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Sol Fantin y Si No Fueras Tan Niña, el libro que relata los abusos de un maestro espiritual: "Lo peor ya me pasó"

A los 3 años, su familia la introdujo en una oscura organización espiritual. Su maestro abusó de ella desde los 14. Dos décadas después, Fantin pudo poner en palabras la saga de sometimiento que le produjo daños en sus relaciones y problemas alimenticios. Una historia de curación que está en la Justicia.

Sol Fantín

Desde muy chica la palabra fue su herramienta: escribió poemas, cuentos, hizo el secundario en el Nacional Buenos Aires y lo terminó con muy buenas calificaciones, es licenciada en Letras y profesora. Hoy da talleres literarios, es maestra de grado y escribe un nuevo libro sobre el valor del trabajo en la educación pública. Sin embargo, Sol Fantin tardó dos décadas en poder desencriptar los recuerdos y poner en palabras la violencia sexual que un maestro espiritual de 30 años ejerció en ella desde que tenía 14 años dentro de una organización coercitiva. Entonces, se repite hasta el cansancio una pregunta: ¿Cómo hace una persona que no tiene los recursos que tuvo ella para contar que fue víctima de abuso?

En Si no fueras tan niña (Paidós), la escritora intenta responder esta pregunta desmenuzando un sinfín de conceptos entrecruzados que anularon y minaron su subjetividad a tal punto que, solo después de un profundo psicoanálisis y el acompañamiento de compañeras, logró organizar y contar. “Con este libro recuperé parte de mi vida”, le dijo a Diario con Vos.

Sol le agradeció especialmente a Ana Ojeda, la editora de Paidós

En marzo del año pasado, con el libro terminado y después de asesorarse con una reconocida abogada especialista en violencia de género, Sol entendió que debía hacer la denuncia penal -para la que aportó todos los datos necesarios y la que ahora se encuentra en instancia de investigación-. Hoy reconoce que al firmar, le tembló el pulso. Le generaba una profunda contradicción ( y le sigue generando) que, en caso de que se encontrara culpable a quien estaba denunciando, este ingresaría a un sistema penitenciario en donde no están garantizados los derechos de las personas. Los límites de la Justicia, el punitivismo y la figura de la prescripción para este tipo de casos, son temas que a Sol también le interesa visibilizar. 

Alejada por completo del “ojo por ojo” y sin ningún deseo de que se prenda fuego a la organización como forma de venganza, ella eligió la escritura como el verdadero acto de sublimación. Fantin no revela, ni en el libro ni ante la prensa, el nombre real de la Fundación. Tampoco el de su abusador

Las prácticas espirituales pueden ser el caldo de cultivo de situaciones demasiado peligrosas.

En esta entrevista, la autora habla de cómo fue intentar crecer bajo el confuso sometimiento que imponía una estructura horizontal como la de la Fundación, en donde estuvo -junto a su familia- desde los 3 años. Reconstruye la perversión con la que, con el aval de una líder mujer, un adulto varón se apropió de su cuerpo, sus creencias, su confianza y su inocencia. Cómo fue el proceso para reencontrarse con su deseo y por qué es importante hablar de lo que sucede en estos espacios donde las prácticas espirituales pueden ser el caldo de cultivo de situaciones demasiado peligrosas.

El mandato de clandestinidad

Hay una noción que es clave para explicar por qué esta historia logró ser contada después de 20 años: el mandato de clandestinidad. En palabras de Sol:  “una manera de entender sin entender, de saber sin saber, que caracteriza subjetivamente la experiencia del abuso”.

Autorretrato hecho por Sol a dos días de cumplir 16 años.

¿Por qué hacés hincapié en este concepto?

–Porque, cuando quise empezar a escribir lo que me había pasado, solo podía hacerlo con hechos que empezaban a mis 16, 17 años, donde el vínculo con este señor (Marcos en el libro) ya tenía unos tintes más aceptables para la sociedad. Había sucesos que yo no había contado nunca y que son los que constituyen los delitos más graves: un señor mayor me había captado a los 14 años para después violarme a los 15. 

Los recuerdos estaban ahí, intactos, pero estaban bajo el relato del abusador que a mí me desprotegía absolutamente y me culpaba de lo que había sucedido. Son la vergüenza y la culpa las emociones que operan constantemente.

Además yo escribía, durante mi adolescencia, en verso y con rima bajo el formato de la mística, eso también tiene una suerte de encriptamiento. Ese estilo -que me imponían- era una manera de ejercer control, también sobre el discurso que desplegaba hacia mí misma.

–¿Cómo te referías a él cuando hablabas con tus amigas?

–Había alguien en mi vida para las pocas amigas que tenía en su momento. Pero fue a través de la escritura que comprendí algunos mecanismos: él era reacio a usar la palabra novios, entonces, al no haber un marco vincular, yo no sabía qué era lo esperable. 

Al principio, me iba a buscar al colegio escondido y me decía qué cosas tenía que decir. Además yo no podía entender, por la edad que tenía, por qué insistía en que si les decía algo a mi papá o a mi mamá los iba a hacer sufrir. Esa es la culpa que generan los abusadores en las víctimas y funciona durante décadas.

Los otros noventas: La Fundación del New Age

Sol a los 14 años

La historia de esta casi niña sucede dentro de una familia que a su vez estaba dentro de la organización. En un capítulo del libro, Sol recrea el día en el que Marcos - a quien lógicamente sus padres ya conocían por ser un miembro importante de la Fundación- se presentó en su casa, algunos años después de que comenzara la relación, para obtener cierta aprobación. Más acá, en la reconstrucción de los hechos, aparece el momento en el que ella les cuenta a sus padres lo que le había sucedido.

