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Columnistas

El flan podría desplazar al café en los bares

Llegará el día en que los mozos entiendan a la distancia la seña universal del flan sin la mediación de ninguna palabra.

“Mozo, un flan por favor”. Cuando ese es el único pedido, el desconcierto se apodera de la situación. Hace meses vengo haciendo la experiencia en distintos bares de la República del AMBA y la reacción siempre es la misma: “¿Qué más?”. Nada más, flan solo.

Está instalado que para hacer tiempo en un bar se pide café. El pedido sale automático y la escena se repite hace años sin contratiempos. No hay que dar explicaciones. El hábito urbano del cafecito se mantiene hace décadas pese a la evidente caída en la calidad de la infusión; algo que viene dándose en forma pareja y sostenida en casi todos los bares.

El sabor del café es un recuerdo difuso que asoma de vez en cuando entre la borra de los cafés quemados que se sirven en todas partes. Para atenuar el impacto, como acto reflejo en legítima defensa, se viene propagando la costumbre de pedirlo cortado. Pero una nueva amenaza asoma en el firmamento: lo cortan con leche fría.

El hábito urbano del cafecito se mantiene hace décadas pese a la evidente caída en la calidad de la infusión.

Muy distinto es el caso del flan. Su calidad es de aceptable para arriba en cualquier bar decente. Es increíble que ocupe un lugar parecido al de una banda soporte que sólo puede lucirse entre los postres. Una estrella gastronómica recluida en las últimas páginas del menú. No puede ser, hay que hacer algo. ¡Mozo!

Los mozos tienen un ángulo de visión de unos 30 grados. Por eso es tan difícil entrar en su campo visual para hacer un pedido. Pero, vencidos todos los pruritos de los buenos modales -tras gestos ampulosos y señas expresionistas-, el mozo acude a la mesa.

Ese es el momento para hacer tambalear el statu quo del cafetín de Buenos Aires: pedir un flan, y nada más. Es cierto que para reemplazar al café habrá que sortear los obstáculos de toda la burocracia mitológica que la infusión supo construir en buena ley.

Le costará al flan hacerse de esos pergaminos. No hay un solo tango que lo nombre, es verdad. En cambio, son innumerables los que nombran al café en sus letras. No alcanzará con hacer un simple enroque de palabras para que el flan acceda por fin a los privilegios de la infusión a la que los bares no saben honrar. “Llovía y te ofrecí el último flan” es una alteración poética del tango “El último café” que resulta inadmisible.

Por el aspecto inestable y tembloroso del flan, han profanado su nombre para designar a cualquier portador de convicciones débiles y acciones titubeantes.

Por su aspecto inestable y tembloroso, han profanado su nombre para designar a cualquier portador de convicciones débiles y acciones titubeantes. En cambio, el café cuenta con el espesor profundo y temperamental de su negrura. La disputa es despareja, pero no imposible.

Habrá que ir de a poco. Por cada cita, un flan. Allí donde haya un coffee break, instalar la idea de un flan break. Un flancito para hacer tiempo. Otro flancito de gentileza para la espera. Un flan para acompañar un momento difícil. El flan del encuentro y el flan de la despedida. Un flancito de parado. Flanes aquí y allá, a toda hora y en cualquier esquina. “Che, comámonos un flan” dirá alguien para reunirse a hablar de un asunto peliagudo.

Llegará el día en que los mozos entiendan a la distancia la seña universal del flan sin la mediación de ninguna palabra.

Y así, como quien no quiere la cosa, llegará el día en que los mozos entiendan a la distancia la seña universal del flan sin la mediación de ninguna palabra. El pedido se hará automático, y por la fuerza de la costumbre quedará exento de cualquier exigencia de calidad. Será entonces cuando todos podamos decir “Mozo, lo de siempre: un flan”.

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