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Cultura & Espectáculos

Polémica por el futuro del cine nacional

INCAA

El próximo 31 de diciembre del 2022 se dejarán de destinar los fondos específicos que subsidian al cine nacional. A través del artículo 4 de la Ley 27.432 sancionada en diciembre de 2017, se definió esta fecha de caducidad para la asignación específica de impuestos nacionales a la producción artística.

Esta medida implica que, a fin de año, perderán sus fuentes financieras principales el Instituto Nacional de Cine y Artes Audiovisuales (INCAA), el Instituto Nacional de la Música (INAMU), el Instituto Nacional del Teatro (INT), la Comisión Nacional de Bibliotecas Populares (CONABIP) y Fondo de Fomento Concursable para Medios de Comunicación Audiovisual (FOMECA).

Si se implementa este artículo de la ley, se pone en peligro la sostenibilidad de la producción de cultura nacional. Ante esta compleja situación, el director, productor y guionista de cine, tv y teatro Gustavo Postiglione escribió la siguiente carta pública:

El INCAA y La Invasión de los Ladrones de Cuerpos. La Cultura que no es

Tengo un papel entre mis manos, un posible decreto que nos invita a muchos de nosotros a retirarnos de la actividad cinematográfica, a dejar de filmar o a jubilarnos anticipadamente.

La creación artística, la verdadera producción cultural que sale de las entrañas de los creadores, de la necesidad de narrar, de expresarse, sabemos que va más allá de una suma de dinero y que cuando el artista desea expresarse encuentra la manera.

Hay películas, libros y discos realizados por fuera del sistema industrial y que hoy todavía permanecen como referentes de cada expresión. Pero también es cierto que todo creador, toda creadora necesita comer, necesita vivir de su trabajo. La pasión hace al artista, pero el artista se completa con su dignidad como laburante. Y como trabajador debe tener la posibilidad de ganarse la vida para existir y crear, pero en su propio saber.

Porque el trabajo artístico, así sea pasional, así tenga el necesario espíritu amateur, debe ser reconocido en todos sus derechos. Podemos hacer una película, un disco o una obra de teatro sin dinero o sin recursos, pero eso debería ser la eventualidad de un tiempo en que las circunstancias o las crisis nos lleven a situaciones en donde sea la única manera de establecer las batallas dentro de una guerra cultural que se ya ha sido declarada.

La producción artístico-cultural es parte sustancial de la identidad de un pueblo o una nación y es el Estado, quien debe preservar esa identidad y proteger esa producción. La llamada aldea global ha instaurado una cultura planetaria, donde las miradas pierden identidad, se mimetizan tendiendo a desarrollar un discurso único.

En 1956 Donald Siegel dirigió la película La Invasión de los ladrones de cuerpos, de la que se hicieron varias remakes posteriores, quizás la más memorable es la de Philliph Kaufman que tiene como protagonista a Donald Sutherland.

Siempre recuerdo el final aterrador de esa película. El original surge durante la guerra fría y en pleno macartismo. Rápidamente el argumento del film se transformó en metáfora de la época. Para quienes no vieron la película se trata de una invasión alienígena a través de plantas que se apoderan de los cuerpos humanos transformándose en réplicas sin emociones, plantas con cuerpos humanos. Para algunos la invasión funcionaba como la representación de la paranoia hacia el comunismo, identificando a los alienígenas como la amenaza marxista tan en boga a partir de la pos guerra.

Pero tanto el guionista como el director plantearon la interpretación contraria. Es decir, la invasión representaba el intento del senador McCarthy como el del presidente Eisenhower (tremendo anticomunista) de instalar un pensamiento unificado limitando las opiniones opositoras y ciertas libertades que eran cercenadas por una sociedad ultraconservadora. Sea como fuera una simple película de serie B se transformó en un clásico y a su vez como un potente reflejo de su época.

Las remakes siguientes continuaron esa línea y en cada momento pudieron ser analizadas en su propio contexto.

¿Puede nuestra realidad cultural emular a los ladrones de cuerpos pero desde una perspectiva más realista pero no menos aterradora?

Escena 1. Consagrado director de cine esgrime públicamente un discurso en donde retruca todas las políticas neo liberales y conservadoras que el gobierno de Macri intenta aplicar sobre la cultura. El director defiende con solvencia y una gran oratoria el rol del Estado como garante del desarrollo y protección de nuestra cinematografía.

Escena 2 (algunos años después). El mismo director es nombrado por el nuevo gobierno en un cargo ejecutivo y de gran importancia en la aplicación de políticas culturales.

Escena 3. Luego de una reunión con las plataformas digitales, el director del organismo acomoda sobre una ventana una pequeña planta que los dueños de Netflix le regalaron.

Escena 4. El director se queda dormitado en la silla de su oficina y la planta que le regaló Netflix comienza a apropiarse de su cuerpo hasta tener un doble exacto.

Escena 5. El director del organismo decreta que el cine argentino solo se puede producir en asociación con Netflix, Amazon, HBO, Star Plus, Paramount plus y Apple Plus.

Escena 6 y subsiguientes. Varios funcionarios despiertan en sus casas donde tienen la misma planta y como autómatas encienden la tevé y ponen una y otra vez la película Granizo. Una de las funcionarias, enardecida y eufórica publica en las redes su entusiasmo por el resultado de los clicks de ese film.

