Sábado, 20 de Abril de 2024 Cielo claro 22.0 °C cielo claro
 
Lunes, 11 de Octubre de 2021 Cielo claro 22.0 °C cielo claro
 
Dólar BNA: $914
Dólar Blue: $1015
Columnistas

Ni primeras, ni damas

Por Feminacida

En las últimas semanas, la atención estuvo centrada en Fabiola Yáñez por el festejo de su cumpleaños en la Quinta de Olivos y los rumores de embarazo. La polémica volvió a poner bajo la lupa el rol de la primera dama, una figura que construye una imagen sobre el lugar de la mujer en la política.

¿Por qué existe este rol? ¿Es casual que las tareas específicas que se le suelen asignar estén vinculadas al cuidado y la solidaridad? ¿Qué piensan las mujeres latinoamericanas que tienen que ocuparlo? 

Rechazo y resistencia 

El cuestionamiento a la figura de la primera dama forma parte de los debates vigentes entre los feminismos de América Latina. Tras las últimas elecciones presidenciales en México en 2018, Beatriz Gutierrez Müller, historiadora, investigadora y esposa de Andrés Manuel López Obrador, manifestó que no quería ser primera dama. La compañera del actual presidente tildó de clasista a esa posición y aseguró que de ninguna manera asumiría ese lugar. “En México no queremos que haya mujeres de primera, ni de segunda”, apuntó. 

"¿Cómo imagino que debe ser la esposa de un presidente? Una mujer que sabe identificar las acciones transformadoras para integrar un profundo plan de políticas públicas. Ser una observadora y una persona activa a la vez, para el beneficio de todos", sostuvo en un discurso público.

De esta manera, se corría del lugar de esposa como adorno, como mujer que ocupa un rol pasivo al lado del primer mandatario, y reivindicaba una posición política activa para con la sociedad mexicana. 

¿Cómo imagino que debe ser la esposa de un presidente? Una mujer que sabe identificar las acciones transformadoras", había asegurado Beatriz Gutierrez Müller

Al igual que en su caso, existen otras mujeres que cuestionaron el título de primera dama tanto en la práctica como en las palabras que se usan para definirlas. 

Cuando Néstor Kirchner asumió la presidencia en 2003, Cristina Fernández de Kirchner rechazó el título de primera dama y planteó que prefería definirse como primera ciudadana. Ella ya tenía para ese entonces una trayectoria política autónoma que se había desarrollado en paralelo a la de su esposo, por lo que era demasiado reduccionista pensar su rol como el de una persona distanciada de los asuntos del Estado. 

Durante los cuatro años de mandato de Néstor Kirchner, la actual vicepresidenta ocupó distintos cargos. Desde 2001 hasta 2005 presidió la Comisión de Asuntos Constitucionales del Senado. Ese año fue elegida como senadora nacional por la Provincia de Buenos Aires en las elecciones legislativas y conservó el cargo hasta ser electa como presidenta de la Nación en 2007. 

Soledad Quereilhac, doctora en letras, Investigadora Adjunta del CONICET y esposa del gobernador Axel Kicillof, también sostuvo que no quería ser referida como primera dama. “Es un término anacrónico y clasista. Yo no soy ni primera ni dama”, sostuvo. En su reflexión, recuperó el legado de Eva Perón y sostuvo: “Ella, por ser la pareja de Perón, tuvo un acceso al poder que luego encauzó hacia una militancia política que la sacó rápidamente del rol de 'primera dama'”.

Es un término anacrónico y clasista. Yo no soy ni primera ni dama, sostuvo Quereilhac

Sin ir más lejos, una usuaria de Instagram intervino en una foto donde Soledad posaba junto a Axel Kicillof durante el acto del Día de la Lealtad en la Isla Martín García. “No es mito, es realidad. Detrás de todo hombre exitoso hay una mujer inteligente”, rezaba el comentario al que Quereilhac señaló: “¡Gracias! Pero digamos ‘al lado’ y no ‘detrás’”. 

Evita, el punto de partida 

Fue después de Eva Perón que se empezaron a registrar los nombres de las esposas y parejas de los presidentes. Evita fue la primera en estar tan presente en la vida política de nuestro país, no solo por ocupar un rol fundamental en la promoción de la participación política de las mujeres y la transformación de necesidades en derechos para el pueblo trabajador sino que también cumplió roles de asistencia, solidaridad y cuidado. 

