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Columnistas

La pandemia y la ficción que estremecen el futuro

Por Diego Rojas

Ustedes recordarán ese marzo de 2020, más exactamente, el 3 de marzo de 2020 en el que se confirmó que el virus chino del murciélago, que estaba haciendo estragos en Wuhan, China, había llegado a la Argentina. Era la amenaza de la muerte que comenzaba a expandirse. A cobrar su propia forma letal de la existencia. Cada vez más y más.

Recordarán esos geriátricos en los que los ancianos alojados fallecían como insectos, uno a uno, rociados como con Raid. 

Recordarán cómo empezaban a desbordarse las camas de los hospitales por la cantidad de infectados que ingresaban directamente a terapia intensiva, quienes eran intervenidos en sus cuellos para colocarles respiradores que les permitieran respirar. Recordarán aquellas primeras muertes. Recordarán el miedo.

Todos recordamos bien. En aquel momento yo vivía en un PH en un pasillo en cuyo extremo estaba la otra vivienda habitada por un amigo. Se enclaustraron mis amigos, no podía ver a sus niños, tenían miedo. Yo siempre fui más despreocupado, creo, por las cosas, porque sobre todo me interesa ver. Y si el miedo llegaba, me ponía a pensar en términos panglossianos que todos vivíamos en el mejor de los mundos posibles. Oh, Voltaire. Bueno, duraba poco, ya sé, entonces salía a pasear con mi perra salchicha Leni por las calles vacías de Mataderos. Hacía pocos meses me habían expulsado, junto a 1.200 militantes más, del Partido Obrero, en el que militaba desde mi tardía adolescencia, y que fue tomado de manera abyecta por Pitrola y por Solano. Ese mes había salido a la venta mi libro La izquierda, pero pronto se decretaba el cierre de las librerías, así que pensaba que los ejemplares vendidos los había comprado mi mamá. Ah, es un muy buen libro, digo yo, con una hermosa tapa y ahora sí lo pueden comprar…

Contagio, de 2011.

Volvamos. Pensaba en la película Contagio, de Steven Soderbergh, con Gwyneth Paltrow, protagonista que moría apenas empezada la narración fílmica debido a un virus que se había contagiado al comer cerdo infectado por murciélagos (¿dónde podría haber ocurrido tal cosa?) en la China y que estaba entonces cargada de muerte al llegar a su hogar estadounidense. Al parecer, durante la pandemia, los geniecillos de Netflix la subieron a su catálogo y tuvo una millonaria cantidad de visitas. La película está muy bien.

¿Recuerdan? ¿Era a las ocho o a las siete? Creo que era a las ocho que salíamos a nuestros patios y balcones y aplaudíamos al personal médico y de enfermería que daba todo de sí porque recuperaran la salud los infectados por el Covid-19. Era, en tales condiciones, un homenaje emocionante. Luego tuve un incidente de salud, desligado del coronavirus, y fui internado en la clínica, estuve en coma, no recuerdo nada de aquellos tres meses salvo los sueños que tenía tan vívidos, hasta que desperté. Ya era julio de 2020. No había más aplausos sino señoras y señores y jovencitos derechistas que cortaban las avenidas cantando el himno, enarbolando banderas celestes y blancas, exigiendo que se acabara esa exigencia del barbijo, reclamando libertad. Después de mi estancia hospitalaria había ido a pasar una temporada a la casa de mis padres, en Belgrano, y alucinado iba a Cabildo y Juramento a presenciar el acto de esos dementes cuando se anunciaba en los noticieros que comenzaba la protesta. Iba con Leni quien, cuando llegué del hospital, me recibió estallando de felicidad. Eran, son, días extraños.

Creo que nunca fui muy fan de las series acerca de médicos u hospitales: en cierto momento me cansó Dr. House y dejé de verla y nunca vi ni un minuto, lo digo con orgullo, de Grey’s anatomy. Bueno, claro, la cosa cambió. Primero vi New Amsterdam, sobre un hospital público en Nueva York (al menos eso dice la información de la serie ya que se sabe que los yanquis son lo peor con sus propios ciudadanos en materia de salud, entre otras iniquidades capitalistas) y me hice fan. Terminó la segunda temporada con un capítulo de escenas no  editadas ya que había comenzado el coronavirus y los actores hablaban sobre esto mirando a cámara. Hace pocos días empecé a ver la tercera temporada, que aún no fue subida a Netflix. A falta de New Amsterdam bueno fue conocer a The good doctor, que a la cuestión del hospital le suma un protagonista que hace de cirujano y que se encuentra en el espectro autista y es un genio. Además es Freddie Highmore, a quien conocimos tan chico en la versión de Tim Burton de Charlie y la fábrica de chocolate. Digamos que hacer pochoclos para ver ambas series no estaba de más.

