansioso por aggiornarse, un tanto desperfilado en su afán de mamar de la teta de ese nuevo estilo musical que venía conquistando a su público de antaño: los jóvenes. Así las cosas, grabó un disco bastante diferente de lo que había hecho hasta ese momento, y el resultado fue desastroso: acostumbrado a vender muy por encima de las seis y hasta siete cifras, en Estados Unidos apenas arañó las 30 mil copias. Desanimado, Harry sintió que no tenía más para darle al show business y se jubiló.

Nada de esto pasó, desde ya. No con el ex One Direction, que recién tiene 28 y está en la cresta de la ola con el flamante Harry's House. El párrafo con el nombre cambiado es un intento de que -salvando cualquier distancia que pudiera haber entre los dos cantantes- millennials y centennials tomen real dimensión de lo que le pasó a Frank Sinatra en 1970 con Watertown: un cuarto de siglo después de haber inventado la figura del ídolo amotinador de hormonas de señoritas adolescentes (allá por 1945 Frank era el Harry Styles original, con todo y su grupo de fanáticas gritonas llamadas sinatratics), La Voz había reencauzado su carrera y hasta le competía con chances a los Beatles, que venían de demoler todo lo que conocíamos del pop (“Strangers in the Night” le había birlado a “Paperback Writer” el número 1 del chart de Billboard en 1966, por ejemplo). Sin embargo, el cambio de década lo encontró haciendo por primera vez un álbum en el que cantaba sobre pistas orquestales pregrabadas, con una historia lacrimógena como eje conceptual. Las escasas 30 mil copias vendidas de Watertown, el elepé en cuestión, fueron el hecho maldito que le hizo pensar a Sinatra que estaba acabado, gracias a lo cual se retiró de la música. Sin embargo, por suerte el tiempo todo lo cura: Frankie se amigó enseguida con el micrófono y Watertown logra, a 32 años del desliz, una remasterización y un relanzamiento dignos del hito que no llegó a ser.

Harry Styles tiene 55 años. Ansioso por aggiornarse, grabó un disco bastante diferente y el resultado fue desastroso. 

“Ahora apreciado como una obra maestra del drama y el sufrimiento por amor”, reza la gacetilla de prensa en la que se anuncia la versión deluxe que acaba de publicarse (puede escucharse con sonido renovado en plataformas de streaming y también se puede comprar en vinilo o CD con nuevos liner notes y otros chiches carísimos). Es clave el “ahora” en esa oración: en marzo de 1970, mientras Bridge over Troubled Water de Simon & Garfunkel dominaba el chart de álbumes de Billboard, Watertown se arrastraba para llegar a la posición número 101, una tragedia comercial para un artista de la talla de Sinatra (es el único disco suyo que no entró al Top 100). Vale decir que la crítica no se ensañó con el álbum: tuvo reseñas favorables y algunas adversas, pero no fue uno de esos trabajos a los que la prensa condena al fracaso. La no valoración de Watertown fue cien por ciento popular. Algo de lo que proponía no cuajaba con lo que se esperaba de Sinatra.

¿Cuál pudo haber sido ese factor de discordia? Para empezar, el concepto del disco no era precisamente un canto a la vida: usando las letras de las canciones como monólogos reflexivos, Sinatra se ponía en el lugar de un hombre abandonado con dos hijos a cargo por su mujer, seducida por las luces de la gran ciudad. No era la primera vez que el Chairman of the Board grababa discos con temáticas tristes: In the Wee Small Hours of the Morning (1955), Where are You? (1957), Sings for Only the Lonely (1958) y No One Cares (1959) son colecciones de canciones de desamor y soledad que, con todo, fueron celebradas tanto en las revistas como en las disquerías. Acaso la gran diferencia de Watertown es que no daba respiro: las diez canciones del original (en la reedición en CD del 94 se le agregó una versión de “Lady Day” como bonus track) comparten un tono desolado que en sí no es otra cosa más que un triunfo del Sinatra intérprete, que entendía la psicología del personaje que encarnaba y cantaba como la lírica lo pedía. Además, a diferencia de las otras obras maestras, no se trataba de una recopilación de canciones con una temática en común sino de un relato con introducción, nudo y desenlace desarrollado entre el primer y el último tema: una película en formato audio (de hecho se barajó la posibilidad de un filme sobre Watertown, cosa que se descartó por el magro interés que despertó).

Como decíamos, también fue atípico porque Frank no grabó sus partes mientras la orquesta tocaba en vivo en el estudio como lo había hecho hasta el momento y lo seguiría haciendo después: las pistas de Watertown se registraron en julio del 69 y Sinatra puso la voz en agosto (hubo una toma extra en octubre). El cambio de productor y arreglador se sintió: tras haber trabajado con Nelson Riddle y Don Costa, el artista se encomendó a Bob Gaudio, que -a diferencia de los mencionados- venía del pop-rock por ser miembro del grupo Frankie Valli & The Four Seasons. Las letras estuvieron a cargo de Jake Holmes, quien tiene un pergamino rockero notable: es el autor de “Dazed and Confused”, la canción que después grabó Led Zeppelin.  

Sinatra se ponía en el lugar de un hombre abandonado con dos hijos a cargo por su mujer, seducida por las luces de la gran ciudad.

Así, el relato se iba armando de track en track: “Watertown” funciona como intro para establecer el escenario, “Goodbye (She Quietly Says)” nos pone en autos sobre la partida de la mujer de marras, “For a While” le habla de frente al olvido como herramienta de resiliencia, “Michael & Peter” nos informa que hay chicos de por medio en esta disputa, en “I Would Be in Love (Anyway)” el protagonista intenta perdonar a su esposa, “Elizabeth” es una declaración de amor tardía, en “What A Funny Girl (You Used To Be)” se asume al fin el adiós con un recuerdo amoroso, “What’s Now Is Now” nos informa sobre un tercero en discordia, en “She Says” aparece una carta en la que la esposa fugitiva parece querer volver y “The Train” demuele esas esperanzas con un baño de realidad. No faltan quienes interpretan que la mujer no se fue, sino que murió: de una u otra forma, el clima del disco es siempre sombrío.

Watertown salió en marzo del 70. La audiencia no acompañó, las críticas positivas no alcanzaron a eclipsar a las negativas y Sinatra se sintió humillado. Dio algunos conciertos en Inglaterra con Count Basie, grabó unas canciones de soft rock (“Close to You” de los Carpenters, “Leaving on a Jet Plane” de John Denver) y las juntó con un puñado de colaboraciones con Tom Jobim para el disco Sinatra & Company (1971) y en junio del 71 anunció su retiro de la música.

Afortunadamente para los argentinos que lo verían en el Luna Park y el Sheraton diez años más tarde, el descanso le duró poco a Frank. En 1973 hizo un especial de televisión y retomó los shows. Su álbum de regreso fue Ol’ Blue Eyes Is Back (1973), que recorrió el camino opuesto a Watertown: la prensa lo miró de reojo pero el público salió disparado a comprarlo, fue Disco de Oro y se metió al Top Ten de Billboard. Era una triple vuelta para Sinatra: al swing, a los escenarios y al éxito. Así, aquel “disco maldito” pasaba a la historia como una excepción, como algo de lo que no se hablaba hasta ahora que la industria musical -esta vez con buen tino- decidió darle una segunda oportunidad.

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