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Columnistas

Los argentinos descendemos del racismo de los barcos

Por Diego Rojas

Quizás el título de estas palabras podría ser objetado por exageración o intencionalidad política. No creo que sea así. Sin embargo, quisiera a los objetores del título que piensen en, pongamos, Joe Biden diciendo: “Los mexicanos vienen de los indios, nosotros del Mayflower”. O que piensen en Angela Merkel señalando: “Los brasileños vienen de la selva, los judíos de los guetos”. ¿Por qué habría que minimizar los dichos del presidente argentino Alberto Fernández, quien dijo –encima, en una cita equivocada atribuida a Octavio Paz–: “Los mexicanos salieron de los indios, los brasileños salieron de la selva, pero nosotros, los argentinos, llegamos en los barcos de Europa”. El autor de la cita es Litto Nebbia, no Octavio Paz, pero esto es menor: cualquiera puede citar equivocadamente una idea que surca el imaginario de la sociedad. Lo condenable es reivindicarla.

Quizás ustedes recuerden. En diciembre de 2010 el Parque Indoamericano, en Villa Soldati, fue ocupado por cuatro mil personas que reclamaban unos cuantos metros donde vivir, un terreno donde edificar una vivienda precaria pero porque lo precario es mejor que cuando se ha perdido lo otro posible, que pensaban que quizás así el Estado les brindaría un hogar a aquellos que lo habían perdido todo, que querían vivir bajo un techo y darse el modo del calor.

Cualquiera puede citar equivocadamente una idea que surca el imaginario de la sociedad. Lo condenable es reivindicarla.

Quizás ustedes recuerden. Fueron cuatro días cuando la represión se desató. La mayoría de los ocupantes del Parque Indoamericano eran bolivianos o peruanos, también paraguayos, una minoría nacida en este país. La represión policial comenzó tarde por la noche, realizada por la Policía Federal (que respondía al gobierno de Cristina Fernández de Kirchner) y la Policía Metropolitana, en el último acto como intendente de Mauricio Macri. Muchos no quieren ver cuán parecidos son estos gobernantes que responden a los intereses del capital.

Buenos Aires, 13 de Febrero de 2013. El jefe de Gobierno de la Ciudad de Buenos Aires, Mauricio Macri, presentó los nuevos juegos de agua del Parque Indoamericano.

En cierto momento la zona se liberó, quizás ustedes recuerden, y bandas de barrabravas se pusieron al frente de la represión al Indoamericano –tal vez sea inútil, pero nótese la ironía de los nombres. Luego la policía regresó y hubo por lo menos dos muertos consignados judicialmente, crónicas indican que fueron cuatro. 

Yo imagino, en medio de esa represión. las expresiones de los canas y los barras; “Bolita de mierda, quién te pensás que sos”, “Paragua sucio, andate de este parque”, “Hijos de puta, vuélvanse a su país”.

Se lo dirían, claro, a “los que salieron de los indios”.

Esa noche en las que las imágenes de los móviles de algunos canales daban cuenta de la violencia y el horror, tomé el teléfono y marqué un número. “Buena noche”, respondió la voz del otro lado. Era mi papá. No decía “hola” cuando atendía el teléfono y ni siquiera soltaba un “buenas noches”, sino que saludaba con un “buena noche”, en singular, refiriéndose a la noche sola que correspondía a ese instante, como si no pudiera asegurar que el resto de las noches pudieran ser buenas también, ni malas, ni nada, como si sólo pudiera referirse –y desear– que ese momento, y no otro, fuera bueno. Saludaba como se estilaba en Bolivia, su tierra natal. “Cómo estás papá. ¿Viste la tele?”, pregunté. “Sí, he visto”, respondió. Hizo una pausa, se notaba que quería agregar algo, pero que buscaba lentamente qué palabras utilizar.

“Un desastre, ¿no, Diego?”, dijo finalmente. Era así. Un desastre. “Sí, papá”, le dije, “sí”. 

La Semana Trágica de 1919.

El crisol de razas. Ese discurso escolar impuesto por el Estado sólo una vez que borrara los progroms de la Semana Trágica, cuando la Liga Patriótica iba a los barrios judíos del Once o Villa Crespo y tomaba las barbas de los ortodoxos y entre golpes los obligaba a gritar: “Beeee” por sus “chivas”. En el 1919 de ese instigador de las jornadas, presidente Hipólito Irigoyen (conocido también por los fusilamientos de la Patagonia Rebelde), hubo más de 700 muertos. Cierto, los judíos habían llegado de los barcos. Eso no bastó para no masacrarlos.

Más tarde el presidente Juan Domingo Perón, que la ignorancia reivindica con los dedos en V –y de quien Alberto Fernández, Cristina Kirchner, Axel Kicillof, Santiago Cafiero, Sabina Frederic y todos esos esclavos del FMI son seguidores de toda laya– fue el principal responsable de la masacre de Rincón Bomba, donde estaban esos indios venidos de los indios, los pilagá, en Formosa, que fueron asesinados en un número cercano al millar. Crisol de razas. Qué hipocresía histórica.

Formación de Gendarmeria en Rincón Bomba.

Mi mamá había viajado durante esos días. Ese domingo de diciembre de 2010 llamé a mi papá para invitarlo a almorzar. Quedamos en encontrarnos en Status, un restaurant peruano de la zona de Congreso. Después de cortar la llamada, me pareció gracioso que hubiéramos elegido ese lugar, que los mediodías de domingo se puebla de familias peruanas de clase media. Cuando llegamos pedimos unos pisco sour para empezar. Mientras elegíamos de la carta alguna delicia peruana para comer, mi papá retomó la conversación de la noche de los incidentes. “Qué desastre, ¿no, Die?”, comentó. Yo asentí. Me miró a los ojos. Parecía querer decir algo importante y algo parecía impedírselo. Se animó.

¿Ahora, los argentinos le irán a tener más bronca a los bolivianos?”, preguntó.

Un golpe de angustia me atravesó. No hubiera sabido qué responderle, imagino que intenté ser lo más tranquilizador posible aunque sólo podía pensar en qué dolor lo podía impulsar a hacer esa pregunta. Trajeron los pisco sour. Pedimos un vino y un seco de cordero, para mi papá, un chupe de mariscos, para mí. Sin embargo, no pude dejar de pensar en esa pregunta durante todo el almuerzo y tampoco lo pude hacer durante las horas y días que siguieron.

La clave de la pregunta residía en la palabra: “más”.