Jueves, 18 de Abril de 2024 Algo de nubes 17.4 °C algo de nubes
 
Lunes, 11 de Octubre de 2021 Algo de nubes 17.4 °C algo de nubes
 
Dólar BNA: $913
Dólar Blue: $1025
Columnistas

Perón, mi padrino

Por Costanza Banús

Una tarde caminaban mis padres por las cercanías de la casa de Juan Domingo Perón en Vicente López, en la calle Gaspar Campos. Perón, que tenía una memoria prodigiosa, los ve, los saluda, se acerca y mi diminutísima mano toma su dedo índice; era la inmensidad y mi mano no llegaba ni a la mitad de su contorno. Así tal vez fue para mí siempre, el intento de la ternura tomada de lo inabarcable, como si en esta piel hubiera querido conservar el encuentro con todas las oportunidades, de aquello que es pasado y destino, entre un camino sembrado de brasas, por donde va la vida, que no es un recuerdo, es un legado de narraciones familiares, fotos, artículos de diarios, filmaciones en Súper 8 y el eco de la voz de mi padre contándome entre sus mejores historias: “Qué linda la chinita”, dijo el General. En esa misma conversación acuerdan que Perón sería mi padrino.

El bautismo fue el 18 de marzo de 1974 en la iglesia Catedral metropolitana, en la provincia de Santa Fe. Cuatro años antes del Mundial, 5 meses antes del fallecimiento de Juan Domingo Perón, 6 meses después de asumir la presidencia de la República Argentina, en su  tercer mandato.

A mi bautismo asistieron el doctor Carlos Sylvestre Begnis y el vicegobernador Eduardo Cuello (combinaciones en tensión). Participaron también el ministro de agricultura y ganadería Manuel María Aguirre, el diputado nacional Hipólito Acuña, la vicepresidenta de la Cámara de Diputados de la provincia, Zulma de Vallejos, los senadores provinciales Messa y Allul, los diputados provinciales Del Turco y Jalfin, otros funcionarios provinciales y parte de la familia.

Perón le había dicho por teléfono a mi padre: “me va a disculpar pero ando medio clueco”.

En representación del presidente fue el edecán militar, teniente coronel Alfredo Sebastián Díaz. Unos días antes, Perón le había dicho por teléfono a mi padre: “me va a disculpar pero ando medio clueco”, por eso no podría asistir. Había enviado de regalo una medallita de oro con una inscripción que decía “a mi ahijada”. No sé en qué naufragio familiar desapareció.

Estar en suelo argentino en el año 1974 era caminar sobre brasas: los complejos entramados de todos los poderes y sus modos de ejercerlos estaban en puja. La visita del edecán causó el revuelo pertinente, aunque venía también con el mensaje de "calmar las aguas".

Antes, a fines de 1915, Perón pasó un tiempo en Santa Fe, en el Regimiento 12 de Infantería. Era apenas 2 años menor que mi abuelo, Baldomero Banús, con quien habría entablado una amistad. De aquellos encuentros sabemos poco: se dice que la masonería, el arte y la política eran sus intereses en común. Baldomero fue uno de los creadores de las Escuelas técnicas de Artes y Oficios (muchos de sus proyectos los efectivizó Perón cuando fue presidente). En el año 1946, a los 15 años, mi padre conoció al presidente, gracias a su padre, y desde entonces trabajó en política y gestión cultural toda su vida.

La voz de mi padre contándome entre sus mejores historias: “Qué linda la chinita”, dijo el General.

Una familia apoyando a un gobierno de esas características tenía su costo: no se puede pertenecer al Jockey Club y cuestionar los propios privilegios, no se puede ser de los privilegiados sin ser mal visto por quienes saben del sometimiento, no se puede seguir en Santa Fe en 1955, sobre todo cuando amenazan a tu familia: el resultado es un destierro hacia Buenos Aires que, junto a la proscripción del peronismo, siguen marcando nuestras heridas.

El arte y la política gestan ese otro ADN que nos designa.

Caminar sobre brasas es estar andando en heridas, las llagas de nuestra historia conllevan dolores que se respetan.

Unos años antes, mi familia regresa a Santa Fe. Unos meses después de mi bautismo muere Perón, y parte del corazón de mi padre muere con él, queda sin aquel tótem que admiraba y acompañaba como si fuera un horizonte de lo inclaudicable. Algo de él nunca se recupera de esa orfandad de sueños y proyectos.

Mi abuelo murió en 1967, mi bautismo fue en 1974, mi padre murió en el año 2009.

Sobrevivir es un privilegio que aún conservo, como esta llama que va alumbrando un vivir abrazada, con estas manos ya gastadas, a la ternura y la orfandad.

Está pasando