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Columnistas

“Murió la radio”, dijeron en la radio

Pergolini Milei

Por Patricio Barton

Nadie se toma el trabajo de aclarar que ha muerto. Y eso genera algunos malosentendidos en el mundo de los vivos.

Algo de aquello ocurrió por estos días después de que Mario Pergolini dijera –otra vez- que la radio “falleció”. Fue en el marco de una extensa charla en el programa (de radio, claro) de Andy Kusnetzoff. Allí Pergolini hizo un cambio rápido de cadáver: pasó de decir “yo me voy a morir en una radio” a proclamar que “la radio ha muerto”.

Ya sucedió otras veces: se anuncia una muerte, pero el muerto no aparece. El sólo hecho de que esto genere un debate debería ser suficiente prueba de vida.

Pero no vayamos tan rápido (tan rapidísimo, diría el gran Larrea). Que a Pergolini le guste el género de las necrológicas no invalida ninguno de los argumentos –la mayoría sólidos y comprobables- que expuso en la mesa del vigésimo cumpleaños del programa radial de Andy (sí, Mario anima tu fiestita).

Se anuncia una muerte, pero el muerto no aparece. El sólo hecho de que esto genere un debate debería ser suficiente prueba de vida.

Que casi no hay menores de 25 años escuchando radio, que ya no se piensa en formatos radiales ni en programas favoritos, que no existe más una competencia de fuego entre las emisoras porque hay muy poco en disputa, que los nuevos modelos de autos ya son diseñados sin aparatos de radio, que la voz humana estará siempre presente pero en híbridos no radiales… fueron algunas de las cosas que dijo en esa charla, que fue más rica e interesante que el título necrológico.

Entonces cabe la pregunta: ¿por qué cada vez que alguien habla de la muerte de la radio le saltan a la yugular? Quizás sea porque algunas verdades incomodan, pero también porque hay gente mayor de 25 años que increíblemente está viva. Son un montón.

Y muchos escuchan radio (Oyentes, les decimos quienes estamos del otro lado del mostrador). No importa cómo la escuchan, ya sea en el auto, en el celular, por YouTube, en Twitch o en un aparato a pilas, todos participan de un fenómeno vital de encuentro y comunicación.

A esa vitalidad todavía la llamamos radio. Y es tan versátil y tan irrompible que se puede adaptar con pocos sobresaltos a dispositivos y plataformas de toda especie. Está tan viva que hay radio por todas partes. Los podcasts, las radios web, los IRL de Twitch son formas emergentes de lo radial. Hay una gran diversidad de formas radiales en lugares que no son las emisoras tradicionales. Pero no al revés. No existen contenidos de redes, ni influencers virales que se adapten a un formato clásico de radio.

Y entonces ¿qué discutimos? Nada, como casi siempre. La muerte de la radio se viene anunciando desde su nacimiento. Las discográficas, la televisión, internet, cada una a su turno profetizó un final que aún no llega.

Claro que hace mucho tiempo se viene hablando de la crisis de la radio. En la Argentina todo lo que no está en crisis es sospechoso y la radio no es la excepción. Siempre hay audiencias dispuestas a escuchar “contenidos sonoros”, llamémoslos así para que ningún gurú del marketing se distraiga. Pero hacia adentro del mundillo radiofónico tradicional hay muchos otros temas para abordar además de la conversión tecnológica y el recambio generacional.

Esos lazos afectivos que se generan en torno a la radio no se registran en ningún otro medio.

¿Qué proyección puede tener una emisora que se asume como la “hija boba” de un multimedio? ¿Qué nuevos y novedosos programas pueden surgir con el requisito multitasking que se impone como un eufemismo sublime de la precarización laboral en todos los niveles? ¿Qué radio innovadora puede hacer un empresario que proviene de una actividad ajena a la comunicación, como puede ser el petróleo, las represas hidroeléctricas o el delito liso y llano? Son algunas preguntas que tendrían que hacerse antes de organizar el velatorio de la radio.

Las audiencias permanecen ajenas a todos esos conflictos. Pero algún eco de eso les llega; ya sea en forma de aburrimiento, desinformación o hastío (lo que ocurra primero).

Sin embargo, persiste y prevalece un lazo amoroso entre los que hablan y los que escuchan. Puede sonar cursi, porque lo es. Porque eso es cualquier forma de amor que se repite una y otra vez. Es lo vivo de la radio.

Y a esta altura es irrefutable que esos lazos afectivos que se generan en torno a la radio no se registran en ningún otro medio. Tome la forma que tome, el fenómeno radial es antes que nada un hecho del afecto humano. Esa es su vitalidad.

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