Para entender la importancia de Wayne’s World (El mundo según Wayne, según la traducción local) a treinta años de su estreno hay que empezar por el principio: el programa del que salió.
Saturday Night Live es un hito de la televisión estadounidense. No hay mucho parangón con nada que se haya hecho en la Argentina: tal vez lo más parecido sean aquellos programas de humor corales que hacía la troupe de los uruguayos (Berugo, Espalter, Redondo, Almada, Frade y D’Angelo) en los 70 y 80, como Hupumorpo o Hiperhumor, pero con mucha más corrosividad y sin el componente “familiero”. Está al aire -como su nombre lo indica- en vivo todos los sábados por la noche desde 1975 y por sus elencos pasaron Bill Murray, Tina Fey, Eddie Murphy, Will Ferrell, Chevy Chase, Adam Sandler y, para resumir, el 90 por ciento de los protagonistas de las comedias más taquilleras del cine del 80 hasta hoy.
El formato es de sketches, muchos de los actores tienen personajes fijos que protagonizan esas piezas y los que funcionan se repiten de emisión en emisión durante varias temporadas seguidas. Los más celebrados incluso tienen sus propias películas, pero hay un problema: casi todos los que dan el salto a la pantalla grande, no sólo no repiten el éxito de la tele, sino que terminan fracasando con fuerza en la taquilla y la crítica. It’s Pat, Coneheads, MacGruber, Superstar, Ladies Man, A Night at the Roxbury: todas salieron de sketches de SNL y todas fueron un fiasco doloroso.
Únicamente dos sketches/películas rompieron esta maldición, las dos primeras que se filmaron. Uno fue Blues Brothers, que en 1980 tuvo su muy exitoso filme dirigido por John Landis y protagonizado por John Belushi y Dan Aykroyd (y luego dinamitó su propia leyenda con la secuela horrible Blues Brothers 2000 del 98).
La otra excepción es, cómo no, Wayne’s World.
Solo dos sketches/películas rompieron la maldición del fracaso comercial: Blues Brothers y Wayne’s World.
Si nos vamos a poner rigurosos hay que decir que Wayne, el personaje de Mike Myers, no apareció por primera vez en SNL sino en dos programas canadienses llamados It's Only Rock & Roll y City Limits. Sin embargo, fue en 1989 cuando encontró su formato definitivo: un sketch que simulaba ser la emisión en vivo de un show de la televisión de acceso público, transmitido desde el sótano de la casa en la que Wayne vivía con sus padres en Aurora, Illinois, siempre con su inseparable ladero Garth Algar (la criatura de Dana Carvey). En cada “programa dentro del programa” tenían un entrevistado estelar: el primero fue Leslie Nielsen y con el tiempo por el sofá roñoso de Wayne y Garth pasaron Sting, Debra Winger, Bruce Willis, Sharon Stone, Michael Jordan y muchos más. La visita al sótano de Aerosmith (banda de la que la pareja de conductores era fanática radicalizada) está entre los momentos más recordados de la historia de SNL.
Con semejante repercusión en TV no sorprendió a nadie que en el 92 se decidiera hacer la película, pero -como vimos- el éxito catódico no estaba ni cerca de garantizar que el filme vendiera entradas ni mucho menos que se convirtiera en la obra de culto que es hoy. Hay que indagar, entonces, qué fue lo que llevó a Wayne’s World a recaudar 183 millones de dólares en los cines (con un presupuesto de 20) y a instalarse en el imaginario de una generación (la X, para más datos) para la que, por ejemplo, una erección tiene onomatopeya propia: schwing.
A Wayne y Garth les gustaba el metal y el hard rock clásico de los 60 y 70. En la película deliran con Alice Cooper. Garth escucha “Foxey Lady” de Jimi Hendrix en su mente cada vez que visita la cafetería y ve a su Chica de Ensueño (datazo de color: la rubia se llama Donna Dixon y está casada con Dan Aykroyd desde el 83) y una de las escenas más recordadas incluye “Bohemian Rhapsody” de Queen. Sin embargo, pese a ese supuesto anacronismo, El mundo según Wayne es una película absolutamente grunge, un eslabón más en el quiebre con el hedonismo que supuraba el rock de la década anterior.
El mundo según Wayne es una película absolutamente grunge, un eslabón más en el quiebre con el hedonismo que supuraba el rock de la década anterior.
Todo empieza a encaminarse cuando sabemos que Penelope Spheeris, la directora de la película, venía de filmar el documental The Decline of Western Civilization Part II: The Metal Years (“el declive de la civilización occidental parte II: los años del metal”) en el que, más que nada, mostraba a artistas de la movida metalera ochentosa (Ozzy Osbourne, WASP, el mismo Alice Cooper) emborrachándose y dando pena. La señal estaba dada por la misma realizadora: esta escena había tocado fondo en su propio grotesco, y otra más “seria” venía a reemplazarla.
Este nuevo paradigma rockero, encabezado por el grunge de Nirvana y Pearl Jam pero también por lo que conocimos como “rock alternativo”, venía con la esencia do-it-yourself del punk rock (el programa de Wayne salía, como dijimos, desde el sótano de la casa de sus padres en un canal de acceso público), rechaza al mundo corporativo a veces incluso desde adentro (así como Cobain publicó Nevermind desde el sello de David Geffen y después renegó del éxito, Wayne y Garth vendieron su show a un canal de televisión abierta y renunciaron días después) y aborda una nueva estética general (menos calzas de leopardo y brillos y más camisas leñadoras y remeras estiradas, y no olvidemos señalar que Rob Lowe, el yuppie carilindo, es el malo de la película). Hilando fino, hasta se podría decir que el primer final -ese en el que la banda de Cassandra no consigue el contrato discográfico, rompe con Wayne y se va con el personaje de Lowe, y un incendio destruye el set- es un guiño en el que la apatía de aquel primer lustro de los 90 se impone sobre cualquier happy ending.
El primer final es un guiño en el que la apatía de aquel primer lustro de los 90 se impone sobre cualquier happy ending.
Todo eso, que su humor era mitad inocencia y mitad picardía (pero cien por ciento adolescente en lo que a “edad del pavo” respecta, como Beavis and Butthead pero sin maldad) y el factor industrial de la popularización del video casero en todo el mundo justo por aquellos años, hizo que Wayne’s World, que hoy celebra su trigésimo año de vida, no sólo fuera uno de los pocos éxitos fílmicos de la masía SNL: también se convirtiera en un hito de la generación MTV.