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Columnistas

Cañete y el arte de la cancelación, o viceversa

Por Diego Rojas

Rodrigo Cañete es un ser despreciable. Dicho esto, ¿qué herramientas deben utilizarse para aislar los efectos que producen los discursos de los seres de tal naturaleza? ¿Cuál es el método y cuáles los límites del ejercicio de la condena social? En su blog Love art not people Cañete se ocupa, desde hace ocho años, de estigmatizar a artistas y miembros del campo cultural exponiendo cuerpos discordantes con el modelo de perfección publicitaria, prácticas sexuales íntimas, sexualidades minoritarias que se exhiben a la mirada pública con sorna y burla, entre otros actos propios de los basurales y no del debate académico, intelectual... ni siquiera de la chismografía. Ni siquiera de las cloacas. Cañete es un ser despreciable. 

Libro de Cañete publicado este mes.

Hace pocos días, la Asociación Argentina de Críticos de Arte y las agrupaciones Nosotras Proponemos, Curadorxs en Diálogo y el Centro Argentino de Investigadores de Arte lograron su cometido de que un prestigioso instituto estadounidense de arte -el International Center for the Arts of the Americas at the Museum of Fine Arts Houston- retirara a Cañete el premio que le había otorgado por su investigación sobre el Centro Cultural Rojas en los años noventa. Los miembros de esas asociaciones habían hecho circular petitorios demandando que se quitara el premio debido a los contenidos misóginos, lesbofóbicos, racistas y gordofóbicos de su blog. El triunfo de la demanda, ¿es un acto de justicia o un acto de censura? ¿Y qué se premia o deja de premiar?

Agrupaciones del mundo del arte lograron que un prestigioso instituto estadounidense retirara a Cañete el premio que le había otorgado. ¿Es un acto de justicia o un acto de censura?

Leni Riefensthal fue una gran directora de cine, además de ser una nazi renombrada. Formaba parte del círculo áureo que rodeaba a Adolf Hitler y al jefe de propaganda Joseph Goebbels, que habían construido un aceitado aparato ideológico para justificar al régimen racista, antisemita, enemigo de la clase obrera y expansionista para lograr mil años de fascismo hitleriano. Sus films El triunfo de la voluntad –que retrata el congreso nazi de 1934 e inaugura las imágines del líder llegando desde los cielos para entregarse a las masas que celebran su aterrizaje– y Olympia –sobre los Juegos Olímpicos de 1936, que se postulaban como la victoria definitiva de la raza aria– son grandes películas. Leni Riefensthal era un ser desagradable. ¿Qué decir de Louis Ferdinand Celine, autor de libelos antisemitas en la Francia de Vichy? ¿O de Ezra Pound, gran poeta, también antisemita y difusor de las ideas nazis en la radio italiana con el fin de lograr la deserción de los soldados norteamericanos en la II Guerra?

El triunfo de la voluntad, de Leni Riefensthal.

En 2003, la videlista Elena Cruz debía ingresar a la Legislatura porteña por una serie de enroques y reemplazos en la lista que la postulaba –que, dicho sea de paso, era la misma lista del hoy presidente Alberto Fernández. Cruz había manifestado su profesión de fe pro dictadura y repudiado la cárcel a la que había sido condenado el genocida Jorge Rafael Videla, a quien calificaba como preso político. Se planteó la impugnación de Cruz a la legislatura debido a tales manifestaciones políticas. Una oposición al proyecto de impugnación fue realizada por el entonces legislador Jorge Altamira, trotskista él y alejado de cualquier solidaridad con Cruz o la dictadura.

En su alegato, Altamira planteó que Cruz era un producto del régimen y no un cuerpo ajeno a él y que -en tanto democracia del toque de queda, de la acción empresarial para llevar a cabo ajustes antiobreros, de la profesionalización de un personal político en favor del FMI- su impugnación le lavaba la cara a un sistema absurdo. Señalaba Altamira que él mismo sería impugnado de una hipotética Legislatura que así lo propusiese debido a su firme convicción socialista, enfrentada con las perspectivas del gobierno de la burguesía. En definitiva, un enemigo de la dictadura difícilmente podría haber avalado la impugnación de Cruz, salvo que se disparara él mismo contra su propio pie.

Manifestaciones como las de Cañete, ese ser despreciable, ¿no tienen lugar en los pasillos de las inauguraciones? ¿La revocación del premio hará que los seres despreciables lo piensen dos veces antes de expresar sus despreciables opiniones en público?

¿Es posible preguntarse si manifestaciones como las de Cañete, ese ser despreciable, no tienen lugar en los pasillos de las inauguraciones de las galerías? ¿No sería justo señalar que sus opiniones deben ser combatidas en todos los ámbitos con las armas de la crítica? ¿O se podrá afirmar que la revocación del premio de Cañete hará que los seres despreciables lo piensen dos veces antes de expresar sus despreciables opiniones en público? Es un debate abierto pero en el que se juegan algunos ejemplos de aquellos que la historia enseña. El discernimiento entre el delito de opinión y el combate a las opiniones recalcitrantes con las herramientas de la inteligencia debería ser un eje central de este debate que nos permita, entonces, extraer las lecciones que corresponda.

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