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Columnistas

La huella animal, una mirada salvaje desde el transfeminismo

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Por AAIHMEG

El 29 de abril es el día del animal en nuestro país. Esa efeméride rememora la gesta del jurista Ignacio Albarracín a favor de los derechos animales que luego diera lugar a la Ley Sarmiento sancionada en 1871. Es un motivo de festejo que celebra los avances en derechos de proteccionismo y de concientización: el cariño que desplegamos cotidianamente a mascotas, el rescate de perros y gatos callejeros, el cierre de zoológicos, la lucha contra la crueldad en la matanza de animales o en la exhibición pública de la doma de potros.

Pero esta conmemoración en el calendario nos posibilita un recuerdo más efusivo aún: las complejas tramas que vinculan a humanos y animales, el problema de la tierra, los entornos ecológicos y los espacios de lo natural, las especies compañeras y las redes de parentescos posibles.

Nuestras tradiciones culturales apuntan a la virilidad blanco masculina del gaucho o del patrón de estancia (y en su derivado más reciente, del patrón agroganadero) que se propone domar el campo y las vacas.

Una tradición de pensamiento humanista y occidental ha concebido a la humanidad separada del mundo, del entorno salvaje natural y separada espacialmente de los animales y vegetales. Nuestras tradiciones culturales apuntan a la virilidad blanco masculina del gaucho o del patrón de estancia (y en su derivado más reciente, del patrón agroganadero) que se propone domar el campo y las vacas, los márgenes fluviales y la naturaleza toda. Lo animal es el reverso degradado de lo humano, es decir, es una operación constante de jerarquización, atribución y gestión política de la vida. En los bordes de la especie humana, en esa zona de la animalidad se ubican los zoológicos humanos del S. XIX, la feminidad, la negritud y lo indígena. Sobre ese terrero móvil y difuso de la gradación racial y la jerarquía sexual masculinista es donde se producen y se vuelve a trazar la diferencia entre humano y animal, entre humanos y menos que humanos.

Indianara Siqueira

Bajo esta codificación tradicional, el ser de lo humano se predica en oposición y distancia a la naturaleza que luego conformará una experiencia estética como paisaje y que se concibe, primordialmente, como recurso, extracción, despojo y capitalización productiva. Naturaleza animal y vegetal que se perfila territorio indómito y primordial, a la espera del germen fecundizador occidental. Esta idea de naturaleza estable y disponible para el dominio del hombre se vincula también al “machismo antropológico implícito en la idea de una conquista épica de la naturaleza”. En distintas conceptualizaciones indígenas amazónicas, el mundo está poblado por otros agentes, sujetos o personas –más allá de los seres humanos–que perciben la realidad de manera diferente. El punto de vista humano no es siempre el punto de vista de referencia. El valor de la objetividad y del ambiente suponen una visión monolítica que, en contraste con las conceptualizaciones indígenas, puede expandirse a múltiples naturalezas. Pero seamos más concisos aún. ¿Qué sucede cuando esa naturaleza que pensamos y proyectamos como recurso de extracción estable se deshace en mil pedazos? ¿Qué sucede cuando la crisis ecológica y climática modifica nuestras certezas y certidumbres? ¿Qué otras naturalezas son posibles e imaginables si este suelo que habitamos se está agotando definitivamente?

En distintas conceptualizaciones indígenas amazónicas, el mundo está poblado por otros agentes, sujetos o personas –más allá de los seres humanos–que perciben la realidad de manera diferente.

Hace algunos años, la activista transfeminista Indianara Siqueira arengaba: “Jamás entenderé a los humanos. Ustedes matan y odian a las personas que aman a otras personas solo porque estas no siguen la heterosexualidad obligatoria. Sus ancestros robaron tierras, destruyeron culturas, invadieron territorios, diezmaron a pueblos, violaron y a través de las religiones provocaron odio y guerras, esclavizaron, oprimieron. Ustedes asesinan animales para comer y no ven el dolor y sufrimiento que causan. Les agradezco por haberme destituido de mi humanidad”. Sumados al llamado travesti de Indianara, un abanico de pensadoras, filósofas y activistas feministas y ecológicas que incluyen a Donna Haraway, Rosi Braidotti, Berta Cáceres, Silvia Rivera Cusicanqui y Gabriel Giorgi vienen insistiendo en otros modos de vincularse y entablar parentescos entre animales, plantas, bacterias, minerales y objetos.

Y para agregar más referencias, podemos notar la recurrencia de la cultura contemporánea sobre esta zona de entornos compartidos: La perra, obra de la colombiana Pilar Quintana publicada en 2017, la película La mujer de los perros, de Laura Citarella y Verónica Llinás, estrenada en 2015, Misales, de la uruguaya Marosa di Giorgio, publicado en 1993, o las relaciones interespecies de Las aventuras de la china Iron, de Gabriela Cabezón Cámara, publicado en  2017, o las innumerables referencias en la obra de la brasileña Clarice Lispector y en la escritura de João Gilberto Noll. Una pregunta atraviesa este conjunto: ¿que otro imaginario se conjuga cuando las fronteras de lo humano se vuelven porosas e inestables, cuando el animal ya no es el otro degradado del hombre masculino sino aquello que demarca los confines de lo social, cuando el animal asedia un orden político, económico y social o cuando la vida salvaje pone en guerra la vida de la especie? Como la artista travesti Susy Shock profetiza, no queremos ser más esta humanidad.

Hagamos florecer nuevos compuestos con otros no-humanos, inhumanos, composiciones y nuevas relaciones de parentescos interespecies.

Si vivimos en tiempos de crisis climática y ecocidio, quizás esta sea una oportunidad excepcional para revisar los modos de vinculación con las especies en compañía, es decir, ensayar ensamblajes y espacios de hábitat que desborden las relaciones tradicionales de consumo depredador (comerse al animal), como objetos de contemplación (zoológicos y exhibiciones públicas) e incluso las relaciones de proteccionismo edípico con mascotas (y su industria creciente de veterinarias por doquier). Hagamos florecer nuevos compuestos con otros no-humanos, inhumanos, composiciones y nuevas relaciones de parentescos interespecies, redes sensibles que sean instancia de otras temporalidades, de otras políticas de resistencia al neoliberalismo y otros sentidos potenciales de lo común y de la comunidad.

Texto de Martín De Mauro Rucovsky, crítico cultural y filósofo transfeminista (UNC), Asociación Argentina para la Investigación en Historia de las Mujeres y Estudios de Género.