Conectarse por Zoom con Alejandro Zambra es ingresar en un micromundo en que "el juego está permitido". Porque a través de su hablar lento y cadencioso aparece siempre el humor distendido y acogedor de quien se la pasa divirtiéndose como un niño. Pero como un niño estudioso, que logró armonizar el rigor con la carambola. A veces, a mitad de una frase se pierde y necesita un recordatorio, con el que rápidamente vuelve a ideas muy formadas sobre Argentina, Chile, la literatura y la política. Y, por supuesto, sobre su última novela, Poeta Chileno en la que describe el escenario social y cultural de un país que estalló para volverse a armar.
Desde su casa en México, uno de los autores latinoamericanos más vitales de la actualidad conversó con Diario Con Vos.
–¿Cómo estás?
–Se volvió muy difícil responder esa pregunta, ¿no? Puertas adentro no me quejo, pero en lo colectivo se mezclan la alegría y la rabia, y entonces me enredo, se volvió tan difícil distinguir entre lo personal y lo colectivo, entre el adentro y afuera. En fin. Extraño mucho Chile. Muchísimo. Extraño hasta a gente que me cae mal. Pero prefiero pensar que este tiempo y esta distancia van a servir de algo. Para todos es una temporada eterna de redefiniciones. No sé cómo es para ti.
–También, de redefiniciones todo el tiempo, en todos los espacios.
–Tuve la suerte de que este tiempo coincidiera con muchos otros aprendizajes. Antes de la pandemia nuestro hijo ya hablaba, pero ahora empezó a contar historias y a disfrutar del lenguaje, a pelear con el lenguaje, incluso. Es un momento muy hermoso y divertido y aleccionador, también. Y si trabajas con las palabras, todavía más, porque te obliga a repensarlo todo. Bueno, en general la paternidad te obliga a repensarlo todo. ¿Viste esa gente aburrida que no hace más que hablar de sus hijos?
–Sí.
–Así soy yo ahora…
–Y podríamos hacer el contraste de cómo te imaginas si la paternidad hubiese sido sin pandemia.
–Creo que con o sin pandemia habría pasado más o menos lo mismo. Quizás habría sido todo más interrumpido, con uno que otro viaje. El juego está tan presente, todo el día, y ese ritmo te envalentona y cobija y por largos momentos pone entre paréntesis la desolación. Pero hay muertos ya casi en todas las familias. Perdona, estoy muy disperso, estoy hablando muy mal, hablo muy mal.
–Tranquilo, yo también hablo muy mal. ¿Te gustan las entrevistas?
–Me gustan muy poco, digamos. Una entrevista es lo contrario de una conversación, pero se parece tanto a una conversación, es normal confundirse. Siento que las entrevistas son como trampas, también eso las hace interesantes.
–Que caes.
–Claro, y de pronto descubres cosas a posteriori. Son como las pruebas, los exámenes, cuando tenías que chamullar y de pronto dabas con algo que te interesaba. Inventabas un poquito la respuesta, improvisando, "carrileándote". Yo solamente trato de no dañar mis libros.
–¿Cómo?
–Es que los libros se nutren de la soledad. Y luego, cuando los publicas, no tienes explicaciones para todo, pero te preguntan algo y tiendes a responder, para salir del paso. De pronto se impone una idea de la escritura como ejercicio valiente, asociado a la capacidad de decir, a la elocuencia, incluso a la seguridad, pero escribir es básicamente escribir mal, tartamudear, balbucear. Escribir es algo que uno hace mal pero desea fervientemente hacer bien. Y lo vas rechazando y aceptando y borrando y completando hasta que queda un poquito menos mal o casi bien y aunque sigues lleno de dudas, decides compartirlo. Y el lector recibe algo que parece íntegro e instantáneo porque lleva el historial borrado. Ves el relato, el poema, todo parece muy natural, pero no lo es, entre la palabra tres y la cuatro puede haber habido dos años. Hay una desproporción ahí que es hermosa y rara. No sé, yo siento que... ¡Chucha! ¿De qué estábamos hablando?
Se impone una idea de la escritura como ejercicio valiente, asociado a la capacidad de decir, a la elocuencia, incluso a la seguridad, pero escribir es básicamente escribir mal, tartamudear, balbucear.
–De la escritura y las entrevistas. Pero me gusta mucho esta digresión, eh. Va a quedar en la entrevista.
–Jajajajaja. Dale, otra pregunta.
–Estuviste en el Mundial de Escritura como jurado. ¿Qué idea te hiciste de Argentina a partir de lo que leíste allí?