La obra social comenzada por Evita a los pocos meses de contraer matrimonio con Juan Domingo Perón adquirió tal envergadura que requirió una estructura orgánica y sistemática. Fue así que en 1948 se constituyó la Fundación Ayuda Social María Eva Duarte de Perón con la intención de cambiar el concepto tradicional de beneficencia por uno acorde a los lineamientos de la justicia social.

Se crearon hogares-escuela, hogares para adultxs mayores y hogares de tránsito para solucionar problemas de vivienda, desamparo, salud y trabajo. Además, se levantaron las Ciudades Infantil y Estudiantil, la Escuela de Enfermeras, el Tren Sanitario, las proveedurías y el Plan Agrario. Los campeonatos Infantiles y Estudiantiles permitieron realizar los primeros censos sanitarios de niñxs y adolescentes del país. 

Más allá de las políticas en torno a la ayuda social, Eva supo correrse de los asuntos domésticos y ceremoniales para construir un poder político formidable. “No estamos en ninguno de los grandes centros que constituyen un poder en el mundo. Necesitaba mujeres así, infatigables, fervientes, fanáticas. Mujeres intrépidas dispuestas a trabajar día y noche”, interpelaba Evita y acrecentaba su figura de líder. 

¿Pero qué se cuestiona? 

El origen de la expresión se remonta a fines del siglo XIX en Estados Unidos cuando no había un nombre preciso para la cónyuge del presidente. Se determinó la figura de la “primera dama” como un paralelismo a la “reina consorte” de las monarquías de Europa.

Ahora bien, ¿hay algo de pareja real y aristócrata en las esposas de los presidentes de la actualidad en América Latina? ¿Qué elementos se arrastraron y cuáles quedaron atrás? El paso de Juliana Awada por la quinta de Olivos durante la presidencia de Mauricio Macri es, tal vez, el caso más ejemplar y disonante con el resto de las “primeras damas”: las revistas de moda y portales web destacaban semanalmente la elegancia en su forma de vestir, su huerta chic, su vida detox y la familia tipo perfecta. 

Se determinó la figura de la “primera dama” como un paralelismo a la “reina consorte”. ¿Hay algo de pareja real y aristócrata en las esposas de los presidentes de la actualidad en América Latina?

Lo que tienen en común las críticas que hacen los feminismos, no es tanto el giro retórico sobre cuál es el término correcto para referirse a la esposa del presidente, sino la pregunta por el rol que cumplen en la sociedad estas mujeres. Por un lado, se enfatiza que las mujeres no son en relación a un varón.

Es decir, el lugar de sus esposos no las define, sino que ellas tienen sus recorridos y ámbitos de incidencia específicos que pueden tener o no que ver con el de sus parejas. Por el otro, también se puede pensar una crítica a la idea de que por ser “esposas de” tienen un lugar privilegiado en la escala social. Y en realidad no son “primeras” porque no están por delante ni por encima de ninguna otra mujer. 

Lo que es más importante aún es el cuestionamiento al concepto de “dama” como aquella que es pasiva, buena, dócil y delicada, que simplemente es un anexo de su marido. Un florero que no tiene poder de decisión ni autonomía. Estas mujeres que sí están casadas con hombres poderosos, no son menos poderosas ni menos fuertes que sus contrapartes varones. 

Desde el punto de vista funcional, la figura de la primera dama en Argentina tiene un rol puramente protocolar. Si bien no tienen responsabilidades específicas asignadas, el revisionismo histórico permite dar cuenta que las parejas de los presidentes no solo han acompañado a sus esposos a distintos actos o los han presenciado en representación de ellos. También se han dedicado a tareas de asistencia social, solidaridad y cuidado de lxs más vulneradxs en la escena pública. 

Lo que es más importante aún es el cuestionamiento al concepto de “dama” como aquella que es pasiva, buena, dócil y delicada.

¿Extraña que haya mujeres a cargo de las tareas de cuidado aún en el plano institucional? No. La asociación de las identidades feminizadas a la economía reproductiva es un estereotipo que las luchas feministas buscan reparar. Si las mujeres realizamos el 76 por ciento de las tareas del hogar y le dedicamos cinco horas diarias, ¿qué haría creer que esta situación no pueda traducirse a otras esferas como la política, por ejemplo? 

Lo cierto es que se trata de una expresión vetusta y anticuada que entra en tensión con los debates que proponen los feminismos en la actualidad. ¿Será posible no reducir el lugar de la pareja del presidente sólo al resguardo del hogar, al cuidado de lxs otros y al asistencialismo? ¿Podremos, tal vez, nombrar de una manera menos estereotipada y más igualitaria? Ni primeras, ni damas: ciudadanas.