Miércoles, 24 de Abril de 2024 Cielo claro 10.2 °C cielo claro
 
Lunes, 11 de Octubre de 2021 Cielo claro 10.2 °C cielo claro
 
Dólar BNA: $916
Dólar Blue: $1030
Cultura & Espectáculos

Olimpia, de Betina González: el llamado de lo salvaje

Por Martín Mazzini

El doctor Ulrich estaba dispuesto a todo para probar su teoría del condicionamiento del entorno. Lo dejaba en claro en sus clases de psicología experimental en la facultad. Y de algún modo, también le quedó claro a Lucrecia cuando conoció a este hombre de 40 años, sin problemas de dinero, que experimentaba con animales: ratones, peces y culebras.

Lucrecia dejó su carrera como "clavadista" de saltos ornamentales y se acopló a la ambición del doctor. Primero fue un perro, Amarillo. Le cortaron un pedazo de cerebro para investigar si aún así se lo podía adiestrar.

La historia sucede a principios del siglo XIX en una ciudad no identificada de la Argentina, con zoológico, aunque los Ulrich viven en una casa junto al río. El proveedor de los animales, Juan Averá, lleva en su sangre las enseñanzas del monte, de sus antepasados, la conexión semiespiritual con los bichos que caza. También, una teoría propia sobre los miedos y la suerte. A la cuidadora original de la casa familiar, Carmen, una mujer que ama tener todo en orden, se suma un día Esmeralda, una menuda mujer poderosa en su silencio, que cree en el anarquismo.

Cuando Lucrecia Ulrich tiene a su primer hijo, para el doctor es el momento de llevar su experimento al máximo nivel, ese que ni siquiera alcanzaron los científicos más inescrupulosos. Entonces llega a la familia una chimpancé bebé, Olimpia.

Si en América alucinada el quiebre de la realidad estaba protagonizado por unos ciervos que alteraban sus conductas naturales, acá González exhibe su talento cuando se pone en la piel de Amarillo, el perro mentalmente castrado.

Olimpia, la cuarta novela de Betina González (Villa Ballester, 1972), editada por Tusquets, tiene el encanto de las obras de terror clásicas. Son los elementos orgánicos los que generan el suspenso. No hay armas ni ciencia ficción futurista. A lo sumo, algún bisturí, como en la fantasía de Frankenstein, donde también se investiga, finalmente, qué es el hombre y qué puede pasar si queremos jugar a ser Dios.

Si en América alucinada el quiebre de la realidad estaba protagonizado por unos ciervos que alteraban sus conductas naturales, acá González exhibe todo su talento cuando se pone en la piel de Amarillo, el perro mentalmente castrado. Cómo huele, cómo siente, las cosas que percibe el animal están contadas de una forma convincente, en las antípodas de la antropomorfización infantil de Disney.

Y a medida que el osado experimento con la mona avanza, los personajes evolucionan: Lucrecia se vuelve cada vez más desprejuiciada con sus criaturas, Ulrich se encandila anotando observaciones en su libreta y deja de percibir lo que pasa en su hogar, Carmen siente fascinación por su compañera Esmeralda, que solo se abre ante el cazador Averá.

De esa manera, González va tejiendo una trama atractiva en cada uno de sus puntos, con un suspenso creciente, mientras nos hace preguntarnos qué es lo esencialmente humano. Y hasta dónde pueden llegar los hombres a la hora de enfrentar sus miedos.

Está pasando