–Me parece exagerado decir que a partir de ese concurso me hice una idea de la Argentina, mi idea de Argentina es muy previa, desde que la palabra representaba casi todo lo extranjero, cuando niños. Pero sí, creo que la gran mayoría de los textos finalistas de ese concurso eran argentinos, y la calidad era altísima, fue un mundial muy argentino… Y sí reconocí esa proximidad con el habla que yo admiro tanto en la literatura argentina. Al margen de tramas, tonos y estilo. No me refiero al deseo de registrar el habla, que también, sino a la prefiguración de un diálogo, algo así. Me gusta esa idea de estilo, que cada frase posea la intensidad máxima, como si fuera a ser contestada.
–Poeta Chileno se ha vendido como pan caliente en las librerías de Buenos Aires
–Qué bacán, pero no te creo, Carlos, le estás poniendo color.
–Bueno, como medialunas recién hechas.
–¡Me dio hambre! Esta novela ha sido una manera de estar allá. Me gusta pensar que volveré a ir, pero quién sabe cuándo. En Chile y en Argentina han muerto tantos amigos... La última vez que fui a Buenos Aires coincidió con la muerte de Hebe Uhart. Antes de subirnos al avión me llamó la Alejandra Costamagna para decirme que Hebe acababa de morir. Llegamos de noche, con nuestro hijo de diez meses, Jazmina nunca había estado en Buenos Aires. Y al otro día lo primero que hicimos fue ir al cementerio al funeral de Hebe. No sé, me cuesta creer que ya no voy a verla nunca más, era tan divertida y genial y generosa, una escritora inmensa. Y ahora murieron Juan Forn y Tamara Kamenszain.
–¿Los conociste?
–A Juan lo vi poco, recuerdo sobre todo una tarde delirante, muy risueña y muy volada, en Santiago. Pero lo leí mucho, devotamente, como tanta gente. Y a Tamara, bueno, una vez me cuidó, en un viaje, en Lisboa. No nos conocíamos. Yo la había leído y la admiraba y soy amigo de su hijo Mauro, pero no nos habíamos visto nunca. Y me enfermé horrible, me vino la migraña en racimos, apenas podía salir de la pieza del hotel y Tamara me visitaba tres veces al día y me llevaba remedios y me conseguía doctores y hasta me contaba unos como chistes que olvidé pero recuerdo que, pese a todo, me hicieron reír. Siempre pensé que iba a escribir un cuento o un ensayito sobre ese viaje, pero no lo hice y seguro que voy hacerlo alguna vez pero ya no se lo puedo regalar.
A Juan Forn lo vi poco, recuerdo sobre todo una tarde delirante, muy risueña y muy volada, en Santiago. Pero lo leí mucho, devotamente, como tanta gente.
–Cuéntame cómo ha sido el período posterior a la publicación de Poeta Chileno, su recepción y tu proceso con él.
–Bueno, acá en México el libro salió justo cuando cerraron las librerías y más o menos lo mismo pasó en Chile y en Argentina. Oye, ¿no me vas a traducir al argentino, o sí?
-¿Te ha pasado?
–Un par de veces, sí. O sea, una vez el periodista me cambió los verbos, sobre todo. Fue la primera entrevista que di fuera de Chile. Mis amigos me hueviaron un año entero. Oye perdona, estoy muy vago, muy distraído, muy peregrino... ¿Qué vas a hacer con este material? ¡Está dificilísimo!
-Por lo pronto, incorporar todas estas digresiones que son el lado de la entrevista que me gusta.
-Es el único lado de esta entrevista hasta acá.
-No, no. Espérate esta: muchas amigas acá me hablaron del abordaje de la masculinidad en la novela, relacionándolo con Rita Segato y el mandato de masculinidad. Esa obligación que tenemos los hombres de mostrarnos a través de la conquista.
–Me importan esas ideas, me parecen luminosas, me interesa indagar ahí, ver esas tensiones funcionando, irresueltas. Solucionarlas sería idealizar a los personajes, y eso no me interesa para nada, ni como escritor ni como lector. Hay una pobreza de la discusión entre los hombres. En general, la intimidad no es discutida entre hombres. Y en la novela eso está: el padrastro que deviene expadrastro, el padre biológico chanta, medio padre-hijo, coleccionista de autitos de juguete, el abuelo abandonador y embarazador compulsivo, en fin, todas las figuras masculinas del libro se complementan y también se estorban entre sí, y a Vicente, que para mí es el verdadero protagonista de la novela, le toca procesar esos roces, pero ya más vinculado a Carla y a Pru y a sus propios compañeros de juego, a su familia elegida, por así decirlo. En fin, no quiero subirlos al diván, quizás al hablar de los personajes los clasifico mucho, no quiero eso, pero para mí la novela en parte es acerca de esas conversaciones silenciadas por la competencia. Veía esos dos planos, esas dos familias, la familiastra de Carla-Gonzalo y Vicente y esa otra familia o familiastra inmensa, la literaria, la poesía chilena, que tampoco está idealizada, pero en este caso la poesía les da a los personajes otra oportunidad, les permite repetirse, repetir. También podría haberse llamado así la novela.
