Por Federico Yañez
En 1974 Martín Billoch fue el primer argentino que salió campeón mundial de Optimist, la categoría para navegantes más jóvenes del mundo, que va de los 6 a los 15 años y no distingue entre hombres y mujeres. Argentina, junto a Suecia e Italia, son los países con más títulos, con ocho cada uno. El último campeón nacional fue Lucas Calabrese –que sería bronce en los Juegos Olímpicos de Londres 2012 en 470– en 2001, en China.
Billoch derrotó a un sueco que era el favorito y que cuando terminó el torneo lo quiso pelear. A su vuelta al país fue recibido en Ezeiza por su familia, amigos y varios medios de comunicación. Hasta estuvo en los almuerzos de Mirtha Legrand. Lo que Martín no sabía en ese momento era cómo impactó su talento en el apetito competitivo de uno de sus amigos, que 42 años después ganaría la medalla de oro en los Juegos Olímpicos de Río de Janeiro 2016. Así lo cuenta Santiago Lange en su libro Viento, que editó este año. A principio de los años ´80 estudiarían juntos arquitectura naval en Southampton, Inglaterra en pleno gobierno de Margaret Thatcher y durante la Guerra de Malvinas.
Billoch derrotó a un sueco que era el favorito y que cuando terminó el torneo lo quiso pelear.
Billoch era más talentoso y lo empujaba a querer ser mejor. En 1976, primer año donde ya no se enfrentaban en el campeonato argentino de Optimist, Lange logró quedarse con el título. Antes del torneo su padre le compró un barco más competitivo y dejó de usar el anterior, bautizado “Obelix” en homenaje al compañero de Astérix, libro del que es fanático. “Con los años ganaría campeonatos más relevantes, pero es uno de los triunfos más queridos de mi vida”, dijo sobre ese campeonato donde la sombra de su amigo le permitió probarse que podía ganar.
Lange es el mito viviente de la delegación argentina por múltiples factores. Primero, junto a Cecilia Carranza, su compañera en Nacra 17 con la que ganó el oro, fueron los abanderados en la ceremonia de apertura: el Comité Olímpico Internacional (COI) decidió que de ahora en más siempre haya una mujer y un hombre por país. Sucedieron en el honor a Luis Scola, Luciana Aymar, Manu Ginobili y Carlos Espínola –con quien Santiago ganó sus otras dos medallas–, los portadores de la bandera en el siglo XXI. Si llegara a ganar una en Tokyo empatará a su ex compañero y a Aymar como los máximos ganadores argentinos con cuatro preseas.
Lange es el atleta argentino más longevo de los 181 que viajaron a Japón: tiene 59 años (cumple el 22 de septiembre) y será el segundo a nivel histórico detrás del remero Oscar Rompani que compitió también en Tokio, pero en 1964, con 60 años. Es uno de los doce campeones olímpicos en competencia, junto a Carranza, Scola, Paula Pareto y ocho Leones, y extenderá su record personal como el deportista argentino que participó en mayor cantidad de Juegos Olímpicos con siete. Ganó tres medallas, el oro hace cinco año y dos bronces en Tornado con Espínola en Atenas 2004 y Beijing 2008.
Su padre solía decirle que las regatas se ganan en tierra.
El náutico arrancó en Seúl, 1988 donde fue noveno en Soling con Pedro Ferrero y Raúl Lena, faltó a Barcelona 1992 y Londres 2012, y Tokio será uno más.
Hijo de descendientes de alemanes y franceses, forjó su temple y su pasión por los barcos de la mano de su padre, socio del Yacht Club Argentino en San Fernando, donde pasaba los fines de semana con su amigo Billoch. Se quedaban a dormir en los barcos de sus familias. Enrique Lange, marino de la Armada y que fue olímpico en Helsinki 1952, solía decirle que las regatas se ganaban en tierra, una manera de inculcarle que la preparación del barco era parte esencial del éxito. Su papá luego fue directivo de Renault: durante la Dictadura, los custodios que lo cuidaban fueron acribillados en la puerta de la casa familiar. Por eso debieron instalarse un mes en el hotel Presidente hasta que se calmara la situación. Amigos de sus hermanos y hermanos de sus amigos fueron detenidos desaparecidos. Martín, un de sus hermanos mayores, hizo trabajo de base en barrios populares junto a militantes peronistas y discutía de política con su padre, pero cuando desapareció su mejor amigo se asustó mucho. Santiago era compañero en el colegio San Juan el Precursor de San Isidro de Jaime Smart, hijo de su homónimo padre, gobernador de la provincia de Buenos Aires durante el Proceso y condenado a prisión perpetua en 2012.
