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Columnistas

El tránsito es un desastre pero nadie maneja tan mal

¿Dónde está la gente que maneja mal? Los que estacionan en doble fila en la puerta de los colegios. Los que van por la banquina cuando hay un atasco en la ruta. Los que tocan bocina en los peajes. Los que obstruyen rampas o bicisendas. Los que exceden por mucho los límites de velocidad. Los que hacen lo contrario y van a paso de mula por el carril izquierdo de las autopistas. Los que avanzan con el semáforo en rojo. Los que ponen las luces intermitentes tanto en caso de niebla, de reducción súbita de la marcha, o de cortejo fúnebre (a excepción del propio). Todos ellos no están en ninguna parte.

Siempre son ellos, nunca nosotros. Ni vos. Ni yo.

“Yo manejo mal”, es una frase que no se le escucha decir a nadie. Sin embargo, para lograr el nivel de calamidad del tránsito actual es necesario reunir muchas voluntades. Es raro que nadie haga lo que sucede.

El fenómeno se replica en los baños públicos: la queja unánime por la falta de higiene es disparada al vacío por usuarios impolutos de hábitos quirúrgicos que nunca ensucian lo que tocan. El baño público siempre está más sucio que la persona que lo usa. Ya lo deben construir así, con roña autogenerada por los propios sanitarios.

La Plaza de Mayo se había llenado de gente para vivar al genocida Galtieri, pero nadie estuvo ahí.

Tampoco es fácil encontrar a los evasores de impuestos (pero sí a los que se quejan del déficit fiscal). Ni a los coimeros. Ni a los colados. Ni a ningún otro protagonista de la debacle ética que nunca nos toca en primera persona. No están. No existen.

En los ’90 Menem ganaba las elecciones pero nadie lo había votado. “Yo no lo voté” decían –quizás culposos- los que creían que el 1 a 1 era un empate. En la década anterior la Plaza de Mayo se había llenado de gente para vivar al genocida Galtieri, pero nadie estuvo ahí. Es imposible lograr un testimonio de uno de aquellos manifestantes que agitó la bandera argentina cuando escuchó en persona aquello de “Si quieren venir que vengan, les presentaremos batalla”.

Vivimos entre efectos de causas ajenas. Todos los dedos señalan hacia un lugar en el que no hay espejos. También en los medios de comunicación –como éste- hay columnistas que escupen sus verdades provisorias desde un púlpito de metro y medio. Se quejan y hacen reproches sobre alguien que no está. Dicen ¡qué barbaridad! para que el público asienta con la cabeza y repita el mantra de una queja que nunca lo involucra. Tampoco nadie escribió esta columna. Yo no fui.

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