Por Juan Tenembaum
Ofelia Fernández se hizo famosa muy joven, a los 16 años. Era presidenta del Centro de Estudiantes del Carlos Pellegrini y estaba dirigiendo una toma. El periodista Carlos Monti, en una entrevista, la llamó "Chiquita". Su respuesta, "No me digas chiquita", se viralizó al punto de ser mencionada por Cristina Kirchner, y a partir de ahí su carrera política tomó un ritmo vertiginoso.
La capacidad viral de sus discursos hizo de las redes sociales una de sus herramientas más importantes a la hora de hacer política hasta que, hace unas semanas, abandonó Twitter.
Hoy, a los 21 años y como legisladora porteña, reafirma la necesidad de asumir un rol "irreverente, incómodo" incluso dentro de la alianza de gobierno. En esta entrevista habla de su abrupta salida de Twitter a su sorpresivo cariño por Eduardo Feinmann
En nota aparte, Fernández responde un ping pong de preguntas que van desde su personaje favorito de la historia argentina hasta sus músicos y escritores preferidos.
–¿Por qué te fuiste de Twitter?
–Tuve muchas crisis con Twitter. La dinámica genera unos niveles de violencia, de hostilidad, muy altos. Y conmigo siempre fue terrible. Una noche estaba mirando el feedback, la gente que hablaba de mí, y me puse a pensar: "¿Qué hago mirando esto? ¿Por qué le doy entidad?". A diferencia de otras veces, no implosioné, pero me di cuenta de que no lograba escaparle a la dinámica de Twitter. La única forma que tenía era irme del todo. En los años que llevo en contacto con ese ambiente tan hostil vi cómo me cambiaron cosas de mi autoestima, de mi personalidad, de mi lenguaje, un montón de cosas que me empezaron a preocupar. Aunque espero volver, por el momento decidí privilegiar mi bienestar emocional a esa forma de comunicación política.
El contacto con el ambiente hostil de Twitter me cambió el lenguaje, la autoestima y la personalidad".
–¿Quién maneja mejor las redes sociales, el oficialismo o la oposición?
–Las redes sociales siempre les son más útiles a la oposición. No a esta, sino a todas. Es mucho más fácil viralizar la bronca, los reclamos, los reproches, que la valoración de medidas o actos de gobierno. Las pasiones negativas se adecuan mucho más a las redes sociales que el reconocimiento de logros. Igual, el macrismo tiene un muy buen manejo de las redes. Lo piensan con estudios de mercado, trolls, estrategias para generar tendencias. Tienen a mucha gente pensándolo. Desde nuestro lado es todo más espontáneo. Nunca vas a ver a un funcionario macrista reproducir una crítica a un gobierno de Cambiemos. En cambio, cuando fue lo del Vacunagate, la mitad de los indignados eran propios. Tenemos un montón de interventores en redes sociales más genuinos, más espontáneos. No sé, la verdad, cuál es el mejor método.
–¿Qué análisis hacés del conflicto entre Ciudad y Nación por la suspensión de las clases presenciales?
–Desde marzo que le venimos pidiendo a Larreta que atienda las necesidades de los pibes que perdieron contacto con sus escuelas, ya sea por falta de computadoras o de internet en sus barrios. No solo no se ocupó él, sino que bloqueó todas nuestras propuestas en la Legislatura. Además, hoy la ciudad tiene el presupuesto educativo más bajo de su historia, así que no me como el cuento de su preocupación por la educación de los pibes. Me parece que Larreta está intentando no solo dirimir su interna partidaria sino haciendo campaña electoral, y eso es terrible. No se puede gobernar un momento así de crítico con las elecciones en mente. Es un momento para dejar cualquier miseria y enfocarse de lleno en tomar las medidas necesarias para atravesar esta situación de la mejor manera posible los próximos meses mientras avanza el plan de vacunación.
No me como el cuento de la preocupación de Rodríguez Larreta por la educación de los pibes".
–¿Qué te provocó el Vacunagate?
–Me dio mucha vergüenza y bronca. Además, hay algo de la cultura del privilegio que es peligroso. La liviandad con la que algunas personas, acostumbradas a ocupar un lugar de privilegios o casta, pueden comunicar cosas de estas características sin entender el dolor y el pesar que hay sobre un pueblo que espera la vacunación con paciencia y enfrentando dificultades es terrible.
Para mí, además, fue especialmente frustrante el episodio porque se da en el marco de una campaña de vacunación en CABA muy mal organizada, donde el cálculo electoral sobre si la Sputnik V era un veneno comunista generó que retrasen los plazos de inscripción y termine rebalsando el sistema. Nos da bronca, a los que estamos mirando y criticando ese proceso, encontrarnos con un gobierno que había puesto todo ahí y de repente se pone su propio obstáculo de una forma tan alevosa como esa. Por todo eso, fue algo que me generó mucha vergüenza y un alto nivel de decepción. De cualquier manera, creo que se actuó rápido y bien, una vez que se supo lo que estaba pasando.
El Vacunagate me dio vergüenza y bronca".
–¿Que valoración hacés de la gestión de la pandemia hasta el momento?
–No creo que en casi ningún país del mundo la gestión de la pandemia haya sido un orgullo nacional. Siento que es algo que tiene un nivel de complejidad y novedad que me lleva a ser bastante permisiva en el balance. Reivindico mucho la unidad que conseguimos a principios del año pasado, gracias a la cual logramos fortalecer el sistema de salud y concientizar sobre los cuidados necesarios para intentar combatir el virus. Me parece muy triste que hoy no tengamos ese nivel de madurez e inteligencia en la gestión de la pandemia, de los dos lados. Aún así, lo que más me preocupa es el ritmo del gobierno en la defensa de los intereses que vinimos a defender. No podemos darle tanta bola al capricho organizado de los intereses concentrados de la Argentina.
