¿Es posible decir algo sobre la guerra que no se haya dicho?, ¿describirla con palabras nuevas, con frases que no parezcan gastadas?
Es posible.
Velibor Colic revienta los lugares comunes, los ametrallas, los destroza en un texto que no tiene adjetivos, carece de metáforas, fotografía la guerra en primera persona, nos obliga a poner la vista donde desearíamos que nunca se detenga.
Una guerra que podría ser cualquier guerra, un horror que es todos los horrores.
En Los Bosnios este voluntario original y posterior desertor repasa la muerte en todas sus formas posibles. ¿La muerte?, a veces incluso, llega a lugares peores que ella, porque la guerra puede ser peor aun que la muerte misma. Puede ser peor, mucho peor.
Sarajevo descosida a metralla, Mostar y su histórico puente, en el que sus jóvenes mostraban exhibían su hombría lanzándose al vacío de las aguas frías y profundas, pulverizado por los obuses que se gritan en bocanadas asesinas a un lado y otro del río Neretva.
Una guía de la oscuridad humana, un texto de aniquilaciones, de relatos de vidas destrozadas, almas reventadas, historias explotadas y cuerpos desvencijados. Bosnia, un relato de todos los horrores posibles.
Delatores, desertores, asesinos, violadores, locos, criminales, sádicos, herejes. Una galería que invita a preguntarse si hay una miseria luz posible cuando la espiral de la violencia se acelera.
"La muerte sorprendió a Simo Cajic con los ojos abiertos de par en par. La bala que lo mato fue disparada por uno de sus compatriotas, mientras toda Bosnia agonizaba entre las llamas". Pequeñas historias, mosaicos, Colic nos mete en el horror a partir de pequeños personajes de pueblo, el empalamiento del jorobado Adem, el cuello cortado de manera democrática al gitano Ibro y a toda su familia, Zigra el acordeonista que tuvo la maldita suerte de chocar su cabeza contra un ubus, dejando los acordes en el viento durante varios segundos, la niña desnuda en la mezcladora de cemento y decenas de pequeños horrores que nos adentran en la miseria más espeluznante, más descompuesta.
Delatores, desertores, asesinos, violadores, locos, criminales, sádicos, herejes. Una galería que invita a preguntarse si hay una miseria luz posible cuando la espiral de la violencia se acelera. Un texto donde los mínimos gestos de humanidad están perdidos en medio de la sordidez, de las vidas destruidas, cortadas por la metralla de los que eran, hasta pocas horas antes hermanos, parientes, compañeros de botella de una tarde de domingo o goleadores del mismo equipo.
"Aquel día, en Donji Kladari, los croatas y los serbios habían combatido cuerpo a cuerpo. En un pequeño bosque de nogales, el croata Pero, miembro del Consejo de defensa Croata, se encontró con un soldado que no conocía Llevaban el mismo uniforme, hablaban la misma lengua; refugiados detrás de un árbol, se fumaban el mismo cigarrillo. Dime amigo, nos estamos fumando Stellascigarrillo juntos, pero aun no nos hemos presentado. ¡Soy Boro, serbio de Crkvina…¡Por toda respuesta, Pero disparo una salva con su fusil automático".
Un libro en el que cada texto, minimo, es una lápida abierta que nos interroga.
En épocas en que las balas vuelven a sembrar los campos de Europa no esta de mas meterse en las agrias páginas de este libro, porque, como dice Colic en el Poscriptium: "No hay nada de glorioso en la muerte de un joven en el frente, sea de un bando o de otro".