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Política

Sabina Frederic: "Sufrí más machismo en la política que en las Fuerzas Armadas"

Por Juan Tenembaum

Sabina Frederic, exministra de Seguridad de Alberto Fernández, tuvo un recorrido personal extraño para llegar a ese puesto. Si bien le cuesta asumirse progresista, la antropóloga transitó espacios típicos de esa comunidad política (como ella la define), como la Facultad de Filosofía y Letras. Luego, tomó un camino heterodoxo para una persona que fue joven en los 80': se dedicó a estudiar a las Fuerzas Armadas y de Seguridad, responsables de la represión ilegal de los 70'.

Esa represión la vivió, sino en carne, en casa propia. Su madre era militante de la Juventud Peronista, y por su casa iban y venían –a veces quedándose una semana, a veces solo una noche– compañeros escapando de los militares. Esa particular experiencia, combinada con el asesinato por parte de la policía del joven Ezequiel Demonty en 2002, la llevó a dedicar su vida a estudiar a las fuerzas. Lo hizo desde la antropología social, a través de trabajos de campo que buscaban explicar por qué se seguía haciendo responsables a instituciones ahora democráticas de lo que había sucedido durante la dictadura.

Su madre era militante de la Juventud Peronista, y por su casa iban y venían –a veces quedándose una semana, a veces solo una noche– compañeros escapando de los militares. 

Hoy, la actual jefa de Cascos Blancos insiste con la necesidad de cuidar a las fuerzas y sus agentes, y plantea que hay una "falsa contradicción" entre la mano dura y el garantismo.

—En tu libro hablás mucho de “cuidar” a las Fuerzas Armadas y de seguridad…

—Sí. La demanda operacional tiene un efecto sobre los cuerpos y la psiquis de los funcionarios. En todo el mundo, los casos de “burnout”, estrés postraumático y padecimientos similares superan a los de casi cualquier otra profesión. 

En la Gendarmería, cuando se ampliaron sus funciones, los agentes fueron a barrios a los que no estaban habituados, hiperconcentrados, segregados, marginados, complejos de atravesar cotidianamente. El crecimiento de la gendarmería y la multiplicación de sus funciones tuvo un costo humano muy alto que explica, por ejemplo, la protesta del 2012. 

—¿Cómo se expresó eso en tu gestión?

— Es necesario dar órdenes que puedan ser cumplidas, que no se realicen a costa de un riesgo innecesario, y que no pueden ser a costa de los derechos de la ciudadanía. No son cosas opuestas, son dos objetivos que tiene que cumplir quien conduce una o varias fuerzas de seguridad. Uno tiene que proveer lo que esté al alcance para que las condiciones sean las mejores posibles, y no sacrificar al personal, no romperlo, no quemarlo. 

En nuestra gestión creamos una Subsecretaría de Bienestar, Derechos y Género, además de un Consejo de Bienestar de las fuerzas de seguridad federales, que nos permitió a las autoridades políticas tener una relación más institucionalizada con los suboficiales más modernos

—¿Cuál es la diferencia entre ese cuidado y la actitud de la exministra Patricia Bullrich al bancar, por ejemplo, el accionar del policía Luis Chocobar? 

La postura de Bullrich está más centrada en el show, la dramatización mediática del cuidado. Chocobar no necesitaba que lo defendiera ningún ministro o presidente, tenía que pasar por la Justicia para que establezca la relación entre el Código de procedimientos penales, el concepto jurídico de la legítima defensa y las evidencias de la investigación. Bullrich no tenía ningún interés en cuidar al personal. Si no, no hubiera pasado lo de Santiago Maldonado

—¿En qué sentido el cuidado es anterior? 

—Para cuidar a las fuerzas, hay que hacer muchas cosas antes de que ocurran los hechos. A partir de que algo así pasa, de que hay un enfrentamiento, el cuidado tiene que ver con acompañar al funcionario mientras atraviesa su situación judicial, porque todos somos inocentes hasta que se demuestre lo contrario. Esa es la parte que Bullrich nunca hizo, ni con Chocobar ni con Maldonado, porque dejó sin efecto la investigación disciplinaria del hecho, que la tuvimos que hacer nosotros. 

En el caso de Santiago Maldonado hubo una cantidad enorme de gendarmes para reprimir a ocho personas.

El concepto de Bullrich de lo que es el cuidado es absolutamente cosmético, e inclusive perjudicial, del cuidado que merece y debe tener este cuerpo de funcionarios públicos que, además, no tienen sindicato

—Vos tuviste, desde un primer momento, una posición particular sobre el caso Maldonado. 