Tengo un borrador entre mis manos. Me dicen que es un borrador de las disposiciones que establecen las nuevas políticas de fomento del INCAA. En un mundo de fake news, supongo que lo que leo es otra de esas noticias falsas que se ha propagado entre la comunidad cinematográfica para generar más incertidumbre a la que ya tenemos luego de tantos años de espera por un plan para la reactivación cinematográfica.

Pero hablando con colegas de aquí y de allá, confirmo que este proyecto de decreto que tengo frente a mis ojos es real y si no median cambios, será lo que rija en los próximos tiempos los destinos de la producción del cine nacional.

Esto parece un retroceso previo incluso a la sanción de la ley de cine que actualmente nos rige.

Indignación, ese es el sentimiento que atraviesa, sin distinciones, a quienes de una forma u otra somos parte de esa entelequia llamada cine nacional. Las y los que nos identificamos en este universo sabemos que no bajaremos los brazos ante las imposiciones de funcionarios trasnochados o que han sido usurpados sus cuerpos y sus mentes.

Porque en definitiva se trata de eso, de la usurpación de las mentes. Trabajo que se hace primero con los espectadores para luego llegar a quienes tienen la posibilidad de producir, para terminar en los responsables de las políticas públicas del sector.

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La debilidad intelectual o la fragilidad ideológica genera que personas en las que confiamos para conducir y gestionar la política cultural, comentan estragos que solo son pasibles de adjudicar a un traidor a sus convicciones, a una fragilidad ideológica o a actos que generan dudas sobre la ética de las personas.

Nuestra cultura está desamparada, en algunos meses -si no se reforma la ley vigente- la mayor parte de los fondos que sostienen la producción del cine y del teatro desaparecerán. El mayor problema es que siempre se discute lo urgente para posponer lo sustancial, lo nodal que es la necesidad de una política cultural que exceda la coyuntura, pero que también exceda la centralidad porteña.

Mirar la realidad, interpretarla, tomar el pulso de las sensaciones, de los movimientos y sacudones de la sociedad es parte del sentido del cine.

Transformar esa realidad en momentos, historias, fábulas o simplemente registrarla es parte del sentido del cine. Interperlarnos, entretenernos y cuestionarnos también es parte del sentido del cine. El cine es ese espejo en el que a veces nos gusta vernos y otras tantas preferimos esquivar.

El cine debe ser el único invento tecnológico con una alta carga de romanticismo, pero para las sociedades de hoy ese romanticismo demodé, solo genera pérdidas económicas porque está fuera de los parámetros del marketing.

En qué película contemporánea podría sostenerse las tomas finales de El Sacrificio de Tarkovski sin que estos causen la huida de los espectadores o el plano secuencia final de El Pasajero de Antonioni.

Y esa coyuntura complicada y que nos interpela todos los días para que encontremos una respuesta tiene una incidencia negativa en el desarrollo de la producción cinematográfica. Y al momento de encontrar las respuestas necesarias -si es que se encuentran- hay sectores que seguirán postergados, porque los atraviesa una realidad muy diferente.

Hay películas que se hacen y se seguirán haciendo por fuera de los parámetros industriales y por fuera del sistema, pero son tan nuestras y tan propias que es necesario que un organismo como el INCAA encuentre la manera de integrarlas porque seguirán creciendo a partir de las alternativas que la tecnología y las nuevas narrativas les ofrecen.

Un Instituto de Cine anclado en el viejo sistema no solo va contra el 90  de la producción nacional sino también que por omisión descree de la realidad que impone reglas desde el lenguaje que cuestionan la esencia misma del cine actual. Hay que empezar a ver no solo la coyuntura de hoy sino también la coyuntura del mañana.

La degradación del objeto artístico lo ha transformado en producto para las empresas que definen las pautas del mercado, las únicas hoy, que regulan la actividad cinematográfica y gran parte de la llamada industria cultural.
Hacer y estrenar una película dejó de ser un acontecimiento social, político o cultural.

El hecho artístico hoy solo forma parte de la cultura del entretenimiento y no se lo piensa como parte del acervo cultural y de la identidad de un pueblo. La cultura del entretenimiento está preocupada por los algoritmos, por los likes, por la cachetada de un actor a otro o por los los chismes que llenan los minutos de un programa de tevé.

Hemos perdido la capacidad de entender al cine como un hecho que excede por mucho la sección espectáculos de un diario, de una página web o de un programa de radio o TV. De la misma manera que hemos descreído en la necesidad de una Cinemateca, que es tan importante a la Cultura como un hospital público a la Salud.

El cine argentino pasa una de las tormentas más grandes de su historia en tiempos en los que deberíamos estar imaginando el crecimiento de una cinematografía ya que suponemos que un gobierno de raigambre nacional y popular tendría que ponerse a la cabeza de este cine y sostenerlo en todos sus niveles.

Quizás esta lenta pérdida de la identidad y la entrega de nuestro patrimonio audiovisual a las multinacionales del streaming sea parte del argumento de esta nueva versión De los usurpadores de cuerpos y de mentes.

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