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Columnistas

Crisis presidencial: la película eterna de la Argentina

Por Diego Rojas

Lector: le propongo que visualice a la Argentina como si fuera una película y usted su director. Debe saber usted, señor director, que el título por lo general se pone al finalizar la realización. Así que esperemos. Hay, antes que nada, un guión y este país merece un thriller cuando no una película de terror. Un thriller, es decir, una película de suspenso que tenga al espectador a punto de saltar en su butaca, pero sostenido por las fuerzas más científicas -o emocionales- de la gravedad. Veamos, en el caso de esta nación y sus últimos acontecimientos, se debe abonar el género con un hacedor del caos, en este caso, Cristina Kirchner, que tras bambalinas se ocupa de mover los hilos de los personajes de la crisis. “A Puppet Master”, como suelen decir con mayor oscuridad los hablantes de la lengua inglesa, una titiritera, como se dice en español, que tiene quizás mayor suspenso en su cadencia.

Definido ese personaje, debe realizarse el resto del elenco: un presidente que es solamente llevado por el ritmo de los acontecimientos, que para distenderse en la pandemia estila a participar de la fiesta de cumpleaños de su esposa junto a peluqueros, estilistas, asesoras de imagen (no es que haya nada de malo en tales oficios) pero sin la presencia de un intelectual, un escritor, no caigamos en lo bajo de imaginar un periodista. Un presidente que lleva adelante los destinos de la nación como por el viento y que no sabe que él mismo es un títere dirigido por la titiritera. Ya están, entonces, el héroe y su antagonista.

El héroe y su antagonista. Cristina Kirchner, que tras bambalinas se ocupa de mover los hilos de los personajes de la crisis. un presidente que es solamente llevado por el ritmo de los acontecimientos.

En la segunda línea de ejemplares para la obra podemos ubicar a los ministros. El principal de ellos sería alguien como Wado de Pedro, una persona intachable, hijo de desaparecidos, criado por su familia pero que siempre cargaría con el peso de aquellas desapariciones que se manifestarían a través de sus problemas de habla, signada por la tartamudez. Pero superaría una condición y otra a fuerza de trabajo y de empeño. De esta manera se convertiría en ministro del Interior, aquel que -entre otras cosas- tiene bajo su responsabilidad a las fuerzas represivas, con el poder que ello implica. Bien, ese ministro (la producción podría fichar ya a Esteban Lamothe, cuyo physique du rol da perfecto) comienza la acción al presentar su renuncia. Siguen así uno a uno el resto. Una jornada de renuncias contra el presidente que se obstina en mantener su gabinete sin darse cuenta de que ya ha sido diezmado. 

Aparece entonces la villana. Un audio de once minutos, a cada cual mejor. Una diputada llamada Fernanda Vallejos llama al presidente “ocupa”, lo fustiga, con el látigo de sus palabras condena al ministro de Economía y a todo el entorno presidencial.

La (vice) presidenta llama a Martín Guzmán, ministro de Economía, y le dice que no quiere que él se vaya.

Luego la crisis amaina ya que el presidente convertido en títere cede algunos ministerios. Todo apunta a un final feliz. Pero atención.

La (vice) presidenta no le pide a Guzmán la renuncia.

No.

Lo necesita. Todos marcharán unidos hacia el acuerdo con el Fondo Monetario Internacional que implicará una reforma laboral de gigantescas proporciones (baja en las indemnizaciones, inexistencia de la estabilidad laboral, precarización para todos y todas) y previsional (baja en las jubilaciones, extensión del periodo laboral antes de jubilarse, reducción en las prestaciones del PAMI). Lo necesita.

El plano final muestra a la (vice) presidenta mirando a cámara. Un largo plano corto. Al finalizar, mostrará una sonrisa. Fondo negro. Créditos.

Cabo de Miedo

Decíamos que el título puede esperar.

El lector/director decidirá.

Sólo una sugerencia.

El resplandor.

Cabo de miedo.

Psicosis.

El nombre de la rosa.