Si ganara una medalla en Tokio, empataría a su ex compañero y a Luciana Aymar con 4.
En 1985 salió campeón mundial de Snipe, una de la tantas categorías en las que corrió, en el Mundial que se hizo en Olivos junto a Miguel Saubidet. El título fue una suerte de exorcismo porque ganó un campeonato fuerte y porque se lo pudo dedicar a su padre, que había fallecido meses atrás. Mientras los equipos hacían base en ese municipio, ellos concentraron y entrenaron en el Náutico de San Isidro, donde Saubidet era socio junto a su familia. Ahí conoció a Silvina, la hermana mayor de su compañero y madre de sus cuatro hijos: Yago, los mellizos Theo y Borja y Klaus, que lo hizo abuelo el año pasado de Silvestre.
Al mayor y al menor logró inculcarles el amor por la náutica y fueron parte de la preparación para Río: corrieron en 49er, terminaron séptimos y lograron un diploma olímpico. Uno de los momentos más emocionantes fue cuando ingresaron los tres juntos al estadio olímpico en la ceremonia de apertura. Los mellizos viven en Barcelona, no se dedican a nada relacionado con los barcos, pero fueron un apoyo grande mientras Santiago se recuperaba del cáncer de pulmón del que se tuvo que operar en 2015. Con ellos salía a andar en bicicleta cuando comenzó la recuperación post operatoria. A pesar de no fumar ni tener antecedentes, la enfermedad apareció y la intervención fue el 22 de septiembre, el día de su cumpleaños. Esa noche hubo una celebración con amigos, hermanos y algunos de sus hijos. Nueve meses después era campeón olímpico con los cuatro chicos y su madre alentando en la Bahía de Guanabara.
Cecilia y Santiago llegaron primeros a la Medal Race que, como su nombre lo indica, es la última: corren solo diez barcos y es la que define medallas, sus puntos valen doble. En el inicio cometieron un error, tuvieron que cumplir una penalidad, y quedaron últimos. Antes de la carrera tenían armado el menú de posibilidades para ver cómo podían terminar. Terminaron sextos y sumaron doce puntos. A diferencia de los otros deportes, acá gana el que tiene menos, con la chance de descontar una carrera, generalmente aquella donde peor salieron. “¿Tercero o dos?”, preguntó Santiago a la lancha donde estaba su equipo cuando terminó la regata. “Medalla me parece. Entró tercero”, fue la respuesta.
“Pará, esperate. Parece que es dorada”, se escuchó seco hasta que atronó el grito: “¡Oro! ¡Oro, boludo, Oro!”.
“Tercero” era por el barco austríaco de Thomas Zajac y Tanja Frank, que podía pelearle la dorada, pero no le alcanzaba. Restaba hacer las cuentas porque los australianos Jason Waterhouse y Lisa Darmanin habían llegado segundos y podían desbancarlos. “Pará, esperate. Parece que es dorada”, se escuchó seco hasta que atronó el grito: “¡Oro. Oro, boludo, Oro!”. A las 15.37 hs., en Río de Janeiro, a los 54 años, luego de casi cincuenta de navegante, un tumor removido y dos medallas de bronce en el lomo, Santiago Lange, junto a Cecilia Carranza, ganó la medalla dorada en los Juegos Olímpicos. Es uno de los 95 argentinos que sabe lo que es tener una de esas colgada de su cuello.
El 28 de julio arranca la competencia de Nacra 17 en Enoshima en seis canchas distintas donde buscarán hacer un back to back, un doblete en Juegos consecutivos. A diferencia de Río, no se pudieron establecer antes todo el tiempo que hubiesen querido y solo entrenaron ocho veces allí. El grueso de la preparación la hicieron en Italia, donde además se vacunaron contra el Covid-19, un factor que va a jugar también.
Mientras nadie, ni él mismo, se atreve a presagiar si estos serán los últimos Juegos Olímpicos donde compita, ellos redoblaron esfuerzos tras la suspensión del año pasado, continuaron entrenando y visualizan la medalla. En dos semana sabremos.