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Columnistas

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Por Patricio Barton

Hay un lugar en donde cada vida diseña su forma.

Los vivos -esa denominación transitoria y arrogante de los mortales- son todos muy parecidos. Pero hay elementos que le permiten a cada uno delimitarse y marcar así su territorio de ideas, preferencias y consumos. Una especie de algoritmo personal, pero diseñado fuera de la persona.

Gran parte del mundo está construido a partir de las preferencias. ¿Lo prefiere a punto o más cocido? ¿Dulce o salado? ¿El mar o la montaña? ¿Arriba o abajo?  Y así, como si se tratara de unir puntos, se va definiendo un dibujo; un perfil de preferencias y consumos. Las opciones se presentan siempre con la apariencia de una elección libre y personal. Pero el viaje electivo es hacia adentro del menú, y nunca hacia afuera.

En esa baldosa de la vida puede darse el siguiente diálogo:

– Mozo, lo de siempre.

– ¿Quiere lo de siempre como siempre o un poquito diferente?

– Bueno, lo de siempre como siempre, pero hoy un poquito diferente.

– ¡Como nunca!

– No tanto. Como siempre.

Si fuera por los seres individuales, la humanidad no registraría cambios. Pero el mundo es demasiado incómodo como para quedarse quieto. Y lo que antes ordenaba Dios, ahora lo ordena El Algoritmo. Ahí viene el mozo, y trae en la bandeja una segunda oportunidad:

– Mozo, lo de siempre.

– Ahora a lo de siempre le puede agregar nuevos ingredientes hechos a su medida. Usted elige.

– Perfecto, tráigame lo de siempre con esos ingredientes hechos a mi imagen y semejanza.

En el mundo de las preferencias el paisaje es muy parecido a quién lo mira. Y todo el tiempo hay que estar eligiendo entre cosas cada vez más parecidas. El abanico de opciones similares tiene la forma de un origami que en vez de desplegarse se repliega. Parece que se multiplica, pero en realidad se divide.

El abanico de opciones similares tiene la forma de un origami que en vez de desplegarse se repliega".

En todas partes hay huellas de este fenómeno, también en las carteleras de gustos de las heladerías. Cada vez hay más sabores, pero la tendencia multiplicadora no propone tanto nuevas opciones como variantes de lo que ya existe. No aparecen nuevos gustos que le compitan al chocolate, sino nuevos chocolates: chocolate al rhum, chocolate amargo, chocolate suizo, chocolate Bariloche y cualquier otra latitud chocolatosa que expanda la implosión del sabor. Todo tiene el gusto de haber sido elegido personalmente.

Antes para elegir había que mirar hacia afuera y salir de casa. Ahora hay que mirar hacia adentro. La cultura del adentro ganó las elecciones y por primera vez es posible ser libre sin salir de la jaula.

Las sugerencias de Spotify marcan el compás de tu música, y Google sabe lo que estás buscando. Hasta un supermercado es capaz de decirte “Yo te conozco” sin que suene a marketing policial. La banda musical de tu vida está en tu playlist. Aunque no sepas en la playlist de quién está tu nombre. “Me gusta Fulano porque piensa como yo” se le escucha decir a un pescador que pesca siempre en el mismo balde. Y si seguís a rajatabla todas las “Recomendaciones para ti” que ofrecen las redes sociales lograrás que tu círculo de gente sea cada vez más cuadrado. Todos muy parecidos, del palo.

El Algoritmo se propaga por semejanza. Dicho de otro modo: El Algoritmo excluye lo diferente

El Algoritmo se propaga por semejanza. Dicho de otro modo: El Algoritmo excluye lo diferente. Con la info del Big Data la vida se proyecta con los datos que la misma vida provee. No hay misterio. No hay sorpresa. Tampoco hay desencuentro, es cierto. Pero no lo hay porque para que lo haya tendría que ser posible un encuentro previo.

En la proyección de este fenómeno se adivina un futuro homologado. Y hacia allá vamos por un camino lisito y bien pavimentado en el que cada uno de nuestros prejuicios se confirman sin contratiempos.

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