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Columnistas

Parece que no, pero la austeridad de Guzmán resiste: ¿hasta cuándo?

Por Jairo Straccia 

Era 1956 cuando aparecía en la Argentina la harina leudante marca Blancaflor, con su clásico paquete celeste y de letras blancas con la imagen de una cocinera negra. El tradicional packaging del producto de la compañía Molinos finalmente fue reemplazado esta semana para -según dijeron sus voceros- adaptarse a los nuevos tiempos ante posibles señalamientos de racismo y machismo, en una decisión que también terminó siendo objetada pero por los que entendieron que al suprimir esa icónica cara se estaba invisibilizando a los descendientes de inmigrantes afroamericanos.

También en 1956, el gobierno de Pedro Eugenio Aramburo sellaba un acuerdo con un grupo de países europeos más Japón, para juntar en un solo número las deudas bilaterales buscando financiar el déficit comercial, al tiempo que también se consolidaron pasivos públicos y privados. En total, eran unos US$ 500 millones y el acuerdo se firmó en la capital francesa. Nacía la deuda con el que conocemos como el Club de París, que 65 años después y tras 9 refinanciaciones -la última en la gestión de Cristina Kirchner por US$ 9000 millones- concentra los esfuerzos del gobierno de Alberto Fernandez. Este lunes vencen US$ 2400 millones y la Argentina intentará en los próximos dos meses en los cuales aún queda abierta la posibilidad de hacer el depósito, que le acepten postergar el vencimiento para 2022, de manera tal de no entrar en default.

Este lunes vencen US$ 2400 millones y la Argentina intentará, en los próximos dos meses, que le acepten postergar el vencimiento para 2022, de manera tal de no entrar en default.

Para hacerlo, desde Europa piden que el Fondo Monetario Internacional, al que también le debemos y con el que hay que renegociar US$ 44 mil millones heredados de la administración de Mauricio Macri, le dé like a la negociación con alguna señal de que habrá un acuerdo, léase de que la Argentina ordenará en algún momento sus cuentas de manera tal de crecer y generar recursos para pagar y que no vendrá en un par de años a pedir otra vez 10 pesitos pa la deuda.

De “volver mejores” a “volver austeros”

Hasta el verano pasado, la apuesta del ministro de Economía, Martin Guzmán, era clara y explícita. Tras el arreglo de la deuda con los acreedores privados y luego de contener el dólar que en su versión paralela había rozado los 200 mangos en 2020, la agenda era encarar este año un ordenamiento de las cuentas fiscales, mientras se cerraba una negociación con el FMI en el primer trimestre para de esa manera llegar a mayo y tener una refinanciación con los países europeos casi automática

“Tranquilizar la economía”, la frase de cabecera del economista llegado de la Universidad de Columbia al Palacio de Hacienda, era la forma de presentar en sociedad esa especie de kirchnerismo de mercado, algo así como el intento de aplicar el “volver mejores” a la macroeconomía con un nunca dicho en público “volver austeros”. El primer hito de esa herejía fue que en el último trimestre, el Gobierno le bajó pulgar a cualquier chance de pagar un nuevo Ingreso Familiar de Emergencia (IFE) aun cuando la actividad económica cerraba un año de 10% de caída. La recuperación en marcha avalaba el armado del Presupuesto 2021, con la eliminación de cualquier gasto Covid como eje central del ajuste fiscal para este año.

Algo así como el intento de aplicar el “volver mejores” a la macroeconomía con un nunca dicho en público “volver austeros”.

El tema es que llegó la segunda ola de contagios de coronavirus con récord de casos y muertos y un doble drama que está viviendo la Argentina: el país está en el podio del planeta donde más castiga el virus; y cualquier restricción sanitaria que intente cortar la circulación de personas se debe tomar sobre datos de pobreza que no por conocidos son menos alarmantes, y con una inflación de alimentos que está lejos de aplacarse.

Ahí es donde el prolijo plan de Guzman empezó a crujir, y los que le empezaron a mover el piso fueron los propios. Se vivió con las tarifas, la punta de un iceberg nunca mejor dicho: dentro del Frente de Todos no pueden tolerar que se esté congelando o directamente recortando el gasto público en términos reales -descontada la inflación- en momentos donde la obligación sería -entienden- volver a cerrar todo y largar los helicópteros con plata que imprima el Banco Central. El 0,2% de déficit fiscal primario en términos del PBI en el primer cuatrimestre es un cartel luminoso en la cabeza de Guzman que leen todos sus aliados que le dicen “largá la plata”.

