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Columnistas

Del mismo dolor al nuevo amanecer

descenso de river

Por Santiago Gallo Bluguermann

Una hora después, capaz más, caminaba por Arribeños. Había un murmullo sordo que venía de allá. A la altura de Campos Salles unos jedes con gorro piluso intentaban prenderle fuego a una montonera de tachos grises y gigantes que guardan un montón de basura. Vienen otros empujando un tacho más, ayudados por las ruedas. Pensé que era una figura justa (amén del daño al mobiliario público): Nada mejor que ver arder en un pequeño infierno la basura guardada para poder renacer después. Antes, desde la San Martín baja había gritado penaaaaaal; había puteado a Pezzota de todas las formas posibles; vi a Pavone regalarle a Olave sus minutos de fama y cómo unos palos volaban inútilmente al campo de juego donde Carrizo lloraba y Jota Jota manoteaba su historia con River tratando de que no se esfumara así de pronto.

Ser testigo in situ era una necesidad cualquiera fuera el resultado. Aquellas fueron semanas de elucubraciones sobre cómo zafar, conspiraciones de por qué nos iban a mandar, pensar mil veces con estos no podemos perder y saber que había un final anunciado que había empezado a desarrollarse en procesión de tránsito lento mucho antes, con las solapas de Grondona puestas contra la pared por Passarella incluidas probablemente en el momento menos indicado para ir a hacerse el patrón. 

Pero había que estar, como aquél que va a un velorio esperando que el condenado resurja pero listo para el vamos agarrando una manija todos juntos si hace falta. Tampoco vamos a decir, diez años después, que no jodió pero en la cancha el destino se enfrenta de otra manera. Sin el morbo de previas interminables que dicen ojalá que no pero piensan ojalá que sí y con bardo. Sin el post de tirar sal en la herida en cadena nacional. O al menos yo recuerdo haberlo enfrentado así, con algo de hidalguía pese al golpazo. Unas filas más allá otros saciaban su bronca lanzado butacazos al viento que de pronto vino a ver cómo-podía-ser-que. 

La San Martín baja, el lugar más River del Monumental, no era al que más había ido de todos los sectores de la cancha desde los que alguna vez vi un partido. Había algo poético ahí, ahora que lo pienso. Como ir en el Titanic, pero en un camarote de primera. Tampoco la gente que me acompañó eran habitués. Metido en eso de ajustar cábalas, poner energías a disposición y no dejar detalles librados al azar – detalles que no juegan pero andá a discutirlos en esa circunstancia – llamé a un viejo amigo para convencerlo de que había que ir. No quiso. Insistí. Me mandó a hablar con el hermano, no tan asiduo en la dorada época de Ramón pero que iba cada tanto. Y además conocía a un conocido de otro referido que estaba en la sub comisión de algo y que conseguía entradas.

Datazo porque hasta ese momento mis ganas de ir se contraponían con el problemita de cómo entrar. Creo que las entradas aparecieron recién el jueves o viernes y eran tres. De pronto venía un tercero que yo no conocía. Mala señal. Mentalmente le eché la culpa si algo salía mal. Cuando repartimos las entradas había dos para la San Martín y la mía era de otro sector. Platea Belgrano Baja. Belgrano. Baja. Escrito en letras negras. Atento al más mínimo indicio del destino, lo tomé como una señal. Impreso en esa entrada que por azar había caído en mis manos estaba el mandamiento de que íbamos a zafar. Bueno, no. Ya no recuerdo por qué pero creo que el ticket rebotó en el molinete. Luz roja. Arafue. Mala señal. Me encontré con los otros dos y con el que había armado el tongo y pasamos todos a la San Martín baja. Fútbol Argentino de exportación. Pero estaba contradiciendo el destino que estaba escrito en mi ticket, que todavía tenía en el bolsillo.

Otra mirada del descenso: El Waterloo de River, por Federico Yañez

No hay ya una película mental entera del partido, apenas un puñado de archivos dispersos. Hay uno que recuerda a Lamela intentando todo aún siendo pibe. Otro titulado Por qué Arano se encarga de los tiros libres? Un tercero donde se ve el penal de Pavone, el arco en sombra alejándose cada vez más hacia la caída final. No mucho más. Del post partido tengo El de los jedes del comienzo prendiendo fuego los tachos en la calle. La vuelta escuchando la radio y una especie de pico de presión, una tensión que iba de la nuca a la cabeza cuando prendí la tele en casa. Un Tranquinal y a dormir. El lunes no fui a laburar. Podía tolerar las gastadas crueles pero justas de amigos futboleros que dan y reciben, pero no de los que no saben perder o dicen no perder nunca o se hicieron hinchas de grandes. Volver ya. El gesto de amor incondicional de Cavenaghi, del Chori, de Trezeguet, de Maidana y Ponzio. Entendieron, como el enorme Pelado Almeyda, que cuando todo parece jodido es cuando hay que poner; el pintoresco recorrido por canchas Sorianescas acompañado por comentarios socarrones; y el fin del viaje con una bomba del Rey David. 

No es que a uno le guste ponerse en la cabeza del león y apretarle las bolas pero a veces el destino te clava un cachetazo para acomodarte. Te enseña que no da igual hacer las cosas bien que mal, que es fácil ser grande en la buena pero se es mucho más grande pudiendo levantarse de una caída. Y que no hay que borrar el pasado sino aprender. Aprender que la derrota es amarga pero te hace fuerte y sabio. River aprendió y volvió. Pagó la deuda causada por nombres que hoy ya ni se mencionan y se floreó contra Boca de todas las formas posibles. Redujo la anécdota a un puñado de memes. Diez años después cada tanto aparece alguno intentando meter una cuña. Te pregunta si repetirías el viaje de ir tan abajo para volver tan arriba. Si ese el precio, sólo díganme a dónde hay que mandar el pago. 

* Periodista, conductor de Hagan Correr La Voz por undinamo.com