Por Diego Rojas
El mundo entero se vio conmovido por el Nobel de Literatura otorgado a Abdulrazak Gurnah.
-¿Qué quién?
-Abdulrazak, manga de ignorantes.
-¿Y ese tipo?
-Pues un tanzano, es decir un señor nacido en Zanzíbar.
-¿Lo qué?
-Dios mío, con la ignorancia con que hay que lidiar. Vamos más lento. Zanzíbar es una isla del archipiélago de Tasmania en la que nació este señor que decidió ser escritor.
-Ahhhhhh, ¡el demonio de Tasmania!
-Mmmhhhh, bueno, pongamos que sí.
Bien, Abdulrazak fue elegido por el Comité del Nobel debido a la "penetración intransigente y compasiva" (a no confundir, eh, es premio Nobel de Literatura y no de pornografía) y debido a que en sus libros se hace hincapié en "los efectos del colonialismo y el destino de los refugiados en el abismo entre culturas y continentes". Es decir, un premio a las buenas intenciones. Hemos regresado a un tiempo en el que se premiaba el compromiso y no la literatura.
Es conocido que a Borges le fue negado el premio debido a sus declaraciones racistas -hechas en los mismísimos Estados Unidos de la segregación- o su posicionamiento a favor del dictador Pinochet. Es decir, al más grande escritor del siglo XX (y quizás XXI, XXII, XXIII) se le negó el Nobel por ser, digamos, bastante reaccionario. ¿Y su literatura? Bien, gracias.
Hemos regresado a un tiempo en el que se premiaba el compromiso y no la literatura.
No debería sorprender. Alfred Nobel instituyó los premios que llevan su nombre al escribir su testamento que sugería premiar los grandes aportes en Física, Química, Medicina, Literatura y “Paz”. Todo le debemos a Sigmund Freud ya que el tal Nobel había amasado su fortuna con la invención de la dinamita, que fue usada en guerras y represiones. Haz recorrido un largo camino y complejo de culpa, Alfred, está bien que devuelvas un poco de lo destruido al mundo mediante tus invenciones. Abdulrazak estaría orgulloso de vos.
Pero los Nobel no son los Oscar, digamos. Cuando yo era un niño armaba una cartulina en la que estaban no sólo los nombres de los premios, sino los nominados, que iba completando con los ganadores a medida que iban pasando. Recuerdo que terminaban retarde y que no me perdía ninguna edición, quién sabe desde cuando. Terminaba la ceremonia en medio de la somnolencia. Luego dormía sin parar hasta que al día siguiente me despertaban mis viejos para ir al horrible Colegio La Salle. Pero cómo disfrutaba esa premiación. Era grandiosa.
¿Los Nobel? Lo más aburrido sobre el planeta Tierra. Sólo unos periodistas y algún fanático de esos nerd ven en vivo la transmisión, que es tan aburrida como la monarquía sueca. Los miembros de la academia llaman primero al ganador, en el supuesto valedero de que la persona en cuestión esté durmiendo. Es que, pongamos, en la Argentina se entregan alrededor de las siete de la mañana. Quisiera decir que si alguna vez gano el Nobel, lo rechazaré por estar durmiendo. Pero entonces…
La transmisión de la entrega de los Premios Nobel es tan aburrida como la monarquía sueca.
¡Los periodistas y ese grupo de fanáticos atento desde la madrugada al Nobel se encuentra con que un tal Abdulrazak Gurnah ganó el premio y debe entonces gugliar, buscar, pasarse información entre distintos medios, gritar, llorar, putear a Alfred!
No. Mejor el Oscar, claro. Encima tiene un animador o animadora que hace despaturrarse de risa. Mi propuesta es que me den la plata del Nobel a mí y luego vemos. Total, quién nos quita lo bailado.