—Sí. En ese momento, yo estaba haciendo trabajo de campo en la Gendarmería, transitaba unidades de Santiago del Estero, CABA, la Provincia de Buenos Aires. Tenía conversaciones profundas con el personal y, si bien no tenía certezas, toda la información que iba recogiendo me hacía difícil pensar en una desaparición forzada. Todos los indicios y las evaluaciones de lo que había ocurrido ahí nos conducían en otra dirección, en mostrar que había habido una gran imprudencia, negligencia, se habían mezclado dos escuadrones que no se conocían, los jefes se habían ido… Eran una cantidad enorme de gendarmes para reprimir a ocho personas. 

—¿Cómo se vivió eso en tus otros ámbitos, más progresistas, de la academia o la política? 

—Con mis compañeros, amigos y amigas, traté de no entrar en discusiones. Sobre todo cuando todavía no había aparecido el cuerpo de Santiago. Había posiciones muy cerradas a cualquier explicación alternativa, centradas en que la actuación de la Gendarmería era la repetición de las actuaciones durante el terrorismo de estado, negando las transformaciones que sucedieron en el país durante los últimos 40 años. 

Ese es un razonamiento que exploro en otro libro, Las trampas del pasado, donde muestro que existe una tendencia a anular el tiempo transcurrido y los procesos de transformación política en el mundo militar y policial. Se tiende a pensar como si el pasado aún estuviera entre nosotros.

—¿Cómo funciona eso? 

—Es un efecto que tiene que ver con una estructura de pensamiento político y social traumática, que emerge en algunas personas. Se produce una especie de consenso general sin dar lugar a discusiones. Es un tema muy delicado, porque además está la familia de Santiago, que también insiste con que hubo una desaparición forzada, pese a que el Equipo Argentino de Antropología Forense participó de la autopsia y concluyó que no hubo desaparición forzada.

Durante el tiempo que estuvo desaparecido Santiago hubo muchas movilizaciones, en algunas de las cuales yo también participé. Hay una especie de comunión fundada en hechos del pasado, pero que no necesariamente se reproducen en el presente. El no a la violencia está internalizado en las fuerzas. Hay una inmensa mayoría, sobre todo de personal joven, que sabe qué es lo que está bien, en lo que se ajusta a derecho y las propias convicciones del personal. 

—En tu libro, desarrollás cómo la Gendarmería pasó de las fronteras a ser usada para patrullar los barrios y las villas. ¿La política pasó a entender las vilas como una suerte de frontera interna? 

La Gendarmería se ocupó, en distintos momentos de su historia, de gestionar y administrar a poblaciones periféricas, y algo parecido ocurrió con el desembarco en estas zonas. Se tiende a pensar a los barrios como lugares excluidos o desintegrados, pero hubo muchos estudios que demuestran que son consecuencia del funcionamiento del capital de la desigualdad. Hay un imaginario en los políticos, no sé si de frontera, pero sí de que es mejor tenerlos lejos, que tengan una política especial. Esto se ve en el ingreso de Gendarmería en las políticas sanitarias durante la pandemia.

—¿Cómo fue ser mujer y dirigir un espacio tan masculinizado como las fuerzas de seguridad? 

—Yo ya había tenido la experiencia de ser subsecretaria de Formación en el Ministerio de Defensa, bajo Nilda Garré. Por eso, cuando llegué al ministerio de Seguridad muchos me conocían. Ya había transitado la Policía Federal también y la Prefectura. Yo no sentí grandes problemas, que hubiese un trato muy distinto al que una puede tener en otros ámbitos. La toma de decisión no era necesariamente compulsiva sino que partía de un análisis de la situación en conjunto. 

Los problemas mayores para mí estuvieron en el ámbito político. No es tanto lo que pasa en las fuerzas de seguridad como lo que pasa en la política, incluso sacando lo de Sergio Berni. 

Esa forma de conducir, que contempla la opinión, la aprendí trabajando con las FF.AA., que tienen mucha consideración de la asesoría del subordinado. Eso también fue una marca, que hoy no funciona así. La conducción del actual ministro (N. de R.: Aníbal Fernández) no tiene nada que ver con eso. Los problemas mayores para mí estuvieron en el ámbito político. No es tanto lo que pasa en las fuerzas de seguridad como lo que pasa en la política, incluso sacando lo de Sergio Berni

—¿Es peor el machismo en la política que en las fuerzas de seguridad o las armadas? 