Resistiendo con aguante

Y algo largó. Con la ampliación de la tarjeta Alimentar a hijos de hasta 14 años, con bonos especiales para monotributistas y personal de salud, con cierta extensión del sueldo complementario vía el programa de Recuperación Productiva y metiendo ahí incluso la actualización del mínimo no imponible de Ganancias que de gasto Covid tiene poco y nada, se redondea una inyección fiscal del orden de unos $ 480 mil millones que no estaban en los cálculos. 

Pero atenti con lo que señala la Fundación Mediterránea, ese sello que supo acunar en sus inicios a Domingo Cavallo: se trata casi de lo mismo que está recaudando el Estado por fuera de lo que esperaba, gracias a la soja ($ 200 mil millones más vía retenciones) y al aporte solidario a las grandes fortunas (que va rumbo a los $ 300 mil millones).  En definitiva, el 1,2% del PBI de más que por ahora gasta el Tesoro para hacer frente al impacto del coronavirus y las respuestas de cuarentenas que parecen van a ser intermitentes, hace Alcoyana-Alcoyana fiscal con el 1,2% del PBI que ingresa por fuera de lo previsto. 

El 1,2% del PBI de más que por ahora gasta el Tesoro para hacer frente al impacto del coronavirus y las respuestas de cuarentenas que parecen van a ser intermitentes, hace Alcoyana-Alcoyana fiscal con el 1,2% del PBI que ingresa por fuera de lo previsto. 

Es una situación que tiene un doble efecto: pone locos a los miembros de la coalición gobernante que hacen oír su voz pidiendo que se gaste más o que directamente se le diga vaffanculo a los acreedores institucionales que vienen con planteos o a pedir cobrar; pero también muestra que increiblemente, o tal vez no, por ahora el plan fiscal de Guzman resiste. 

Tal vez, esa sea la razón última por la que más allá de los gritos y las duras cartas desde el FdT, la cosa no esté tan difícil con el FMI y por ende tampoco con el Club de París. Quizás sea todo una pantomima de todos lados: el FMI, con fama de ajustador serial, ahora habla de inclusión y pide cobrar más impuestos a los ricos, mientras el kirchnerismo, que agita banderas de progresismo y lucha contra las corporaciones, hoy conduce uno de los pocos gobiernos del mundo que, hasta ahora, casi no tiene déficit fiscal en plena pandemia.

Fauda, AMLO y Pfizer

Por eso puede entenderse que todo está en ebullición y debate dentro del oficialismo. Cada paso que da el Gobierno habilita un seminario de interpretaciones sobre si representa el verdadero rumbo o es un guiño hacia alguien o es que se impuso una facción sobre otra. Y claro, los debates a cielo abierto y las idas y vueltas interrogan sobre si hay alguien pensando una estrategia para un juego más grande. Es lo que pasa cuando se ve la política exterior, que sin entrar en debates sobre cuestiones de fondo, es difícil de entender, como ocurre  con las posiciones sobre Medio Oriente.

No es cuestión de hacer una maratón de Fauda y salir a opinar, solo se trata de preguntar si conviene cada paso que se da y si hay lógica: ¿era útil apoyar en Naciones Unidas  el pedido de investigación por violaciones a los derechos humanos por igual sobre Israel y Hamas, algo que no acompañaron ni nuestra Europa acreedora ni tampoco Uruguay?; ¿cuál es el eje de la Casa Rosada, que había elegido Israel como primer destino de viaje presidencial hace un año y ahora juega así? Es cierto que el Gobierno tiene un punto a su favor, y es que lo que hizo fue apoyar la posición de la Alta Comisionada Michelle Bachelet, que es lo mismo que hizo cuando presentó el informe sobre las aberraciones en Venezuela, pero el timming llama la atención en medio de negociaciones externas de todo tipo. 

El México de AMLO hizo de Pfizer su principal proveedor de vacunas.

“Nosotros nos movemos en tándem con la posición de México, no con Cuba o Venezuela”, explica una fuente oficial, que le abre la puerta a mil chicanas, como por ejemplo que es raro votar sobre violaciones a los derechos humanos junto a otros países como China, con campos de concentración de musulmanes, pero no es cuestión de ir por ahí. En todo caso, la mención del gobierno de Andres Manuel Lopez Obrador habilita otras preguntas más de coyuntura como qué pasó con la negociación con el laboratorio Pfizer, una bandera exagerada de la oposición que miente cuando dice “no hay vacunas” o asegura que supuestamente hubieran llegado 15 millones de dosis incomprobables, pero que tiene razón al indagar sobre por qué no se firmó. Porque AMLO, nuestro aliado en la votación en la ONU, compañero del Grupo de Puebla en la lucha por la soberanía y contra el lawfare y en un intento geopolítico de plantar cara al imperialismo, hasta acá  ya recibió 13 millones de dosis, y hasta ahora ha sido su principal proveedor.