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Columnistas

El lime al rescate en pleno quiebre entre política, medios y empresas

Por Jairo Straccia

Jorge Piva, el dueño del Sanatorio Finochietto y director de la prepaga Medifé me compartió por WhatsApp hace algo más de un mes un podcast de MAGA, un programa de radio que conduce por Nacional Rock el influencer y humorista político Tomás Rebord, que uno podría ubicar de manera esquemática en el mundo de “lo K”. Se trata de un rato en el que tanto él como los oyentes juegan a buscar los “hechos de máxima fineza” que esconden “la mística” que puede “hacer a la Argentina grande otra vez”.

“Te recomiendo mucho este programa”, me escribió el hombre que no para de atajar penales en plena pandemia. Lo empecé a seguir. Pero todo se me disparó en la cabeza cuando esta semana lo vi a Piva sentado en una conferencia de prensa denunciando que el Estado se le quiere quedar de hecho con su empresa porque no le deja aumentar la cuota mientras se disparan los costos y se le viene la paritaria. Era todo una locura. Ese mismo hombre del negocio de la salud, además hincha fanático de River, que ve un avance de Cristina Kirchner sobre su compañía, me había recomendado que escuchara lo que para un título del diario Clarín sería “un periodista K”, “un influencer K” o un “humorista K” o lo que catzo fuera, pero “K”, además de un hincha de Boca.

¿Por qué? Puede haber una razón y hasta un camino para indagar. Primero, porque la verdad que es un programa que la rompe, porque como todo buen programa crea un mundo y hasta un universo propio que durante una hora fluye del bocho del conductor. Pero también porque con la excusa de jugar con el eslogan de la campaña de Donald Trump y su “make America great again” en su versión argentina, Rebord se escuda en una delirante búsqueda metafísica  para -desde su reconocida militancia en el Frente de Todos- dar un paso que otros kukas no se atreven: pensar que hay que construir incluso con los que están enfrente. Siempre, claro, que quieran “hacer a la Argentina grande otra vez”.

MAGA es así un microaporte desde la impunidad radial que hace mucho más que el moncloismo que se declama en columnas o discursos políticos de los que dicen que hay que ir a un acuerdo pero que cuando los rascás te das cuenta que quieren acordar con los que ya están de acuerdo de antes en casi todo.

Es cierto que esta especie de kirchnerismo trumpista puede sonar a veces a cierto nacionalismo extraño, pero sin dudas es un poco de oxígeno esperanzador en el manicomio de la grieta más chiflada, que por ponerlo en términos radiales tiene en un pabellón a Jorge Fernández Díaz en Radio Mitre denunciando una tiranía y hasta puteando a los tibios que no lo siguen y en otro a Roberto Navarro en El Destape acusando de genocidio a periodistas que hayan hecho algún cuestionamiento a la cuarentena. El planteo de MAGA sería creer que el enfermero que les lleva las pastillas a cada uno es el mismo y está craneando una Argentina grande que los integre a los dos.

A riesgo de estar sobregirado en la interpretación, Rebord tiene el mérito de plantear cosas como que “ninguna diferencia es teórica, sino que todas las diferencias son espirituales”; dice que “uno puede estar en desacuerdo con Macri, pero el tipo tiene el fuego sagrado, tiene ese eye of the tiger para estar ahí, igual que Cristina”; puede contradecir un oyente que quiere que todos los que están en contra del modelo nacional y popular se vayan del país y plantear en cambio que “hay construir con los gorilas adentro” o puede aclarar que el programa no tiene un prerrequisito ideológico, siempre que quieran “hacer a la Argentina grande otra vez”.

Calentura y después

El lime del “empresario prepaguero que escucha un programa kuka” viene bien para entrar la historia de estos días, que incluye la calentura tremenda que hay en el Gobierno con los principales líderes empresarios que están con los tapones cada vez más de punta.

En la reunión del gabinete económico de esta semana, algunos funcionarios mecharon broncas con posibles interpretaciones. El ministro de Desarrollo Productivo, Matías Kulfas, no digiere que ninguno de los industriales más renombrados -que ahora ungieron al abogado Daniel “Droopy” Funes de Rioja como titular de la Unión Industrial Argentina (UIA)- haya elogiado en público el rescate de la histórica metalúrgica IMPSA a través del ingreso del Estado como accionista. Están sacados porque ninguno haya entendido que salvando con plata pública a una empresa de vanguardia capaz de exportar turbinas se buscaba “hacer a la Argentina grande otra vez”, digamos, y se hayan quedado mascullando la palabra estatización, que les molesta así surja de un acuerdo pedido por el management a cargo de un transatlántico a la deriva.

