No fue siempre así. Hubo una época en la que los huevos de pascua estaban vacíos. No traían sorpresa de ningún tipo, porque eran huevos reales.
Lo del chocolate es muy reciente (principios del siglo XIX, ponele). Antes de esa fecha la pascua se celebraba con huevos de aves que eran decorados en los hogares para consumir el domingo. “Tengo los huevos pintados a mano” puede haber dicho alguien en la Antigüedad, ya sea a modo meramente informativo o quizás también como expresión de hartazgo. No hay documentación que permita confirmar este punto.
Lo cierto es que durante la Cuaresma (el período de cuarenta días previo a la pascua) estaba religiosamente prohibido comer carne o cualquiera de sus derivados (una vertiente mística que los veganos debieran aprovechar para hacer su proselitismo). Pero las gallinas, ajenas a cualquier mandato divino, seguían poniendo huevos. Y el stock acumulado durante esos cuarenta días era el que se reservaba para la fiesta pascual.
Ahora, lejos de aquellos tiempos de los huevos pintados, reposan en las góndolas de los supermercados miles de huevos de pascua envueltos por un papel metalizado que quintuplica el tamaño del huevo. No porque lo haga cinco veces más grande, sino porque oculta que es cinco veces más chico. Los más onerosos vienen con una base de cartón para que el huevo se mantenga parado (como el de Colón) y luzca erguido ante un mercado cada vez más exigente y competitivo.
El simbolismo de los huevos de pascua podría haberse provisto de cualquier otro material. Pero fue el chocolate el que –una vez más- se metió donde no lo llamaron. Tarde o temprano todos los productos comestibles terminarán por tener algo de chocolate. Ya sea una cobertura, unas pepitas, un baño, un granizado o simplemente un saborizante, toda la industria alimenticia tiende al chocolatismo. Y los huevos no son la excepción.
Tarde o temprano todos los productos comestibles terminarán por tener algo de chocolate.
Por supuesto que la calidad del chocolate es de lo más variada y la oferta se ha multiplicado hasta el colmo de ofrecer huevos de 70% de chocolate. ¿Cómo es ser 70% de algo? ¿De qué es el 30% restante? Las cosas son 100% o no son. No hay autos que sean 40% auto, mesas que sean 60% mesa, o camas que sean 50% cama (a menos que se trate de un sofá cama, donde la otra mitad la pone el sillón). Pero el extremo de los porcentajes existancialistas de los huevos de pascua lo aportan los huevos de chocolate blanco que logran el milagro de no tener nada de chocolate. Se trata de un manjar hecho a base de leche condensada, azúcar y muy poco de manteca de cacao. Así las cosas, el chocolate blanco es el Papá Noel de los chocolates: no existe. O dicho de otro modo: no tiene nada de lo que es.
Los fabricantes de huevos de pascua tampoco dicen qué hacen con el remanente de los huevos no vendidos. Es claro que no podrían resistir en un depósito a la espera de la pascua 2023. De modo que no es descabellado pensar que todos los chocolates que comemos durante el resto del año estén hechos con los huevos de la pascua anterior. Rompen los huevos para vender siempre.
Así es como en la víspera de la pascua arrecian las ofertas 2x1 en los supermercados. Un gran cartel anuncia la promo del día: “llevando 2 huevos, 50% de descuento en la segunda unidad”. Lo cual, traducido al español significa que cuestan un huevo y la mitad del otro.