–¿Cómo viviste la pandemia en lo personal?
–La cuarentena da impotencia y frustra, para la dinámica laboral es complicada, y es terrible el miedo e incertidumbre que da manejar cifras de estas características. Pero es lo que toca. Yo en ese sentido confío y delego en las autoridades sanitarias. Toca acatarlos y hacer lo mejor que podamos. Encima, cumplí años en abril. Estoy harta de festejar cumpleaños en cuarenta.
–Hace unas semanas le dijiste a El País que te sentías incómoda en el gobierno, si bien después aclaraste que eso estaba un poco sacado de contexto. ¿Qué querías decir?
–Que siempre supe que me iba a sentir incómoda. No es que me sienta engañada. Yo sabía que las personas que formamos parte del Frente de Todos (FdT) desde una mirada vinculada al movimiento feminista, al movimiento ambiental, a los movimientos sociales íbamos a estar siempre en una situación complicada. Toda agenda emergente tiene un proceso que es más difícil para la clase política. Porque capaz las comprenden, incluso se vuelven parte de un cierto deber ser, pero no las priorizan. Yo sabía que para agilizar la concreción de ciertas políticas iba a tener que tomar un rol más irreverente, de alto temperamento, incómodo.
–¿A qué medidas te referís?
–Estoy pensando en la necesidad de crear un sistema integral de cuidados, un reconocimiento económico al trabajo de cuidados comunitarios, la Ley de humedales, la actualización de la Ley de bosques o la reforma judicial feminista. No creo que el FdT le ponga obstáculos a estas cosas, sino que yo tengo otro ritmo para pensarlo, o cuando pienso adónde se coloca la prioridad me sale ponerla en lugares distintos, por mi recorrido que también es distinto. En casi todos hay una comprensión que las hará posibles más temprano que tarde, como pasó con la ley del aborto. De cualquier manera, yo no soy de pensar que las consignas se hacen realidad esperándolas, sino que hay que ponerles el cuerpo para hacerlas inevitables.
No creo que el Frente de Todos le ponga obstáculos a temas como la Ley de Humedales o la reforma judicial feminista, pero yo tengo otro ritmo, otras prioridades".
–¿Qué significa una reforma judicial feminista?
–Tiene una complejidad técnica que es difícil de abordar, sobre todo para mí que estoy recién en el CBC de Derecho. Pero por ejemplo, la figura del juez como autoridad absoluta, que incluye una performance muy patriarcal, es algo ya vetusto, y jerarquizar la voz de las víctimas y de los equipos interdisciplinarios es fundamental. Pero lo principal es terminar con el proceso de revictimización por el que una persona que denuncia un caso de violencia de género se ve obligada a pasar, donde tiene que contar y revivir lo que le pasó una y otra vez. Esta es una de las principales razones por las que las mujeres no denuncian, además de las muy escasas condenas que salen de este tipo de casos.
–¿Qué te generó Alberto Fernández cuando, al promulgar la ley de Interrupción Voluntaria del Embarazo, dijo "estoy muy feliz de estar poniéndole fin al patriarcado"?
–Uff... cringe [N. de R.: "vergüenza"[. Una frase de mierda. Obviamente no fue con malas intenciones, pero es parte del mismo modelo de chabón que no se termina de hacer a la idea de que, por suerte, llegó un proceso en que no tienen la centralidad de antes. No es un capricho de imagen o performático, es una forma más de mostrar y denunciar las desigualdades. En fin, cuando lo dijo me agarré la cabeza y pensé "dios mío, ¿cómo nadie le avisó que las formulaciones, en esto, tienen que ser otras?". No creo que haya tenido mala intención, pero creo que hay que marcar el error para no retroceder.
"La declaración de Alberto cuando dijo que le estaba poniendo fin al patriarcado fue una frase de mierda".
–¿Cómo está tu relación con Eduardo Feinmann?
–(Se ríe) Es muy raro lo que me pasa. Es como que se volvió un meme en mi vida, así que le tengo un cariño raro. La verdad es que me gusta pensar que él no es tan así como parece, que puede ir comprendiendo que se equivoca en algunas cosas. No en términos ideológicos, sino periodísticos, porque miente muy seguido. Ya no sé cuantas veces le tuve que pasar mi analítico del Pellegrini para mostrarle que terminé el secundario y sigue diciendo que no lo terminé. Igual, me genera contradicciones.
Feinmann se volvió un meme en mi vida.
–¿Qué contradicciones?
–Aunque él dijo e instaló muchas cosas que tienen muy poco que ver con la realidad, y cargan con un nivel de violencia hacia mí que me altera, tuve varias oportunidades de decírselo y ahí me encontré con otras sensaciones, pero después eso hacia afuera no se expresa, entonces no termina de cambiar mi percepción sobre él.
–¿Te asusta lo que sucede alrededor de Javier Milei o José Luis Espert con gente de tu generación?
–No me es indiferente, porque esos chicos son el sujeto político los que más violencia ejerce sobre mi, y es el que me ataca más irracional y violentamente haga lo que haga. Entonces me importa, pero no tanto. Son el resultado de un proceso de consolidación de la participación política en la juventud por izquierda. La conjugación entre la generación del kirchnerismo, la ola del feminismo y ahora una tercera ola del ambientalismo generaron esta reacción. Ellos se identifican con lo rebelde que toda juventud tiene y piensan que nosotros somos el status quo, pero se equivocan y mucho. En todo caso, el único poder que tienen es el de retrasar debates y, mientras no entremos en su juego, no tienen nada que hacer.