–¿Qué les pasó cuando les dijiste?

–No fue fácil el proceso que tuvo que atravesar cada miembro de la familia. Hoy en día hay tristeza, resiliencia y conciencia.

Eran los años noventa: lejos de toda esa invasión de marcas yanquis, se podría pensar que estar en una búsqueda espiritual significaba una forma más loable de vivir. Trazando un paralelismo con lo que les sucedió a sus sus padres -que ingresaron en la Fundación post dictadura-, que Sol haya sido captada, en ese momento histórico, es otra forma de leer la misma década . “Este tipo de instituciones explotan muchísima ignorancia histórica, una persona que desarrolló el pensamiento crítico no cae en este tipo de redes. Estoy convencida de que el New Age es una inmensa operación de deshistorización”, analizó.

En un pasaje del libro, Sol dice: En la Fundación, los rasgos infantiles de mi subjetividad fueron galvanizados mediante el pensamiento mágico (...) un universo estético de cuento de hadas que resultó arradosadoramente eficaz conmigo. (...). Era el paraíso perdido de la infancia”.

Estoy convencida de que el New Age es una inmensa operación de deshistorización.

En ese marco de devoción espiritual y resabios de fantasía infantil, un adulto se aprovecha de vos siendo una niña para invadirte sexualmente ¿Cómo describirías esta interrelación? 

–Amor y Dios son palabras que la Ley no contempla, pero tienen muchísimo significado y han sido utilizadas para la opresión ¿ De qué abusa el abusador?, el abusador abusa del amor. Que haya sido un maestro espiritual es un agravante.

Las tradiciones espirituales están llenas de belleza y conocimiento, el tema es el uso que se les da. Yo estudiaba muchísimo en este lugar, que es una organización muy grande. Me sabía libros sagrados de memoria, pero allí, rigurosamente se omitía todo conocimiento a partir del siglo XX, que es cuando se empiezan a hacer cuestionamientos teóricos y filosóficos a los totalitarismos. 

Comer, rezar, amar

Otros de los síntomas de la violencia que vivió Sol se manifestaron en su relación con la comida. El rechazo hacia su propio cuerpo fue acrecentando una serie de desórdenes alimenticios hasta constituirse en un cuadro de anorexia. 

–¿Cómo fue el proceso para volver a comer normalmente?

–A los 23 años empecé a psicoanalizarme porque me desaprobaron el apto físico de la UBA y di con la mujer brillante que me acompaña hasta hoy. Yo no sabía que sufría una enfermedad, era “mi tema con la comida”. Era tal la distorsión de mi percepción que veía a las modelos de los noventas y pensaba: “¿Por qué eligen esos cuerpos gordos?” A través del trabajo de análisis se fue deshaciendo, dejó de ser un problema. A los 25 ya no contaba calorías ni llevaba la cuenta de lo que había comido.

Era tal la distorsión de mi percepción que veía a las modelos de los noventas y pensaba: '¿Por qué eligen esos cuerpos gordos?'

La anorexia es uno de los síntomas más frecuentes en que se expresa el abuso en las y los adolescentes porque la sensación de asco hacia tu propio cuerpo es cada vez más grande. Es un sufrimiento constante, no pensás en otra cosa porque todo el tiempo estás controlando el deseo de comer.

–¿Cómo es tu vínculo hoy en día con la espiritualidad?

–Me llevó muchísimos años dejar de rezar, que ese murmullo desapareciera de adentro mío.

Las prácticas espirituales producen transformaciones en el psiquismo y en algunos casos son comparables a los consumos problemáticos. Muchas veces, en momentos de crisis, tuve la tentación de volver a determinadas prácticas ( meditaciones, repetición de mantras)  que te permiten aislarte del mundo  o sentir determinada sensación de placer o de protección, pero hay un riesgo porque son formas peligrosas de tapar. No hablo de mis creencias, hablo de mis prácticas. 

Las primeras veces que tuve intimidad con muchachos, me sorprendí de lo amables que eran todos.

Tengo un sentimiento muy profundo de  pertenencia al misterio en el que existimos. Desde el punto de vista ético y político soy laica. Pero en última instancia, es cierto, que no sabemos nada sobre la vida o la muerte. Además escribo poesía y para mí la literatura es la capacidad de habitar los interrogantes sin enmudecer.

¿Pudiste volver a confiar, a enamorarte?

– Al ser mi sexualidad invadida muy tempranamente por una sexualidad adulta y violenta, fue muy difícil dejar de sentir que esa dimensión no me pertenecía. Me llevó muchos años poder apropiarme de mi deseo. Yo vivía mi sexualidad como si le perteneciera a otro. Eso trajo como consecuencia una gran dificultad para poner límites, porque no podía reconocer lo que quería y lo que no quería.

Las primeras veces que tuve intimidad con muchachos, me sorprendí de lo amables que eran todos. El "mundo" que me habían pintado tan amenazante era de algodones para mí, comparado con el trato al que estaba acostumbrada y que no había tenido con qué comparar, hasta ese momento.

Es un proceso que sigo transitando. Pude tener una vida satisfactoria profesional pero los dolores más grandes aparecían en mi vida afectiva. Fue la escritura, el estudio y el proceso terapéutico lo que me permitió entender por qué vivía con miedo. Lo peor no estaba en el futuro, lo peor ya me había pasado. 

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