¿Qué pasará con nuestros combatientes, esos médicos y médicas, esos enfermeros y enfermeras, los camilleros, el personal de todo tipo que constituye los reductos de la salud, cuando todo esto pase?

La cuarta temporada de The good doctor, en mucho mayor medida, y la tercera de New Amsterdam comenzaban con la pandemia. De una manera tremenda ambas. Todos sabemos que el Covid produce que sus víctimas fatales mueran en la soledad de sus cuartos, con respiradores insertados en las tráqueas, sin la posibilidad de ver a sus familiares, sus amores, sus amigos. Todos sabemos el derrumbe que causa esta enfermedad porque todos hemos tenido, con mayor o menor grado de familiaridad, conocidos que han muerto por ella. ¿Sabían ustedes una forma que encontraron en los Estados Unidos de que los enfermos se despidan de los suyos? Un médico o médica, un enfermero o una enfermera sostenía en sus manos el celular del enfermo, que establecía una videollamada con la gente amada, que la despedía, antes de que otro doctor apagara el respirador. Así. Uno tras otro, día tras día, noche tras noche -eso sin contar al personal de la salud que moría contagiado-. Es un virus terrible.

The good doctor.

La psicología humana establece mecanismos de defensa ante tanta muerte. Tanta muerte a treinta centímetros de sus testigos. Y mientras duran los esfuerzos y tareas propios del combate a la enfermedad, los combatientes aprenden a convivir con la muerte como cualquier hombre o mujer convive con su sombra. Nada es eterno, todo cambia, y la enfermedad amaina o se engrandece, pero llega el momento de su fin. Esto no ha pasado todavía. Pero cuando ese momento llegue, ¿qué pasará?

En The good doctor, la doctora Lim, jefa de cirujanos, sufre de trastorno de estrés postraumático. Este síndrome psicológico produce flashbacks, pesadillas, ansiedad, ira, tensión y más. Es la psiquis que está actuando luego de atravesar una experiencia tan tremenda. En su ensayo Experiencia y pobreza, Walter Benjamin describe cómo los soldados volvían del frente de batalla durante la Gran Guerra sin poder hablar, sin poder decir lo que habían visto: la instrumentalización de la muerte, que se afinaría con los años, dejaba en ciernes a los soldados. La experiencia debía ser elaborada. ¿Qué pasará con nuestros combatientes, esos médicos y médicas, esos enfermeros y enfermeras, los camilleros, el personal de todo tipo que constituye los reductos de la salud, cuando todo esto pase?

"La temporalidad del trauma siempre es retroactiva", afirmó Alexandra Kohan.

Le pregunté a mi amiga, la psicoanalista y ensayista Alexandra Kohan, autora de Y sin embargo, el amor y que tiene como objetivo en sus intervenciones hacer tambalear las ideas prefijadas por la corrección política. “Habrá que ver qué efectos tiene ese estrés una vez que pase -dice-. No podemos anticipar los efectos que causará en cada uno. La temporalidad del trauma siempre es retroactiva. Ahí estaremos para atajar, sí, claro”, dijo.

Tengo para mí que necesitaremos contingentes de psicólogos y psiquiatras para atajar los efectos que causará esta tragedia. ¿Los gobiernos? Paritarias pobrísimas para los gremios de la salud a nivel nacional, no reconocimiento del rol de la acción del personal de enfermería en CABA, al que Larreta considera personal administrativo, no profesional. De ellos no se puede esperar nada. Tal vez vuelvan, quizás, al menos, esos aplausos de marzo de 2020. Tal vez la acción coordinada de la sociedad pueda acompañar a estos hombres y mujeres que, ahora mismo, viven horas ominosas. Esperemos eso, por el bien de la salud de la nación.