-¿Cómo?
–Los repitentes.
-¿Por qué?
–Porque todos repiten, han tenido la suerte o la desgracia de repetir. O la suerte y la desgracia. Carla y Gonzalo recuperan o rehacen la relación. Vicente mismo, que repite de curso y luego casi sin saberlo repite la vocación de Gonzalo. Y la relación entre ellos también tiene un segundo tiempo o una segunda familia.
-Te sugiero una frase ganchera para decir en entrevistas: “2020 fue el año en que toda la humanidad repitió de curso”.
–Jajaja, tienes toda la razón. Me gusta la frase pero es tuya, ¡dila tú! Y también estamos repitiendo el 2021.
-Bueno, la novela también trata obviamente sobre poesía, pero saca al poeta de su pedestal.
–Es que mirados de cerca todos somos al mismo tiempo ridículos y misteriosos. Claro, esas ideas antiguas y súper canónicas sobre la poesía funcionan acá como un pasado caricaturesco, no del todo superado, pero que ya se siente y se ve antiguo. Igual no es una novela sobre la poesía chilena, ni creo en todo caso que Gonzalo represente la figura del poeta, tampoco Vicente es “el poeta joven” ni mucho menos “la juventud”. Son lo que son, nomás, mi trabajo fue intentar darles vida. Me interesaba, en sí misma, la vocación literaria, no darla por supuesta, por sabida, sino que narrarla, tratar de verla funcionando, situarla. Los poetas de mi novela participan de su comunidad, no miran el mundo desde arriba. Hacen clases, arman editoriales, discuten, pelean, construyen espacios. Esa ha sido mi experiencia, también. Cuando conocí a algunos poetas en persona, incluso a algunos que idolatraba, me sorprendió que eran en su mayoría personas tímidas. Yo tenía la idea adolescente y nerudiana de que todos eran unos oradores consumados, pero hablaban poco, les costaba el lenguaje, tropezaban con la lengua, como dijo una vez mi amigo Andrés Anwandter. Escribir poesía tenía más que ver con el balbuceo, el tartamudeo y la dislexia que con la elocuencia.
Los poetas de mi novela participan de su comunidad, no miran el mundo desde arriba. Dan clases, arman editoriales, discuten, pelean, construyen espacios.
-A propósito de poetas chilenos, ¿te gusta Gabriel Boric?
–Sí. ¿Pero como poeta o como presidente?
-Como poeta, por supuesto.
–Leí unos poemas suyos bien buenos, tuvo un buen maestro, Óscar Barrientos, un escritor al que admiro y quiero mucho.
-¿Y como posible presidente?
–¿Boric o Barrientos?
-Bueno, Barrientos.
–Votaría por Barrientos. Una mañana caminé con él por el centro de Punta Arenas y lo saludaba tanta gente que pensé que se convertiría en alcalde o en diputado. Yo creo que lo haría bien.
-¿Y Boric?
–Me interesa mucho, voté por él en las primarias y votaré por él en primera vuelta y espero que también en la segunda. La idea de que votas por personas, en todo caso, me parece tramposa o medio antigua e ingenua. Esos liderazgos verticales, mesiánicos. Por supuesto que importan los valores o los atributos personales de los candidatos, pero apuestas por grupos, por sensibilidades, incluso por generaciones. A mí me interesa la generación de Boric, el espacio colectivo que él y Camila Vallejo y Giorgio Jackson y Karol Cariola y muchos otros han habitado y disputado y compartido los últimos diez años.
–¿Qué piensas de la Convención Constituyente?
–Que es lo más importante que ha pasado en Chile y a Chile en mucho tiempo. Me impresiona, me emocionan esas discusiones feroces, profundas, tensas, catárticas. Ese hermoso avanzar y regresar a lo bilingüe. Todo lo silenciado durante décadas ahora está en el centro mismo del debate. Circulamos entre la esperanza desbocada y el pesimismo, pero es natural, la discusión es demasiado importante.