Hay mucho machismo sutil en el mundo político, en el universitario y en el científico. Tiene más que ver con los vínculos interpersonales, la micro relación, el desprecio más sofisticado, sin preguntar… una cierta soberbia. También hay mujeres que reproducen esa forma, de creer que es necesaria una cierta gestualidad para imponer. 

En las fuerzas de seguridad y en las fuerzas armadas hay algo que para el feminismo es muchas veces detestable, que es la caballerosidad. Hay algo muy fuerte de la cortesía del varón hacia la mujer, que puede ser un arma de doble filo: también puede ser una forma de seducción que subordine a la mujer. En lo que hace a las personas que tenían relación conmigo, que eran subordinados, tenían algo que en el mundo de la política no encontré. Por supuesto, hay compañeros que es para sacarse el sombrero, que consideran a las mujeres como pares, pero hay otros que no te consideran pares: otros y otras.

Hay mujeres que reproducen una forma muy prepotente y conquistadora del poder, de ocupar posiciones, sin saber bien para qué. Que arrasan con el otro, no le dan lugar y no consideran su valor. 

—¿Te gusta Rita Segato? 

—Leí y escuché cosas muy interesantes de su pensamiento, y otras que no me convencen. Yo la conocí cuando escribió las Formas Elementales de la Violencia, que emula un libro de Levy Strauss, donde ella trabaja con entrevistas a violadores presos. Pero yo la escuché plantear una concepción según la cual toda forma de violencia es resultado del patriarcado y el machismo, inclusive las formas de la violencia que producen las mujeres, que en ningún caso para ella se debe a formas propias. 

Mi concepción es que la violencia es parte de la humanidad, del mundo humano. El humano es violento o violenta, yo no coincido con que todas las formas de la violencia sean resultado del machismo y el patriarcado, sino que las mujeres también pueden ser violentas, y eso no es resultado del machismo, sino que es parte de la condición humana. Como antropóloga, una puede encontrar un montón de ejemplos donde esa teoría no se verifica. 

—Uno de los principales conflictos que enfrentaste al frente del ministerio tuvo que ver con tu relación con Berni. ¿Cuáles fueron las diferencias que generaron ese choque?

Hay posicionamientos políticos e ideológicos, que se van exacerbando en él, que yo no comparto. Y no soy solo yo. Cada vez hay más integrantes del Frente de Todos que no las comparten. Hay muchas de esas diferencias que son claves, y hacen a cómo ve uno la calle, cómo prevenir el delito, en el corto, mediano y largo plazo. También hay diferencias de estrategia, de cómo llevar adelante una política de seguridad que le mejore la calidad de vida de la gente y no solo atienda la emergencia. Hay diferencias de cómo conducir a las Fuerzas de Seguridad. Pero todo esto se puede conversar… 

Berni hizo de nuestras diferencias un estandarte. 

Él hizo de nuestras diferencias un estandarte. Yo no hice nunca alusión a nuestras discusiones, mientras él lo hacía todo el tiempo. En algún punto son sus diferencias conmigo, no las mías con él. Además, están las estrategias de supervivencia política. Y en el medio, la complejidad de la política de seguridad de la provincia, que no está siendo trabajada a fondo.

—¿Cómo es tu trabajo hoy, al frente de Cascos Blancos? 

—El Ministerio de Relaciones Exteriores es muy distinto al de Seguridad. Si bien tienen puntos de contacto, acá estoy trabajando con todo el mundo del lenguaje diplomático, desde un Ministerio que quedó muy desguazado, que es algo que Santiago Cafiero está tratando de resolver. Se puede ver desde la infraestructura y el equipamiento.

Cascos Blancos es una marca argentina, no hay en ningún otro lado. Con la guerra de Rusia en Ucrania, nuestra misión para ayudar a evacuar población de los países de la CELAC es una herramienta que no tiene ningún país y es sumamente útil. Llevamos gente con mucho conocimiento profesional, que atendieron las necesidades de las personas en el terreno. No había un grupo así en la frontera de Polonia y Rumania, salvo el del gobierno polaco. Tenemos misiones en Bolivia, vamos a hacer una en Mozambique, otra en Haití, una agenda importante también en Argentina. Me resulta muy estimulante ver que podemos mejorar este organismo y dejarlo mejor de lo que encontramos, que es el objetivo fundamental.

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