La titular de la AFIP, Mercedes Marcó del Pont, por su parte, cree que la única razón por la que ahora el establishment se está pintando la cara contra la Casa Rosada aún cuando empresas que la pasaron mal en la gestión anterior están recomponiendo sus balances es de color verde: la imposibilidad de dolarizar esas ganancias. En el Gobierno repasan un trabajo de Martín Schorr durante los anteriores mandatos kirchneristas que marca la correlación entre los resultados de firmas como Molinos, Arcor o Techint y la fuga de capitales. Ahora están embolsando más pesos, pero pasarlos a dólares o girarlos al exterior se hizo más cuesta arriba.

El ministro de Economía, Martín Guzmán, en cambio, elige creer. Le pidió a la conducción del Consejo Interamericano del Comercio y la Producción, que también encabeza Funes de Rioja, que el encuentro que se hizo el miércoles pasado tuviera aunque sea algo de presencialidad, para poder “ver gente”. Por eso, defendió en persona en los patios del hotel Four Season el rumbo del gobierno y el nivel de impuestos que se cobra, les pidió a los hombres de negocios que se copen y no remarquen tanto los precios y subrayó que la inflación empezó a ceder desde marzo, cuando -como él había dicho, según les recordó- había sido el mayor índice del año.

Funes de Rioja, que menos de 24 horas antes había presidido su primera reunión de Comité Ejecutivo de la UIA con cruce por Zoom con Kulfas incluido, trató de compensar el frío del aire libre con una catarata de sobadas de lomo propias del presidente Alberto “Te voy a caer bien” Fernández. Le elogió la formación técnica, la solidez y la vocación al diálogo, un mimo -aunque tal vez también un abrazo de oso- para el economista que viene de Columbia y se sostiene en el cargo a pesar de que no puede echar subordinados que lo contradicen y pese a ceder en su manejo del Presupuesto. ¿Alguien se acuerda del Presupuesto? A propósito: sus colegas en el Gobierno dicen que Guzmán está en modo robot, como si nada hubiera pasado. En términos de Rebord, Guzmán, al igual que el gobernador Axel Kicillof por ejemplo, es de esas personas capaces de ver la matrix, y por eso no lo entendemos.

Cristina en el espejo

Mientras Guzmán chupaba viento, ese mismo día, la vicepresidenta Cristina Fernández respaldaba en una comunicación a José Ignacio de Mendiguren, el dirigente de la UIA que hoy preside el Banco de Inversión y Comercio Exterior (BICE) que venía de detonar la rosca pasillera de la UIA al denunciar que el holding siderúrgico Techint y puntualmente su mandamás Paolo Rocca, habían copado la entidad. Su tesis, validada por la jefa del Frente de Todos, es que la T ubicó a dos vicepresidentes propios (Luis Betnaza y David Uriburu) y un secretario afín (Martín Rappallini) para marcarle la cancha al Gobierno y quedarse con la representación de todo el sector industrial.

Todo este cruce genera una pregunta sobre el mundo corporativo: ¿está pasado de rosca con el supuesto “vienen por todo” o simplemente se autoconvence de eso porque en definitiva le calza perfecto con el plan liso y llano de jugar con la oposición, que varios de sus principales referentes sostienen? Al mismo tiempo, hay un espejo de preguntas que surgen sobre el oficialismo: ¿en serio consideran que los dueños del capital son la encarnación de Voldemort o es que echarles la culpa es el Expecto Patronum frente a las críticas de la campaña electoral por el precio del asado, que vale el doble que cuando empezó una gestión que venía a saturar las parrillas?

Como sea, el aguayaceitismo del escenario político se trasladó ya sin dudas al vínculo de una parte del establishment con la Casa Rosada. Y calza justo en el circo del grito de los medios de comunicación que exacerban críticas desinformadas tratando de “ganar la franja” en el prime time de los canales de noticias. Un mecanismo útil y entretenido siempre que hayas heredado una fortuna de la patria contratista o de golpe te caigan 26 propiedades de papás abogados y hoteleros y políticos, pero para los que esperan en la medida de lo posible que haya una idea de crecimiento, inclusión y estabilidad por varios años para que sacar un crédito y comprar una casa no sea ir a la Luna es un embole. Un tiro en las bolas.

¿Se dieron cuenta que cada vez se pregunta menos “cuándo se va todo a la mierda”? Como si haber visto pasar el dólar de 20 a 160 en 4 años nos hubiera licuado hasta el susto. Como si ya no se pudiera ir todo más a la mierda. Como si hubiera sensación de inodoro tapado, donde todo flota y se va yendo despacio, sin que nadie lo note. Así, ¿cómo no te vas a inventar un mundo metafísico y volado de una hora a la semana pensando que desde Maru Botana hasta Lionel Scaloni pueden estar expresando fuerzas espirituales que pueden hacer que algo nos encuentre incluso en las diferencias, con el chamuyo de hacer a la Argentina grande otra vez?

Compro.

Está pasando